Viajar con niños

 

Texto por Naomi Duguid; Ilustración: Arantxa Osnaya

¿Están pensando en viajar con niños? No lo piensen tanto. Háganlo. Es más fácil de lo que imaginan. Según Naomi Duguid, crítica gastronómica y autora de libros de comida, se trata de práctica. Ella hizo largos y variados viajes por el mundo, a lugares como Laos, Sri Lanka y China, acompañada de su esposo, sus dos hijos pequeños y un bote de crema de cacahuate que nunca tuvo que abrir.

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Vivimos en una época en la que podemos subirnos a un avión, viajar a través de varios husos horarios y adentrarnos en múltiples países, climas y culturas. Todo lo que necesitamos es dinero, tiempo y confianza. A pesar de la simplicidad de esto, muchas personas asumen que sus días como viajeros terminaron el día que tuvieron hijos. No es tanto el costo de los boletos extra; de hecho, rara vez es ése el problema. Más bien tienen miedo: ¿Será peligroso? ¿Estarán seguros? ¿Qué comerán? Y ni hablar de todos los comentarios al respecto que sueltan los amigos y abuelos, los cuales parecen repicar sin parar en nuestros oídos: ¡¿Están seguros de que llevarán a sus hijos a Marruecos / India / Vietnam?!

Hace más de 30 años que me dedico a escribir de comida como un aspecto de la cultura. Mi exesposo y yo trabajamos juntos durante 20 años, hasta 2008, y produjimos seis libros de comida y cultura, incluyendo Flatbreads and Flavors y Hot Sour Salty Sweet. Nuestras investigaciones implicaban viajar durante tiempos prolongados, muchas veces por Asia. Y en aquel tiempo también criábamos a nuestros dos hijos, que ahora ya tienen más de 20. Hace mucho, cuando el mayor era un bebé, decidimos que queríamos llevarlo a viajar con nosotros. Y se volvió nuestro patrón: viajar como familia una vez al año por trabajo, y hacer nuestros viajes de investigación por separado.

Constantemente la gente me cuestiona respecto a viajar con niños: qué tan difícil es, qué hacer con el tema de la escuela, cómo alimentarlos en los lugares lejanos. Siempre están muy preocupados… He concluido que el mayor peligro para la gente que quiere viajar con niños son sus propios miedos. Así que, ¿cómo lidiar con esos miedos? La mejor forma es la práctica. Hay que empezar a viajar con los hijos cuando son muy pequeños, antes de que puedan darse cuenta de que ustedes están preocupados. La época más sencilla es antes de que empiecen a gatear, porque es cuando todavía tienes todo el control sobre su entorno. Al haber viajado con niños desde el principio, ustedes mismos se sentirán más relajados conforme crezcan.

Tengo que aceptar que nosotros no tomamos nuestro propio consejo con ninguno de nuestros hijos. Pasamos cuatro meses viajando por Tailandia, Laos y Vietnam cuando nuestro hijo mayor tenía dos años. Y nos llevamos al más pequeño a Marruecos cuando acababa de cumplir un año y todavía tomaba pecho. Un día, en Tafraoute, al sur de Marruecos, él mismo se destetó y al día siguiente empezó a caminar. Aunque sí se pasó el primer par de semanas del viaje gateando, explorando los pisos y la tierra de un olivar, y quién sabe qué más; nunca se enfermó y de hecho hasta pareció hacerle bien.

Durante los siguientes 10 años, nos llevamos a los niños a la India (Bengala y Kerala, Rajastán, Guyarat y Goa); brevemente a Nepal y a Sri Lanka; por un buen rato al norte y centro de Laos y por todo Tailandia, y también a Yunnan, en China. Cada viaje significaba hacer base en diversos lugares y establecernos para intentar entender la cultura de la comida local y la agricultura. ¿Y cómo lidiamos con el tema de la comida para los niños mientras viajábamos y estaban pequeños? Más que nada intentábamos no preocuparnos por ello. Siempre traíamos un frasco de crema de cacahuate de respaldo, en caso de que nos quedáramos sin comer, pero nunca tuvimos que sacarlo (y los niños nunca supieron que existía).

