Sobre la naturaleza de las cosas, su realidad, o falta de ella

 

por Luis Reséndiz, si es que existe Luis Reséndiz 

Oigan, ¿y cómo les ha tratado el 2020? ¿Alguna novedad?

¿Qué?

Ah. Sí. Eso.

Sí ha estado fuertecito el susto. Lo he sentido. Ha pasado por este cuerpo decadente la irrenunciable sensación de que está sucediendo, allá afuera y acá adentro, algo que jamás había pasado. Algo inédito, algo que –increíble, asombrosa, devastadoramente– nos está sucediendo a todxs, a todas, a todos, exactamente al mismo tiempo. Algo que nos ha hecho dudar acerca de la naturaleza de la realidad de las cosas que nos rodean.

Hablo, por supuesto, de la fiebre del pastel hiperrealista.

 
Esto es un pastel. En forma de perro. ¿No es el mundo tan terrible como hermoso como absurdo?

Esto es un pastel. En forma de perro. ¿No es el mundo tan terrible como hermoso como absurdo?

 

Todo empezó con este video de Buzzfeed, una compilación de pasteles hiperrealistas que son arteramente rebanados por unos cuchillos sin ninguna consideración. La cosa es de veras asombrosa: crocs, jabón, papel de baño, ¡plantas de sábila!, pizzas enteras con toppings como champiñones hechos de azúcar, jarrones. La lista de posibles pasteles hiperrealistas es tan amplia como la lista de objetos en el mundo. Para los reposteros que han cultivado esta tendencia gastroestética, la realidad misma es susceptible de convertirse en un pastel. ¿Una ensalada? Sin problemas. ¿Una mano con tatuajes? Cosa fácil. ¿UN PAVO CRUDO A PUNTO DE METERSE AL HORNO? Claro que sí.

 
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Pero los pasteles hiperrealistas nos plantean muchas otras preguntas además de por qué, dios mío, por qué. La principal es la que aparece en la mente de cualquier glotón: ¿saben bien?

Sabemos que la apariencia de las cosas influye en nuestro apetito –sabemos también que un pequeño milagro ocurre cuando vencemos el recelo visual y descubrimos un remanso de sabor. Por eso, la pregunta cabecea de nuevo: ¿saben bien los pasteles hiperrealistas?

La respuesta, como todo en la vida, es: depende el pastel. Buena parte de estas creaciones se elaboran con fondant, esa pasta plastilinesca de glicerina, mantequilla y azúcar que recubre a los pasteles y se deja moldear de prácticamente cualquier manera posible. (Existe, por cierto, un rechazo militante al fondant. Son bastantitxs. Y están enojadxs.) En el principio, la repostería adoptó al fondant como una cosa mucho más prosaica: representaciones sencillas, platónicas, casi infantiles. La realidad no era sino algo allá lejano; el mundo era apenas una intuición.

Hablando de representaciones y realidades, hay un cortito que hace unos años estuvo nominado al Oscar y que a mí me gusta mucho. Se llama Fresch Guacamole y es de una agradable brevedad: menos de dos minutos. Échenle ojo: es el reverso fantástico del pastel hiperrealista.

Pero los pasteleros se volvieron ambiciosos. Más bien, siempre lo fueron, nomás que ahora tenían la capacidad de moldear las cosas a su gusto –literalmente–. Nació así la etapa glam de la decoración pastelera: formas gigantescas cada vez más caricaturescas y cada vez más intrincadas. Al fondant se le sumaron el chocolate derretido y las películas de mazapán: como todo arte plástico, la decoración de pasteles tiende a la consecución de nuevas materias primas. Y, también como todo arte, la decoración de pasteles tiende al realismo, que a menudo surge como una respuesta ante los excesos del barroco. Surgieron así los pasteles hiperrealistas que han sacudido al 2020.

 
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El pastel realista cumple con el objetivo de asombrar pero rápidamente se interna en el terreno del uncanny valley. La muy literal ruptura de las apariencias desencadena distintas reacciones, desde la indignación y el sentimiento de traición hasta la carcajada atónita. El engaño visual es un hackeo de la realidad; una intervención en el código fuente de lo cotidiano. El pastel ultrarrealista se introduce en nuestros cerebros y los recablea: nos recuerda que lo que vemos no es más ni menos sino lo que solo percibimos; que lo que pensamos que es nuestro rara vez lo es de verdad y que cualquier certeza es susceptible de reconfigurarse.

Y entonces, el meme. Ante el resquebrajamiento de la realidad, digno del tercer acto de una novela de Philip K. Dick o de un cuento de algún Borges repostero de otra dimensión, poco queda más que asumir que todo es una simulación. Cientos de usuarios han –hemos, si me permiten la descarada autopromoción– incursionado en el meme pastelero, con algunos resultados tan exitosos que parecen ya tratado filosófico. A Bertrand Russell le hubieran encantado estos memes:

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Un meme que parece luchar por redefinir las fronteras de lo real –que nos hace cuestionarnos acerca de la naturaleza misma de las cosas– me parece, por otro lado, el meme más 2020 que podría haber.

En fin. Como bien cantaba Cake: sobreviviremos. ¿Sí lo cantaba Cake, no? (¿Sí eran ellos?)

¿Cake es real? No se les vaya a ocurrir rebanar a Cake.~