Nada se crea en el vacío

 

Cocina, traducción y remix

por Alonso Ruvalcaba; fotos: dumplings en traducción por Hugo Durán

UNO

Todo acto creativo es en realidad un acto de traducción: nada se crea en un vacío.

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Es fácil estar en desacuerdo con los implacables defensores de las etimologías. (Después de todo, son los mismos que se aferran con toda necedad a que las quesadillas tienen que llevar queso.) Pero de vez en cuando la etimología puede abrirnos una palabra, echar luz sobre ella. Es el caso del verbo traducir:

traducir [lat. traducere]
trans- = ‘de un lugar a otro’
ducere = ‘guiar’, ‘dirigir’, ‘llevar’

Traducir es llevar algo de un lado a otro, es poner ese algo en un nuevo lugar, que probablemente sea un nuevo contexto. Al cambiar ese algo de contexto lo estamos remezclando, le estamos dando una nueva configuración. Evidentemente, ese algo puede ser una palabra o una frase, pero también puede ser un acorde, una secuencia musical, una idea, una receta.

Una vez que nos abrimos a este sentido de pronto empezamos a ver la idea de la traducción por todos lados. Incluso donde literalmente hay traducción, como solemos pensar en ella, es decir, en el paso de un texto a otro texto. Déjenme ver si me explico.

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Hacia 1582 Luis de Góngora era un joven cordobés de veintiún años que estaba aprendiendo a ser poeta. Ejercitando la pluma, escribió este soneto:

Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello, 
siguen más ojos que al clavel temprano, 
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente, 
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Es uno de los sonetos más bellos que se han escrito en español –para mí, la verdad, el más bello–. Su asunto es un asunto eterno: goza tu juventud, que es pasajera y pronto se marchita, y tú junto con ella. Como enseña Antonio Alatorre (‘Un soneto de Góngora’, largo ensayo publicado por el ITAM), este soneto es “hispanización, modernización y personalización (asimilación al lenguaje poético que [Góngora] se está fabricando)” de otro soneto célebre. Es una traducción, un llevar de un lado a otro, de este soneto de Garcilaso, escrito unos cincuenta años antes:

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

El de Góngora, entonces, es una traducción de español a español. (Los ‘mientras’ del soneto de Góngora son los ‘en tantos’ del de Garcilaso.) Pero el poema de Garcilaso ya era una traducción y un remix de este soneto de Bernardo Tasso:

Mentre che l’aureo crin v’ondeggia intorno
all’ampia fronte con leggiadro errore;
mentre che di vermiglio e bel colore
vi fa la primavera il volto adorno;
mentre che v’apre il ciel piü chiaro il giorno,
cogliete, o giovenette, il vago fiore
de’ vostri più dolci anni, e con amore
state sovente in lieto e bel soggiorno.
Verrà poi’l verno, che di bianca neve
suol i poggi vestir, coprir la rosa,
e le piagge tornar aride e meste.
Cogliete ah stolte il fior; ah siate preste,
che fugaci son l’ore e’l tempo lieve,
e veloce alla fin corre ogni cosa.

Garcilaso había ido a Nápoles y había conocido a los grandes poetas italianos, dueños de una maestría alucinante, y había dicho algo como De aquí soy. Todo ecosistema creativo propicia esa suerte de traducción, remix y competencia. Quiero tener esto yo también, quiero hacerlo mío. Por supuesto que el soneto de Tasso también era un remix –del clásico ‘Idilio de las flores’ de Ausonio, un poeta del siglo V, diez siglos atrás, muy popular en el renacimiento, que a su vez era un replanteamiento del carpe diem de Horacio, que a su vez…

Ya se entiende mi punto, creo. No es necesario ir más atrás, aunque no sería difícil: esta idea –goza hoy y que la muerte te quite lo bailado– está en el mundo desde siempre, y los poetas la descargan de una especie de nube que flota sobre nosotros, y hay una cadenita, una cadenita de poetas, de gente, que lleva de un lado a otro esas mismas cosas, las va traduciendo a través de los siglos.

