Mi cosa favorita es monstruos

 

por Alonso Ruvalcaba; fotos: Filemón Alonso (instagram)

Ésta es la primera entrega de Mi comida favorita es monstruos, una columna para comer con el 99 por ciento de la ciudad de México, la ciudad más fea y puerca y hermosa y triste del planeta. Feliz comida sin esperanza, atribulada comida llena de futuro. Podrán seguir ‘Monstruos’ en este link.

 
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La ciudad de México es monstruosa: dicen. Es un monstruo frágil: dicen. “La ciudad de México es un monstruo tan frágil que, apenas llueven tres gotitas, se enfurece y paraliza”: escriben. La ciudad de México es “el monstruoso mundo de Carlos Slim”: escriben. Es un monstruo porque ha nacido contra el orden regular de la naturaleza; es un monstruo porque es excesivamente grande o, como decían los diccionarios de hace siglos, “extraordinaria en cualquier línea” y, “por extensión, sumamente fea en lo physico ù en lo moral”. Es un desorden grave de lo que deben tener las cosas. Es un revés, una contrariedad. Nació sobre un pedazo de lodo y morirá hundida en un gran lago de su propia mierda (para allá vamos).

Insistentemente relacionamos a la ciudad con lo monstruoso. Su primera destrucción estuvo precedida por monstruosos presagios o pronósticos. Hubo una llama de fuego en su cielo, cayó una cometa en la ciudad, el lago de México hirvió, se encendió milagrosamente un cu de Huichilobos, cayó un rayo sobre el cu de Xiuhtecutli, se oyó una voz que gritaba “ay mis hijos, ¡ya nos perdemos!”, se vio un ave que tenía “en medio de la cabeça un espexo redondo donde se parecía el cielo y las estrellas… y gente junta que venían todos armados encima de animales que parecían venados”, hubo “mostros de cuerpos mostrosos que aparecieron en las calles”, como está escrito en el libro dozeno de Bernardino.

 
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Sus habitantes son monstruos también. Bernardino mismo trata de catalogarlos. “El naoalli propriamente se llama bruxo –dice–: de noche espanta à los hombres, chupa à los niños, bébeles la sangre por las sienes; es maléfico, pestífero, haze daño à los cuerpos con los dichos hechizos, y saca de juizio.” Hay una larga lista de monstruos en la ciudad: está el que, por pacto con el demonio, “se transfigura en animales, y por odio dessea la muerte à otros”; el que “usa maleficios contra ellos: hechizería; en él se junta toda la pobreça y miseria: anda lacerado”. Hay el hombre “desatinado y atontado en todo, lisiado en alguna parte del cuerpo, amigo de las cosas que emborrachan al hombre”; hay el que anda como endemoniado: “no teme a nadie, ni respeta, se pone en qualquier riesgo; siempre peligra”. Hay el mozo desbaratado, que “anda como enhechizado, como beodo; fanfarronea mucho: no puede guardar secreto”; hay el amigo de mujeres, que “está perdido en las cosas que desatinan à los hombres, como los malos hongos y algunas yerbas que sacan al hombre de su juizio”; hay el sodomético, que “en todo se muestra mugeril, afeminado, en el andar, en el hablar, en el dançar, y parece que seduce: haze del ojo”; hay el que “tiene dos sexos, el que tiene natura de hombre y natura de muger, el qual llámase hermafrodita, es hombre monstruoso: muger monstruosa”; hay el alcagüete “ques como un ratón: anda à escondidas engañando à las mugeres; e para engañallas tiene linda plática: es rhetórico; tiene muchos halagos y embustes”, y sus palabras “son comparadas con las flores desta tierra, ò con las rosas, ò con las mariposas que llaman xochipapálotl, que son muy pintadas, muy coloradas, à las mil maravillas: atraen y aplazen con su hermosura”. ¿Y la mujer? Ella “anda como borracha y perdida” y a cualquier hombre se da “y le vende su cuerpo, por ser muy luxuriosa”, y “parece una rosa después de ataviarse” y para aderezarse muy bien “primero se mira en el espexo, báñase, lávase muy bien y refréscase para más agradar”. Se peina: a veces se suelta los cabellos, a veces los trae “la mitad sueltos, la mitad sobre la orexa o el hombro”, a veces los trenza y se los enrolla “en la mollera, como cornezuelos”. Tiene por gala mascar tzicli y anda pavoneándose, “desvergonzada”. Así son los monstruos desta Nueva España.

¿No son hermosos?

 
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Son las mujeres y los hombres de todos los días: la fuerza motriz de la ciudad que terminará por comérselos y escupirlos. Son los que van –vamos– en el pinche metro de pie incapaces de movernos y casi casi de respirar a las malditas seis de la tarde o los que se forman –nos formamos– en la estación Canal del Norte a las malditas siete de la mañana con la esperanza de subirnos en el siguiente metrobús y olvídenlo: faltan tres o cuatro para lograrlo. Son los que hoy salieron sin paraguas aunque es obvio que el cielo va a caerse (otra vez) sobre la ciudad. Son la banda: el 99 por ciento. Son los que comen en los puestos de sushi con cátsup, en la fonda de la señora Mago y su esposo que quién sabe cómo se llama cerca de Pino Suárez, en los corredores de comida como el que va de viaducto a Hospital General sobre el eje 1 o el que circunda Pemex, esa fuente de corrupción pero también de hambre, o el que se pone al final de los finales de Santa Fe y que llaman Interlonas; comen en las cantinas de Azcapotzalco porque los tragos cuestan 45 pesos y no hay consumo mínimo para acceder a la botana completa; comen en los carritos de comida china cerca de Balderas: vegetales con pollo y fideos, rollos fritos, o bistec con chayote: 30 pesos; comen comida corrida en el comedor comunitario de la señora Lupita en Xoco: 10 pesos.

¿No es hermoso todo esto?

 
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(Tengo un amigo que lleva un pedacito de la cabeza, el más cercano a la oreja izquierda, abierto al aire libre, al esmog libre, al pútrido ambiente libre de la ciudad. Pedazos de cerebro o de otra cosa que no quiero saber qué es se le salen por ahí ocasionalmente. Come huesos de pollo o trozos de cacas en la calle. Monstruo. Otro amigo, Bruno, le hace limpias ocasionales en ese hoyo, en ese socavón epidérmico. Le da besos en la cabeza, porque el amor en la ciudad no tiene límites interespecies. Bruno es un monstruo también. Repito: ¿no es hermoso todo esto?)

Mi cosa favorita es monstruos. Quiero comer con los monstruos de la ciudad monstruo como siempre he comido: sin folclor, sin rareza, sin descortesía, sin baro porque este pinche sueldo a mí tampoco me alcanza para nada. Como siempre he comido, pues, porque yo soy un monstruo también.~