Lo que comimos en Sinaloa la otra vez

 

¿Cómo están? Hace poco fuimos a Sinaloa. Probamos estos vampiros de tripa asada en una de las varias taquerías de los hermanos Moreno en el centro de Culiacán, al principio de una tarde de octubre. Sudábamos un sudor de cera derretida bajo el sol infernal de la una pm, para risa general de los locales, que se abrigaban con chamarras mientras entre risas cómplices nos preguntaban: “¿A poco tienen calor?” Algún día nos vengaremos de sus burlas. Por lo pronto, no hemos dejado de hacernos aquellos vampiros (o volcanes, como les dice el chilango aferrado a su chilanguez). Huelen deliciosamente a humo y grasa, y portar ese olor es una de las grandes rebeldías que puede ejercer un ser humano. 

Pregunta: ¿hay algo más fresco que un aguachile de camarones cultivados en el municipio de Navolato, Sinaloa, sacados con red y depositados en contenedores todavía saltando como queriendo volver a su agua salada, cocidos apenas unos minutos en jugo de limón y mojados con un líquido de chiles y salsa Guacamaya, servidos con cheves sacadas de la hielera Coleman que sirve de banca para el cantinero improvisado, el resto de la plebe recargada en las RZRs mientras de las bocinas sale ‘Época de oro’ a un volumen que hace retemblar en sus centros la tierra? No. No hay nada más fresco que eso.

Recomendación: si alguna vez van por carretera y se detienen en El Capricho de Juan Tomás, un restaurante campirano en San Pedro, Sinaloa, hagan esto: pidan todo. Llénense de machaca de camarón y de marlin, de huevos revueltos con chicharrón a la mexicana, de tamal de elote frito, de hígado encebollado, de chimichangas, de lengua de res mojada en salsa verde. Pidan frijoles refritos y tortillas de harina. Dejen que el mal del puerco los alcance al rato, tomándose selfies en el jardín, protegiéndose del sol con una mano. La carretera puede esperar. Y si tienen que partir, guarden la receta de lengua en salsa verde que nos pasó Juan Tomás. Captúrenla como quien captura el screenshot de un platillo en instagram.

Estampa: la tarde ya caía al oeste del malecón de Altata, Sinaloa. Una niña vendía cocadas de una charola enorme mientras las cervezas bajaban lentamente desde el vaso michelado. Un drone circulaba por encima de los restaurantes y de pronto se posaba sobre el mar como un ave que baja a robarse un pececillo artificial. Le compramos algunas cocadas a esa niña, nomás para que el mundo siguiera siendo exactamente así como era en ese instante. El mundo cambió, como suele, pero nosotros les trajimos la receta de cocadas para que ustedes endulcen su propia nostalgia de algún norte que puede o no estar en Altata. 

Duda: quién sabe por qué el pan de mujer –un estándar de la cocina de Sinaloa– se llama pan de mujer. Todas las razones que escuchamos nos sonaron misóginas, así que no vale la pena repetirlas. Pero el pan es delicioso: dulce, cargado de aromas ahumados, rústicos. Es un pan que merecería ser muy antiguo. Tengan su receta, libre de etimologías.

Y ya. Paseen por nuestro sitio. Tenemos otros cientos de recetas para que cocinen esta semana si no quieren comer sinaloense. La primavera está a la vuelta de la esquina, lo que quiere decir que las jacarandas están a punto de ponerse sus mil prendedores morados en la cabellera. Nosotros, en #coautoría con Barro de Cobre, les hicimos un coctel de bienvenida a los árboles más lindos de la ciudad. Como cada semana, les recordamos que andamos en las redes en que andan ustedes: twitter, facebook e instagram. Forwardéenle este boletín a quien crean que puede interesarle (es científicamente cierto que no hay nadie a quien no le interese Sinaloa). Si quieren, pueden borrarse de nuestra lista aquí. Si no, acá nos vemos el próximo lunes.

Todo es tan bonito.~