Café todo el día

 

fotos por Paula Tobón

El café no necesita una defensa pero tal vez una motivación para beberlo más. Tomamos, en promedio, 3.1 tazas al día, lo cual es un dato feliz pero todavía un poco escaso.

Es sabido que cada mañana necesita el empuje de una taza de buen café para echarse a andar. El café es como el botón de ignición de un motor que debe estar andando unas dieciocho horas. Es el combustible inicial, la bandera de arranque. Hay gente que de veras no funciona si no ha obtenido ese empujoncito. (Cuéntennos en ese grupo.) El café matutino despierta el buen humor pero también el filo, la inteligencia. No requiere pan pero el pan es siempre bienvenido. Votos: si no lleva leche, un cuernito; si lleva leche, una concha. En otros casos opten por un trozo de baguet. (¿Con nutella? Bueno.)

Ese mismo impulso intelectual del café es el que hace más llevadero el trabajo. No sólo más llevadero: más productivo, más afinado, más enriquecedor para quien lo consume y para sus colegas. El café en el trabajo es parte del engranaje del entendimiento, de la razón. A eso de las diez de la mañana es como una chispa, como una bengala.

Luego, hacia la una de la tarde, el café –sobre todo si es frío, con hielos, tal vez ligeramente aromatizado– es como un refresco para adultos. Es una suerte de pausa o de respiro. Es darle al día lo que pide y robarle al lento paso de las horas lo que nos quita. Es apresurar la hora de la comida, ese oasis colocado en medio del desierto.

Después de la comida es necesario un café también. ¿Qué sería de la sobremesa sin café? Nada: simplemente no existiría. No se trata de ponerla a competir, pero la sobremesa es la mejor parte de la comida, incluso si comemos solos y nuestra sobremesa dura lo que dura un café. Es un momento de exploración: de exploración de los amigos, de los compañeros de mesa o de nosotros mismos. Si estamos solos, es un momento de extraviarse en la lectura, en la pantalla del teléfono, en nuestros pensamientos. Toda comida digna debe reservar un espacio para la sobremesa.

¿Y han notado ese momento de la tarde –deben ser las cinco, las cinco y media– en que de pronto se antoja un bocadito y un café? Nunca se los nieguen. Son el lubricante para llegar hasta la noche. Porque en la noche, para cerrar este día como cualquier otro, hay que echarse un último café, ¿cierto? Cada quien, claro, pero la recomendación es beberlo en un coctel. Un carajillo, por ejemplo. Un par de onzas de licor, un espresso y hielo. No olviden shakearlo, shakearlo como si no hubiera un mañana. Aunque sí hay mañana, y empieza con un café.