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Es fácil ver en esta serie de poemas la evolución de una idea, y más fácil aún comprender que en estos asuntos la evolución es un proceso de copia, transformación y combinación. Lo mismo pasa en música –buena parte de la historia del jazz es la historia de la variación sobre estándares–, en pintura, en cine. Nada viene de la nada. Nada se crea en el vacío.

DOS

En cocina pasa exactamente lo mismo que en todas las otras disciplinas. El ecosistema creativo propicia la competencia, la traducción, la remezcla, la asimilación de influencias. Nada es de nadie. Pensemos por ejemplo en el taco al pastor. Hay una forma antiquísima de cocinar; tal vez, de hecho, la más antigua de todas: ensartar una carne en un palo y acercarla al fuego. Data de antes de que el hombre saliera de las cavernas. Pero hacia el siglo XVII antes de Cristo, en Micenas o Pilos o en algún lado de esos que en aquellos tiempos eran el centro del mundo, al parecer (pero nunca podremos saber a ciencia cierta), a una o a varias personas se les ocurrió colocar verticalmente el palo aquel, acercándolo a un fuego lateral y aprovechando la gravedad para no tener que rostizar animales enteros sino partes de ellos y compactarlas de alguna forma para darles algo que se pareciera más o menos a la unidad. Son los primeros trompos de pastor de la historia; los que terminarían por llamarse γύρος = ‘girar’ en griego, döner + kebap = ‘girar’ + ‘rostizado’ en turco, çevirme + شواء = ‘girar’ + ‘cocer’ = shawarma en árabe. Ya existen fotografías de maestros  dönerci, de pie junto a su trompo en algún lugar del Imperio Otomano, desde mediados del siglo pasado (búsquenlas en Wikipedia). Más o menos por esas épocas hubo migraciones libanesas, otomanas realmente porque Líbano no se había constituido como el país actual, a México. Estos migrantes se asentaron en Mérida, en Veracruz y por supuesto en Puebla. Los libaneses también traían consigo sus trompos de shawarma.

En Puebla hay una discusión restaurantera. La familia Galeana de Tacos Tony dice que fue su idea introducir el trompo para asar cordero ya en los años veinte (aunque abrió su local “a finales de los treinta, principios de los cuarenta”); los tacos Doneraki, chilangos de tradición poblana, firman “desde 1930”; los Bagdad dicen que abrieron en 1933, la Antigua Taquería La Oriental también dice haber abierto en 1933. Es muy difícil saber quién fue “el primero”, y es ocioso, porque siempre hay muchas mentes trabajando en algo. Hacia allá voy.

Aquéllos no eran tacos aún. Luego alguien, un heterodoxo, cambió el cordero por el puerco, tal vez simplemente por un asunto de disponibilidad, y aunque se aferró a la pita le agregó, a un lado, limón y salsa picante. Copia: traducción: transformación. Ése es el “taco árabe”.

Pero el hombre es industrioso; ve problemas y soluciones a esos problemas. Hubo otras mentes también heterodoxas hace unos sesenta años que vieron el taco árabe poblano y dijeron: yo también quiero repetirlo. Y venderlo. Pero en la copia hubo modificación: adobaron el puerco con chiles; lo envolvieron no en pita de trigo sino en una tortilla de maíz; lo salpicaron con cebolla y cilantro picados; y en algún punto, genialmente, le agregaron una rebanada de piña. No podemos saber cuándo, exactamente, habrá sucedido la transformación de taco árabe en taco al pastor, ese llevar una idea de un lado a otro. Lo que sí sabemos es que El Huequito abrió en 1959, El Farolito en 1962 y El Tizoncito en 1966.

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Por supuesto nadie es dueño de esas ideas, aunque un señor, Kadir Nurman (1933-2013), se haya autoproclamado inventor del kebab, o El Tizoncito haya registrado el slogan ‘Los creadores del taco al pastor’. El taco al pastor es un plato migratorio, traducido, copiado; el taco al pastor es una idea que está en el mundo, que flota sobre nosotros para que la descarguemos, la copiemos, la traduzcamos, la modifiquemos, la remixeemos.