Dependíamos por completo de lo que había disponible localmente, y siempre nos funcionaba bien. Los niños sienten cuando ustedes están ansiosos, y responden a ello. Así que nosotros intentábamos ser materia dispuesta y práctica. La mayoría de los lugares a los que viajábamos eran culturas que basaban su alimentación en el arroz o pan, o en ambos. Sabíamos que, si había arroz, pan o pasta, los niños tendrían al menos algo que les gustara comer. Y ya a partir de ahí nos las ingeniaríamos. Por ejemplo, cuando estuvimos en Muang Sing, en el norte de Laos, los niños acababan de cumplir seis y nueve. La comida era una mezcla entre laosiana y china, ya que el pueblo está pegado a la frontera china y había mucho comercio entre fronteras. Ahí encontramos tallarines de arroz, sopas y caldos sencillos, verduras asadas… Incluso había una pequeña tienda que vendía unos dulces que se convirtieron en el postre diario de los niños. En Laos, comer fuera también tenía para nosotros otros rituales y ganancias: nos hicimos el hábito de, cuando estábamos en un pequeño restaurante o cafetería, darle dinero a uno de los niños, casi siempre al más pequeño, para que fuera a pagar la cuenta. Esto le otorgaba un papel, un sentido de responsabilidad, de importancia y confianza en sí mismo.

Muchos extranjeros piensan en India como un lugar en donde los turistas inevitablemente se enferman. No tiene que ser así. Para nosotros, la regla general era evitar carnes y buscar comida recién hecha en las pequeñas cafeterías o en la calle. Es una buena estrategia. Hay que buscar los básicos de la gastronomía del lugar y las comidas callejeras típicas y sencillas, y tendrás a tus hijos alimentados y felices. Seguramente terminarán comiendo buñuelos de plátano y otras cosas fritas similares que probablemente no les darías en casa. Pero mientras estén comiendo y la comida esté caliente y recién hecha, ellos estarán contentos y no les hará daño.

Si son de los que parten con sus hijos con la mochila al hombro y en dirección a lugares lejanos, tal vez también estén deseando que ellos amplíen tanto sus paladares como su visión del mundo. Sí, tal vez suceda, pero no es un hecho. Como mis hijos viajaron a Asia mucho y porque escribo libros de cocina, la gente me dice: «¡Tus hijos deben comer de todo!» Bueno, pues siento informarles que para nada es así. Los molesto todo el tiempo con respecto a su falta de flexibilidad con la comida, lo cual puede convertirse en un fastidio cuando están de visita en casa. A uno no le gusta la cebolla, el otro no come verduras dulces como la calabaza o zanahoria cocida. A ninguno de los dos les gustan los mariscos y ningún tipo de pescado, el cordero ni el huevo.

Por otro lado, sí comen la mayoría de las verduras, frijoles y lentejas, todos los panes, arroz, mijo y polenta. Y saben cocinar para sí mismos. Más importante aún, no son nada paranoicos con respecto a la comida. Y son capaces de reírse de ellos mismos, sobre lo que les gusta y no les gusta. Yo creo que esa facilidad se da gracias a que nunca tuvimos discusiones con respecto a la comida cuando eran niños, ni en casa ni de viaje. Mi aproximación al tema era alentarlos a probar de todo y a ser sinceros con ellos mismos. Yo les decía: «prueba esto, creo que te podría gustar»; o en otros casos: «pruébalo si quieres, aunque no estoy segura de que te guste». A veces ellos me sorprendían a mí cuando les gustaba algo nuevo. Otras veces rechazaban algo que yo creía que les gustaría. Pero en realidad no importaba nada de eso. Lo único importante era que yo no los forzaba a comer lo que no les gustaba. No teníamos guerras de comida.

Al final depende de ustedes: tanto la comida como el viaje pueden ser una aventura sin fin o pueden parecer llenos de dificultades y problemas. Si desde el principio se empieza de forma optimista, tanto en la mesa de la casa como en el viaje, entonces todos tendrán aventuras interesantes y maravillosas. ¡Buen viaje!

 
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