Para entrar al paraíso

 

El paraíso no es inaccesible. O bueno: un paraíso no lo es. (El otro, el bueno, el que es para siempre jamás, sí es inaccesible.) La escritora Bibiana Camacho nos propone un cuento/receta para entrar en él. Se trata de un cóver de un texto de Juan José Arreola, pero como debe ser: aquí, la mujer se adueña del sexo y también del corazón del hombre, un corazón literal que vivirá por siempre en ella. La receta es para disfrutarse a sola(s), con pan de centeno, queso de cabra y varios vinos tintos. Si la intentan nomás no digan que la leyeron en HojaSanta. O sí, mejor sí: pinches hombres se la tienen merecida.

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Esta semana hay más recetas. Para #BombasdeUmami Eduardo Nakatani nos preparó un guiso de pulpo con sazón japonés. Pero –plot twist!– la receta es de su abuelo, Yoshigei Nakatani, un tipo conocido por haber inventado los fabulosos, inmortales ‘cacahuates japoneses’. Dice Eduardo que ésta es “una receta muy atesorada en nuestra familia” y que ha decidido “–por supuesto, sin preguntar– compartirla al mundo”. Con las grandes recetas ni se pregunta. Las grandes recetas no son de nadie, ¿cierto? Todo el tiempo estamos plagiando, transformando, traduciendo, que es decir llevando de un lado a otro el conocimiento. Ésta era una de las preparaciones que no podían faltar en la mesa del abuelo. “Espero la disfruten tanto como nosotros lo hacíamos –concluye Eduardo– en aquella casa ubicada en Retorno 2 de avenida del Taller, número 41, en la Jardín Balbuena.” Y nos manda a todos un sentido itadakimasu, que es una invitación al provecho, como si lo dijéramos al entrar o salir de una fonda chilanga.

Otra receta. Javier Elizondo se va por el infierno. En el infierno, que no es la muerte definitiva –todo a negros y San Seacabó–, hay pollo. Hay mcnuggets y milanesas de pollo, seguramente pollo rostizado, pollo ahumado, jerk chicken. Pero una de las formas en que Javier prefiere imaginar el infierno es la de este pollo del bien. Es un polluelo dorado y braseado con vino a la sartén, enjundioso, medio marrón pero con ganas de más, emperejilado, picoso, ajoso pa que amarre. “Vámonos al infierno y lleven cheves”, dice Javier. Pues vamos. ¿O alguien por acá tiene algo mejor que hacer?

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En otros asuntos, entrevistamos a Gabriela Ruiz, chef del restaurante Carmela y Sal, quien tiene una fijación: la sinestesia. Síganla por sus platos que remiten a música que se toca y se ve

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Mientras tanto: un taquito de salchicha para el alma encarcelada.