Mi batalla contra lo auténtico

 

¿No les parece sospechoso cuando alguien dice que tal o cual restaurante es “auténtico”?  A cada rato leemos cosas así: “100% sonorense”, “del mero Sinaloa”, “todos sus platos son de la Toscana”. Es como si estuviéramos urgidos de un certificado, un sello, una marca de denominación de origen. Pero lo estamos buscando en el lugar equivocado. La cocina es hija de una enorme orgía transgeneracional, incestuosa, voluntariamente prostituida; es mestiza conquistada con sangre y sacrificios humanos e impuestos colocados ante el trono del emperador; es engendro transmitido oral, bucal, analmente a través de millones de cerebros trabajando incesantes por siglos y siglos. No existe un platillo auténtico como no existe un platillo original ni un pecado original.

En el DF durante 2018 y los últimos meses de 2017 abrieron varios muy buenos restaurantes. Varios de ellos –la mayoría, en realidad– han hecho que los críticos y las críticas y lxs influencers emitan la previsible calificación de autenticidad. En este texto examinamos algunos de ellos. No es ni de lejos una lista de los mejores restaurantes chilangos de los últimos tiempos pero a nadie le hará ningún daño hacerse el propósito de visitarlos pronto. Sobre todo, la increíble anacrónica taquería del último párrafo, un logro de la ingeniería humana donde resulta que también hay muy sabrosos tacos de los que llamamos “árabes”.

(Si quieren leer sobre algunos de nuestros restaurantes favoritos de 2017, vayan acá.)

Hablando de ingeniería humana: a Luis Reséndiz le tomó un buen rato, pero por fin ha vuelto con una entrega de #UnaOrdenconTodo, su columna sobre comida callejera y el ingenio necesario para hacerla llegar del comal al plato de plástico y de ahí a la mano y a la boca. En esta ocasión, una taquera extraordinaria, doña Diana, enfrenta el frío de Puebla y las múltiples descortesías de vario gandul para servir un taco “que ya quisieran algunos de los infinitos e infinitamente mediocres puestos de tacos de asada que pululan por todo el país: medio bistec frito con una generosa porción de chorizo y papas fritas, todo acompañado de tres tortillas de maíz amarillo hechas a mano”. Doña Diana es una más de las puntas de la interminable estrella de taqueras (y taqueros) de las cocinas de México. 

Otra columna con nueva entrega esta semana: #PiedradeCocina, donde Isabel Zapata explora la relación siempre tirante entre poesía y comida. Esta vez, poesía, erotismo y comida. “A nadie sorprende que haya escenas eróticas en la cocina –dice Isabel–. Hay en ella demasiadas texturas, sustancias que se untan o se amasan o se cocinan, líquidos derramados, cacerolas humeantes.” Y sí, cocinar es como fajar. (Y comer es coger, se sabe.) En este poema de Richard Brautigan dos manos que embarran ajo en un pedazo de carne son una sincerísima invitación a la humedad o la erección. Dense.

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Pero antes de irse, un poco de empatía. Nos hace falta.~