Un brindis por lo que sigue

 

Es hora de beber; es hora de alzar la copa, el cáliz, el tarro o el vil vaso de plástico rojo y brindar: por lo que sigue, por nuevos tiempos para todos, porque es lunes o nomás por la salud. Hagámoslo con cocteles. Puede ser, por ejemplo, con un gimlet clásico, que contribuyeron a popularizar los escritores del hard-boiled gringo –los maestros de la novela negra de los años 30-40–. El detective Philip Marlowe dice en El largo adiós: “Un verdadero gimlet es mitad ginebra mitad jugo de Rose, y nada más.” Sigan sus instrucciones, por favor.

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(Hablando de las artes y el alcohol, ¿quién quiere un coctel de cine y ginebra?)

El gimlet es un coctel casi ensimismado, no conduce a la fiesta sino a la reflexión. El bloody mary en cambio hierve la sangre, da ganas de pararse, de chocar los vasos entre muchos con ese ruido inconfundible de los bares más movidos. El Nazi punch es morenísimo y endiabladamente tropical, a diferencia de los pinches nazis, que no saben nada del trópico y el gozo. ¿Y el mojito? Ése lleva al baile: a la salsa, al filin, a la timba, al cubatón. Ése trae unas onzas de Miami y varias más de vice.

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Más tragos. Ahí tienen a los altos primos de la familia Collins: Tom, John y Comfort Collins, héroes de la coctelería vintage. El China contra China, por su parte, es una pequeña muestra de tres grandes licores de Francia. El Black Thorn es una bellísima espina hecha de whisky, vermouth y un twist de limón amarillo. Y no nos vamos a ir sin tomarnos al menos (al menos) un martini, pero no cualquiera: un martini israelí.

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Oh! ¿No quieren coctel? ¿Prefieren un vinito? En ese caso, dejen que el sommelier Francisco Acosta los lleve de la mano por todo lo que necesitan saber sobre ese bálsamo. Es de confianza.