Otro poema de los dones

 

Ahora, como todos los años desde que el sápiens sápiens es, nos reunimos alrededor del fuego a mostrar un poco de gratitud. Nos reunimos con amigos o familiares, con fantasmas, con compañeros de celda, con nosotros mismos en la soledad de nuestra mente, y damos gracias al azar, a Dios el Único o a la Virgen, a los muchos dioses de cada quien, a la incomprensible maquinaria del mundo, a otros seres humanos o a lo que ustedes acostumbren agradecer. El destinatario del agradecimiento es mucho menos importante que los motivos de darle las gracias, y éstos a su vez menos importantes que el acto del agradecimiento. A veces ni siquiera sabemos bien a bien por qué damos las gracias, pero agradecer alivia un peso que llevamos sobre el lomo encorvado.

 Luis Reséndiz, en ‘Un poquito de gratitud’, sí sabe por qué quiere dar las gracias. “Hoy nos reunimos para dar gracias por los venenos”, dice. “No por el cianuro o por el matarratas, aunque ciertamente han cumplido su cometido en más de una ocasión, sino por otros venenos, no tan definitivos, pero sí mucho más deliciosos.” Habla, por supuesto, “de la comida poco saludable”. Su ensayo no sólo es una forma de agradecimiento –por los que celebran Thanksgiving y por los que no, por los que destruyen su cuerpo gustosamente y por los que no, por los que están abiertos a todo y por los que no– sino una vindicación de una libertad que debe ser irrenunciable: la de que cada quien se envenene con lo que se le antoje sin que nada ni nadie se meta en ello. Amén.

Tim Nolan también sabe por qué quiere dar las gracias. Su lista es fascinante, y casi toda tiene que ver con comida: gracias por las castañas italianas, por el agua hirviendo –ese milagro ese misterio–, gracias por la cacerola y sus condimentos, por el viejo cucharón de madera y por todos los cubiertos abandonados en el cajón, la trituradora de ajo, el cuchillo pelador, el rebanador de manzanas que divide a la crujiente Fuji en seis pedazos perfectos. Hay otros agradecimientos en su poema, traducido por Isabel Zapata; léanlos aquí.

(Si pudiera, yo agradecería por la tortilla, el naan, el roti y la chapati. Por la bolsa zíploc y el teflón.)

El día de acción de gracias, que en algunas tradiciones muy visibles sucede el penúltimo jueves de noviembre, ha sido codificado a detalle. Sobre todo, en cuanto se refiere a comida. El pavo está al centro de la mesa y de la cena completa. Nosotros tenemos una especialista en hacer pavos jugosísimos. “He cocinado en pavos lo que equivaldría a varias vidas”, dice Molly Watson en ‘Cómo cocinar un pavo’. Su texto no es una receta sino una guía y sobre todo un destilado de sabiduría, un camino que puede llevarlos hasta una sentencia muy feliz: Nunca más un pavo seco

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Pero no es nuestra única manera de preparar o servir pavo. Hugo Cruz, en Bretón Rosticeros (RIP, gracias por los tiempos), servía un pavo versión tai hacia estas fechas. Es relativamente más fácil de hacer que los pavos “normales”, pues se ocupan únicamente los muslos, que son casi infalibles. La receta trae suficientes guarniciones para alimentar a unas diez personas, así que ya con eso arman una fiestecita. Encuéntrenla acá.

Más pavos: en este link verán un pavo jamaiquino memorable, elaborado al estilo del jerk chicken (el mejor plato de pollo que hay, demos gracias por él a las migraciones de mujeres y hombres y especias y aves); en este otro, una sopa de pavo ligeramente picante  interminablemente profunda, inspirada por el bun bo hue de Vietnam, uno de los grandes caldos del mundo. Y en este último, unos sándwiches de pavo que no son ni French dip ni báhn mì ni pho pero algo tienen de todos ellos. Cómanlos en Thanksgiving para cerrar el abrazo de culturas.

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¿Guarniciones? Coles de bruselas con tofu, huevo con soya y vinagre o papas a la francesa. Y de postre: whoopie pies de maple, que un estudio irrefutable de una prestigiosa universidad ha demostrado son el postre más feliz del mundo. Háganlos. Es ese momento del año.

Gracias por leer.~