Un coctel de cine y ginebra

 

OLIVER GIN INVITA

por Alonso Ruvalcaba; ilustración: Ana Sofía Morales

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Los borrachos más borrachos del cine, al menos en Hollywood, se inclinan por el whisky. Estoy hablando de los verdaderos pedos, los que están en el límite de lo funcional. Tal vez es un asunto de precio –sobre todo cuando es doméstico: un bourbon, si nos dejamos guiar por el cine clásico, claramente es más barato que un Scotch; vean Días sin huella (1945) para un ejemplo clásico– o de nacionalidad –no hay irlandés en cine que no beba whisky, de Michaleen Oge Flynn en El hombre quieto (1952) a Jimmy McNulty en The Wire (2002-2008) pasando por todos los personajes de Tiro de gracia (1990)–, pero es un asunto innegable.

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El gin cinéfilo tiene otro espíritu. Es más cachondo, más aristócrata, pero también, ya se verá, más melancólico. Voy a tener que recurrir al lugar común: James Bond, maestro del ligue, la coctelería y la persecución a pie. Un martini como los que tomaba el primer Bond (Sean Connery; ¿tenía que recordárselos?) iba así: tres partes de gin Gordon’s, una de vodka, media de Kina Lillet. Ya saben: shaken, not stirred. Nuevos Bond le cambiaron la proporción gin:vodka, hasta la llegada de ese otro inmortal, Daniel Craig, que volvió a la versión original. Cuando, en la adaptación de Casino Royale (2006), el cantinero le pregunta: shaken or stirred?, el Bond de Craig contesta con todo el cansancio del siglo veintiuno encima: Do I look like I give a fuck? Lugar común –subvertido por una memorable machincuepa.

Hay algo erótico, pero también decadente, en el gin. Swingers (1996), por ejemplo, puede verse como una colección de cocteles con ginebra expuestos en la escena neo-lounge de California del final de los noventa, donde la consigna sexual es todos con todos. O piensen en la vida loca de Jordan Belfort, protagonista de El lobo de Wall Street (2013). Todo lo que tiene que aprender del mundo alucinante, espantoso, emocionante, ultrasexual, criminal y mortalmente divertido de los corredores de bolsa y su barril sin fondo de dólares y semen, lo aprende en una escena temprana con su mentor –interpretado por Matthew McConaughey– al calor ascendente de la ginebra/martini y al frío impoluto de la coca. En el cine, cocaína y gin son una pareja helada y transparente como una torre de cristal.

Servido en martini, el gin es aristócrata, pero la aristocracia es un arma de dos filos. Piensen en esa inquietante escena en Gone Baby Gone (2007), la única gran película dirigida por Ben Affleck hasta el momento. El matrimonio de detectives Patrick y Angie investigan el secuestro de una niñita en un barrio pobre de Boston. (Ellos mismos viven en ese barrio, pero se les nota cierta educación, cierta superioridad al respecto). En algún momento entran a un bar en el que sospechan pueden desenterrar algunas pistas. Los parroquianos, unidos por la desconfianza, el resentimiento social y tal vez por el crimen, se alzan contra los detectives. En el aire de ese pub a las 11 de la mañana hay mucho alcohol. Las cosas descienden hasta la misoginia y casi la violencia física. Cuando van sacando a Patrick del local, a empujones, él revira con una horrible y aristócrata invectiva de clase; saca su pistola y le grita al cantinero: Make me a martini! Make me a martini! El gin como símbolo de superioridad. Esa escena es uno de esos raros momentos de la historia del cine en los que el espectador puede sentir vergüenza por todos los personajes involucrados. Nadie sale vivo de aquí.

Pero, dijimos, el gin en el cine tiene algo melancólico, como el sol que se asoma al final de una borrachera que ha durado no sabemos cuántas horas. Miren esta pequeña genealogía. La locución blue ruin ha estado asociada al gin desde hace varios siglos. Ruin quiere decir ‘ginebra’, según varios diccionarios; el calificativo blue simplemente le agrega esa cualidad que asociamos con el azul: lo triste, lo echado a perder. Blue ruin es una ‘ginebra de mala calidad’. Muchos poetas han usado el término; tiene un encanto sonoro irrepetiblemente adecuado para un licor: una ruina color azul. Hace unos treinta años, Tom Waits publicó el mejor disco de una carrera llena de discos gigantes: Rain Dogs. En una canción borrachísima, ‘Ninth & Hennepin’, están estos dos versos:

Till you’re full of rag water and bitters and blue ruin
And you spill out over the side to anyone who will listen

En esa gran peda poética estás tú: llena el alma de agua de jerga y bitters y ginebra chafa, y te volteas con quien se deje y le dices cualquier cantidad de pendejadas. Toda esa canción está llena de imágenes así de dolorosas. Pues bien: ese mismo blue ruin aparece en Bitters and Blue Ruin, película de 2002 ubicada en un mundo noir de 1947; en Blue Ruin, la deprimente historia de venganza dirigida por Jeremy Saulnier en 2013; y también, sorprendentemente, en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Ya alargué demasiado este texto, pero déjenme contarles. Los protagonistas de esta película, Clem y Joel, se conocen en un tren. Clem nota una mirada insistente de Joel sobre su pelo azul. Antes de que él pregunte algo, ella le dice, refiriéndose a su tinte: “Se llama Blue Ruin”. Pues bien, en una escena que terminó siendo cortada de la versión final, Clem y Joel recuerdan inmediatamente después que blue ruin significa ‘ginebra chafa’ y que está en una canción de un disco de Tom Waits. Pero la película (la que sí llegó a nosotros) continúa y, unas escenas más tarde, Clem invita a Joel a pasar a su departamento. Es la primera noche. Estamos –recordarán ustedes– en la memoria de Joel, que empieza a desintegrarse gracias a una maquinaria que borra de la mente eventos que han arruinado nuestra vida. Entonces Clem va a la cocina, sirve dos ginebras, regresa a la sala y al brindar dice: Two blue ruins. ¿Qué está diciendo Clem en ese sencillo acto de servir dos copas? “¿He aquí dos ruinas azules, Joel: esta ginebra y yo?” O: “he aquí dos ruinas azules: ¿yo, Clem, y tú, Joel?” O: “¿he aquí dos ruinas azules: estas dos ginebras?” Como no podemos saber, entonces quiere decir las tres, inexorablemente.

(Oh. Un último detalle. Cuando Joel decide acudir a Lacuna Inc. a que le borren todos los recuerdos de Clem de la mente, el médico le pide que lleve cualquier cosa que de alguna forma le remita a ella para poder borrarla también. Vemos en un rápido montaje pequeños objetos de todos los días; de pronto la cámara se fija en un CD: es Rain Dogs, la obra maestra de Tom Waits. Si yo pudiera poner aquí un emoji infinitamente triste, borracho de ginebra y enamorado de una mujer de pelo azul, lo haría. Pero ese emoji no existe.)

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Oliver Gin se lleva bien con todos, es una ginebra amiguera, que le gusta compartir y relacionarse con el arte, la gastronomía, los viajes. Es elegante y delicada, pero adaptable; le gusta lo nuevo e innovador, pero también lo clásico y tradicional. Disfruta México; su cocina, su cultura, su vegetación diversa. Y a su gente. Es una ginebra atrevida, curiosa y sincera. De esas que te sacan la risa, las verdades y hasta las lágrimas. Por eso, Oliver Gin tiene varias historias que contar, anécdotas que recordar, relatos fantásticos y verídicos sobre el papel de la ginebra en el mundo, en la historia, en el arte. Y esta vez, en el cine.

www.olivergin.com