Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es…

 

El chile en nogada

por Mariana Ortiz

Pero antes de que postren sus juicios ante mí, un detalle: cada septiembre mi mamá prepara chiles en nogada. Es un recital al que estoy acostumbrada desde que tengo memoria. Primero, la obertura: íbamos al súper y al mercado para conseguir todos los ingredientes: chiles, carne molida, cebolla y ajo, sal y pimienta, jitomate, manzana, durazno, pasas, almendras, piñones y acitrón, plátanos machos, queso de cabra y doble crema, leche, jerez, azúcar, nueces y granada. Después, el concierto. Mami, ¿cómo cocinas los chiles? 

Limpias bien los chiles. Pones aceite en una cacerola, y después cebolla y ajo picado, agregamos la carne, le pones sal y pimienta, ya que esté medio cocida le agregas tantito jitomate molido casi como puré, después le agregas las frutas: manzana picada, durazno, pasas, almendras fileteadas o picadas, piñones y acitrón también picado. Al final le pones el plátano macho, frito en cuadritos, y lo dejas cocer hasta que ya no tenga casi agüita. Para la nogada mueles queso de cabra, un poquito de queso doble crema, tantita leche, jerez, azúcar y las nueces, le vas midiendo hasta que quede no tan espeso pero tampoco tan aguado. Ya luego rellenas los chiles, les pones la nogada y encima tantita granada y ya.

© Oriol Portell

© Oriol Portell

Llega agosto y sé que ya vienen. Llega mi mamá y los menciona, emocionada. Llega septiembre y es inevitable el mensaje anunciando que este fin de semana toca comer chiles en nogada. (El mensaje es evitable; su llegada no lo es. Tampoco, tal vez, su reply.) Durante mi infancia mi mamá se encargó personalmente de que hubiera chiles en nogada en mi vida como una sustitución de la escasez para ir a restaurantes a probarlos. Mi mamá aprendió a cocinar esas cosas casi casi para no aburrirse en el tiempo que pasaba conmigo y con mi hermano. Recién divorciada, con dos menores a los que había que alimentar y cuidar de alguna forma, la cocina también fue una forma de decir “no me molesten, estoy cocinando”. Y así fue que muchos años –quince años– comí no uno ni dos sino tres o cuatro chiles en nogada con harto relleno, con harta nogada y harta granada. 

Y al cabo de esos muchos años terminé harta yo también. 

Entonces abrí los ojos como quien abre los ojos después del largo sueño de la razón. Decidí emprender la cruzada contra los chiles que preparaba mi mamá. ¿Mezclar lo dulce con lo salado? ¿De esa forma? La fruta no se mezcla con la carne: lo suyo no es libertad ni libertinaje, es otra cosa. Una licencia absurda. ¡¿No se han dado cuenta de que esto es incomible, indigesto?! Se parece al pastel “inglés” de Rachel Green y yo no soy ninguna Joey.

Check out the meal I made for GEICO's(R) Ad Lib Dinner Party here: https://youtu.be/ECqYHv3LR7M For a tastier thanksgiving, check out last year's Friends epi...

Todo empeoró cuando me enteré de que existe gente que los prepara capeados. ¿A todo lo anterior le agregan huevo frito? No. Ya. Basta, por favor. La granada me parece un desperdicio. Además de la mezcolanza ridícula de sabores, eligen unos pobres granos rojos transparentes que bien pueden ser dulces como pueden ser ácidos, para ponerlos como cerezas en el pastel. ¿Se odian tanto como para comer eso? Allá ustedes. Incluso siendo bastante generosa con la comida de mi mamá lo único que podría comer sin cansarme es la nogada porque la fórmula de queso doble crema, tantita leche, jerez, azúcar y nueces parece infalible. A menos que crean que la nogada se pone en cosas como los waffles, entonces ahí sí pinto mi raya. En fin. “Ya no quiero comer chiles, ma. No me gustan.”

Pero, como siempre ha sucedido, las mamás mandan a callar a las hijas de quince años. “No te pases, Mariana, esto no es un restaurante. Chile es lo que hay y te lo comes.” Y a pesar de plantarme firme en contra del chile en nogada, tuve que aguantarme otros diez años las ganas de decir no, gracias.

(Quizá todas esas razones para odiar los chiles en nogada no signifiquen nada en realidad o sean puro invento nomás porque no me gustan. Tal vez el odio no sea contra el chile en nogada sino contra la estúpida idea de “representar” “a” “nuestro” “país”

No me malentiendan: mi mamá prepara los chiles en nogada más ricos que he probado. Y quienes afirman que los mejores están todos esos restaurantes petimetres cazafollowers, que son capaces de vender su patria a cambio de unas stories, lo único que ganan es mi segura desconfianza.)

Entonces llegó mi venganza.

NUEZ DE CASTILLA

Con el cuento de la independencia a una le venden la idea de luchar por ideales románticos. Es una de las ficciones que, sin pensarlo mucho, la gente como mi yo infanta de la Nueva España se traga tan fácil como se traga un grano de granada. Así que, entusiasmada, cuando por fin me mudé a mi propio depa (constituido por un cuarto apenas del tamaño de una cama individual y un buró chiquitito, con cuatro paredes sin ventanas porque eso era una exquisitez de la pequeña burguesía), que viva la independencia, lo primero que hice fue declararle la guerra al chile en nogada. No iba a permitir que esa persona non grata se empeñara en habitar este mundo que es mi cuerpo, my only border is my body, y el primer septiembre que viví sola, septiembre 2019, le dije a mi mamá: “No quiero chile, Claudia. Gracias.” Habrá quien diga que no es cierto –mi mamá, por ejemplo– pero yo escuché bien clarito trompetas trigarantes anunciando el fin de una era o el principio de otra mucho mejor.

Ahora sí me pueden juzgar. Este fatídico año, con todo lo que desató la pandemia: muerte, desempleo, crisis económica y crisis de todo tipo para el caso, me di cuenta de lo corta que puede ser la vida. En lo que a mí concierne, el mundo se acaba mañana y por supuesto que no planeo comer un chile en nogada más. Ya estuvo bueno. (Aunque no tan bueno como el chile en nogada que mi mamá me mandó para comer este año. Ese chile en nogada estuvo bien bueno.)~