Se puede ir más lejos: el taco al pastor es parte de una idea que está en el mundo. Llamémosla ‘la cosa dumpling’. Todas las culturas tienden a producir un dumpling (o varios). Piensen en esta definición de dumpling que estuvo hace algún tiempo en Wikipedia (ya la editaron): “El dumpling es un tipo de alimento que consiste en pequeñas piezas de masa, cocidas solas o con un relleno. Puede estar basado en harina, papa o pan, puede incluir carne, pescado, vegetales, dulces. Puede ser hervido, cocido al vapor, frito, horneado. Puede tener relleno –repite– o puede tener otros ingredientes mezclados con la masa. El dumpling puede ser dulce o salado; puede ser comido por su parte o en sopas, estofados, con salsa o de cualquier otra forma.” El taco es parte de un tapiz universal, es parte de un principio platónico: la masa que envuelve, o no, un alimento: un raviol, una gyoza, una samosa, un chochoyote, una shawarma, un tamal, una torta, un sándwich: una enorme parte de la comida que existe en el mundo tiende a dumpling o, para el caso, a taco. (Perdonarán la repetición. Había escrito este párrafo en El taco no es mexicano, un ensayo para Vice.)

No es nada extraño que los primeros españoles que llegaron a México llamaran ‘tortilla’, diminutivo de ‘torta’, a la tortilla mejicana; claramente pertenecía al mismo grupo de comidas que el Diccionario de Autoridades definía así en 1732: “Massa de pan dispuesta, y formada en figura redonda, en que se echan varios ingredientes segun su calidad, como azéite, huevos, mosto, &c. y estando todo incorporado se cuece en el horno à fuego lento. El tamaño es voluntario.” Es esa misma cosa, ese mismo dumpling que flota sobre el mundo. No hay invento. Todo es un remix.

TRES

Es curioso pero nos cuesta trabajo aceptar que el camino de la traducción, el remix y el plagio tiene dos sentidos. Cuando nosotros ejercemos la copia o el remix lo llamamos “influencia”; cuando es a nosotros que nos remezclan o nos copian, ¡sin atribución, por dios!, lo llamamos plagio o robo. Hay restaurantes que demandan a cocineros por “robarse” sus recetas; Diana Kennedy ha pegado ese mismo grito en el cielo varias veces. Existe una ansiedad ante la pérdida, incluso de lo que no es nuestro, como las ideas, el arte, las recetas, que una vez puestas en el mundo son de todos. Se me ocurre una metáfora de fácil asimilación: la de una nube de ideas. Está ahí, encima de nosotros, y entre todos la alimentamos. Digamos: en la ciudad de México, en Nueva York, en Chicago, en Puebla, en Tokio, hay gente hablando de tacos, de ravioles, de gyozas escribiendo, tuiteando, instagrameándolos; ponderando sus texturas, escribiendo reseñas. Estamos cargando constantemente la nube con nuestras ideas sobre dumplings y estamos descargando constantemente ideas de esa nube, conexiones, asociaciones: lo más natural del mundo es que las ideas se descarguen en muchos lugares, miles y miles de mentes pensando en ciertas cosas (digo dumplings por comodidad pero todo, absolutamente todo, tiende a ocupar una parte de esa nube metafórica), evidentemente más de una persona, muchas personas llegarán a las mismas asociaciones o conexiones que nosotros.

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La originalidad no existe: es una superstición. Nada se crea en el vacío. Las ideas, los versos, las recetas están ahí para ser copiados y porque fueron copiados. Mejor aún: no hay copias exactas de nada. El solo paso de “original” a “copia” implica una traducción: un llevar algo de un lado a otro, recontextualizar. Toda traducción implica un ejercicio creativo. Y viceversa: todo ejercicio creativo es una forma de traducción. Defender la autoría no sólo es descortés: es inútil. Nada se crea de la nada. Todos vamos a seguir copiando porque el proceso creativo es justamente eso: copiar, transformar, combinar. O sea: traducir, remezclar.~