#25deJulio: Torta de plátano

 

texto y fotos: Margot Castañeda

 
07292018_25dejulio-torta de platano 01.JPG
 

Un sábado a las siete de la tarde en una modesta casa de la ciudad de México. Los últimos rayitos de sol entran por la ventana de la cocina. El foco silba, como que ronronea, el agua burbujea en la estufa y anuncia con su brrr brrru que ya está lista para el café. El perro se está sentando al lado de la mesa porque ya sabe: es la hora de la merienda.

La merienda solo es importante en esta casa cuando es fin de semana o cuando mi padre no está en una junta o una peda. Hombre rígido –casi agarrotado–, hoy mi padre sonríe con tanta holgura como poquísimas veces en su vida. Casi nunca. ¿Habrá sonreído así antes?

Entra a la cocina. Trae en las manos tres plátanos y un cuchillo. Se sienta a la mesa contento e ilusionado, como si una buena noticia fuera a darse pronto. Empuja la vajilla (le estorba, como siempre) y recarga los codos sobre la mesa cubierta con un mantel de plástico. Lo observo. Toma un bolillo de la charola de pan, lo parte por la mitad y le quita el migajón, que yo agarro para jugar con él entre los dedos. Rebana dos plátanos y los unta en la tapa del bolillo:

Con el cuchillo los unta, 
como si fueran crema o mantequilla los unta,

tapa la torta, le da una mordida y me convida.

—¿Torta de plátano?

—¿No las has comido?

—No, pa.

—Pues ándale.

Bolillo y plátano. Se sienten rico juntos en la boca, sobre todo por la corteza crujiente del pan. Sabe rico, el plátano es dulce y el pan salado. Nada malo puede salir de ahí. Pero a ver, no sé, quiero otra mordida.

—Está buena, ¿verdad?

—Sí.

—Oh, pues ya ves… Espérate, ahorita vas a ver.

Mi padre, quien (casi) nunca se prepara a sí mismo la comida, se levanta de la mesa y regresa con nata, azúcar, canela y quesillo. Divide la torta en dos partes. A la primera le pone nata, azúcar y tantita canela. A la segunda, quesillo. Muerde la de nata y me la da. Hace lo mismo con la segunda. Las pruebo. Vaya, aquí, entre dos panes, hay un nuevo mundo y huele como un arbolito tropical: dulce, maderoso, húmedo...

—Es lo que comía tu papá cuando estaba en la universidad —dice mi madre, con su larga cabellera castaña amarrada en un moño verde, sentada ahora en la orilla de la mesa—. Torta de plátano, ¿tú crees?

Mi padre, más parecido a una tuna que a un plátano –espinoso, difícil de mascar–, estudió en el ITAM contra todo pronóstico. La colegiatura se la pagó una beca que consiguió en el banco donde trabajaba como auxiliar del auxiliar del auxiliar de un contador de medio pelo. Lo que tenía –un terrenito en su pueblo– lo vendió para el enganche de una casa donde muy conchudas vivían su madre y sus hermanas. La hipoteca se comía casi cada peso de los de antes que ganaba. Se quedaban sin luz cada dos por tres y el pobre terco estudiaba a la luz de las velas. Una comida hacía aquel muchachito enjuto: torta de plátano. A veces compraba la de uno cincuenta, en telera de tabla, pero casi siempre era la de un peso, en bolillo chiquito.

El queso era lujo de los días de quincena. La nata, un golpe de genio que le llegó ya en su adultez sin hipotecas.

Eso es lo que realmente quería decirme, pienso. Él, celoso hasta de su propio tiempo, no sabe compartirse; así que aprendí a leerlo entre líneas y silencios.

—¡Con queso! —digo más emocionada de lo que estaba; temo que si no me ve interesada no me contará más historias.

—¿Está buena, verdad? Oh, pues ya ves, júntate conmigo.

~

07292018_25dejulio-torta de platano 05.JPG

Una vez le convidé a mi padre mi propia versión de su torta de plátano: con queso provoleta. No le gustó. O eso dijo. Para él siempre fue quesillo porque así recordaba un gigantesco triunfo de su vida. Yo le pongo otros quesos por dos razones: 1) porque resalta más ese saborcito mantequilloso, lácteo y cálido; y 2) porque no seríamos nosotros si yo no hiciera lo que se me pega en gana con sus inventos y sus historias.

Receta: Torta de plátano con queso o nata–

Un bolillo fresco partido por la mitad y sin migajón debe ser untado con plátano bastante madurito. Plátano y medio por bolillo es buena proporción. El provoleta va encima, en rebanadas delgaditas. La única complicación es no ponerle demasiado queso –60 gramos, quizá–. Si es con nata, unas cinco cucharaditas son suficientes. Hay que espolvorear con azúcar, tantita canela y una pizca de sal.

Toda variación es bienvenida pero lo inevitable siempre será la urgencia de comerla antes de que plátano se ponga negro. Sabe mejor cuando el queso está frío –contrasta con la tibieza del plátano, le da un poquito de vida, de comida recién hecha para ti– y cuando el azúcar aún no se derrite. Ese crunch de los cristalitos es parte del encanto.~


#25deJulio es un espacio que Margot Castañeda, escritora y editora (y colaboradora de HojaSanta desde el mero principio), dedica a las comidas del recuerdo, esas que nos devuelven a un punto clarísimo del pasado. Ésta es su primera entrega, pero podrán encontrar las futuras en este link