Seis rutinas que extraño

 

por Rosalba Mackenzie

1. Extraño los sábados de levantarnos a las seis de la mañana, bañarnos, poner té y café, y preparar algo para picar en el coche en lo que llegábamos a Casa del Lago a que Héctor tomara sus clases. Yo lo esperaba allí mismo a veces, pero casi siempre pasaba un rato leyendo en el estacionamiento del Museo de Antropología y otro en el restaurante del mismo museo. 

Cómo me gustaba contemplar tempranito la enorme fuente de la explanada y tomar alguna mesa del restaurante mientras estaba prácticamente vacío. El espacio tan abierto del patio del museo, tan lleno de aire, me colmaba de sosiego. Lo siguiente que veía era una jardinera con un árbol que parecía ir abarcándolo todo conforme me acercaba y, finalmente, el restaurante quieto casi desierto, listo para que yo escogiera desde dónde atestiguaría cómo avanzaba el día.

© Alejandro Castro

© Alejandro Castro

{Me 🤯que esta fuente sea un paraguas que capta agua de lluvia ❤}

Héctor me alcanzaba en el restaurante. A veces desayunábamos allí; otras, corríamos al Centro Budista a dizque aprender meditación. Terminábamos comiendo algo por la zona, hacia el mediodía. Nos gustaba ir al Boicot Café –a veces nomás a discutir y reconciliarnos con café caliente y un panecito dulce–. Luego, íbamos al cine o a alguna librería o a las dos cosas. [Todavía alcanzamos a pasar a la EXIT por unos libros de la colección de Arquine y a preguntar por otros de John Berger que nos dijeron que llegarían después y ya no supimos si sí llegaron.] Quizá –si había lugar del lado de la barra– comiéramos en Rokai. El caso es que rondando las seis ya estábamos de vuelta en la montaña, sorprendidísimos por el misterio del tiempo, por cómo es que a veces va más rápido y otras más lento.

2. Extraño que en la primavera y a principios del otoño cargáramos con un sleeping bag, botana, agua, alcoholes y libros para ver pasar la tarde, acariciar suaves lomos y tomarle fotos a los árboles del bosquecito de aquí a la vuelta.

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{❤}

3. Extraño ir a Coyoacán.

[Quiero decir muchas cosas sobre el centro de Coyoacán y sus alrededores. No me había dado cuenta de cuánto me gusta andar por allí hasta hace poco que me sorprendí tristeando por no poder nomás agarrar e ir.

Era el destino consentido de mis amigas de la prepa los días que salíamos temprano. A mí me fastidiaba a veces, supongo que se me hacía medio lejos y siempre había mucha gente –con todo, me alegra haber conocido el barrio antes del mentado proyecto Plazas Limpias 🙄–. Luego les daba por pasear por el centro comercial que está afuera del metro y pues qué aburrición. (Aunque qué envidia me da esa yo que podía darse el lujo de aburrirse, engentarse o fastidiarse de pasear.) 

Dejé de sumarme a la excursión el último año de prepa, porque también dejé de tener clases con ellas, pero en la universidad comencé a ir con Héctor a la Cineteca –que casi siempre estaba solísima–: nos veíamos en el metro, caminábamos por Mayorazgo, escogíamos película, la veíamos y, si al salir era de noche, caminábamos por Centenario hasta El Jarocho de Cuauhtémoc; pedíamos nuestros churros y nuestro café y nos sentábamos en alguna banqueta cercana o vagábamos por allí; 

si todavía era de día al salir, vagábamos primero y comíamos en la Barraca Valenciana después 

–confesión: un ratote, por una absurda nostalgia, después de que la renovaran, ya no quise comer en la Barraca; hasta hace relativamente poco regresamos y hasta lo hicimos punto de reunión para comer con nuestras mamás y hermanos: el amor al lugar, a su sopita de lentejas de cortesía y a todas las tortas con su chato de vino de la casa se restauró: 🙃🙏–; 

ya cuando nos hicimos novios empezamos a probar diferentes lugares para comer y así nos la hemos llevado. Nuestros favoritos ahoritita: Sole, pizza e amore, la Barraca, El Merendero Las Lupitas, Señorito y La Santa Gula. También caminamos un montón sobre mi calle favorita, que es Francisco Sosa, siempre con la esperanza de volvernos a encontrar a los que vendían plantitas en su garage y con la encomienda de llegar a las Barricas Don Tiburcio a surtirnos de vino y queso. En los últimos años le agarramos cariño a ir a ver las ofrendas de día de muertos a la Casa del Indio Fernández, y en los últimos meses, a desayunar con Paola, nuestra soulmate, en el Mamazotas Kitchen o en el jardín La Mano; 

pero quizá lo que másmásmás extraño de Coyoacán es que Héctor me cuente otra vez, igual que el fin de semana anterior, y el anterior, de cuando era niño e iba con su papá a Coyoacán, mejor dicho, que me hable de las cosas que hacía o decía en Coyoacán ese señor que todos los días lamento no haber conocido. (Y aunque es verdad que extraño a mi suegro desde antes de la pandemia, también es cierto que la nostalgia vieja se me enreda con la nueva.)]

4. Extraño los domingos de curiosear en el MUAC por la mañana y comer tacos de canasta a la salida, pedir primero dos de chicharrón, luego uno de frijol y, si queda un huequito, otro más de chicharrón, e ir bañando a cada uno con salsa verde antes de la primera mordida. O de ir a ver qué película alcanzamos en la Unidad de Cines las tardes que nos acordamos de que existe la Unidad de Cines. E igual echarnos unos taquitos de canasta, si por suerte encontrábamos antes o después de la función. [Ahora que lo pienso, quizá sólo buscábamos pretextos para regresar a CU a comer tacos de canasta.]

5. Extraño la época en que nos dio por ir a descubrir zonas que no conocíamos de Chapultepec: El Cárcamo, el Museo de Historia Natural, el Audiorama; o por subir al Castillo –temprano, para prevenir la insolación–. No sé bien cuándo o por qué dejamos de hacerlo, pero qué ganas de caminar y caminar por su pastito o cerca del lago, de meternos a los museos, de perdernos en cualquiera de sus circuitos.

chapultepec lago lake polanco

{Esta foto la tomó Héctor}

6. Extraño que caminemos al Pain Quotidien o al Sanborns de por la casa y nos tomemos dos horas para desayunar al fondo, en sus terrazas. Extraño que lleguemos a San Ángel por la calle de la Amargura, desayunemos en la barbacoa de su centro y pasemos por café y pastelillos al Borola. Extraño también llegar temprano al Café Nin o a El Olvidado y hacer tiempo en lo que llegan mis amics, o ir a comer postre al Ruta de la Seda.

Pero lo que extraño con más fuerza y más seguido, la rutina que sostiene este inventario, es la sola posibilidad de volver a vivir con la ligereza de quien no se imaginaba, pero en serio ni por aquí le pasaba, que coincidiríamos con un organismo microscópico y perfecto que acabaría por cimbrarlo absolutamente todo.~

hiraeth nostalgia lost in translation

{De Lost in Translation, de Ella Frances Sanders ❤}