Chile: Exploración y especias

 

por Alonso Ruvalcaba

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Nadie lo ignora: el comercio de especias ha sido uno de los impulsos más emocionantes del viaje. Viaje por el tiempo: la pimienta de la India camino de Medio Oriente ya 2000 años antes de Cristo: recorría el valle del Indu o zarpaba del golfo Persa y el mar Rojo; el control del comercio en manos de árabes e indios, al menos hasta el Mediterráneo; la distribución hacia el norte por los fenicios al menos hasta que Alejandro Bicorne de Macedonia destruyó Tiria y se mudó a la boca de Nilo; el paso del control a manos romanas; el viaje desde Roma hasta India, que tomaba dos años; el descubrimiento del marino Hípalo de cómo usar los vientos del monzón: el viaje se redujo a un año… Este comercio, también, estuvo en el impulso en los grandes años de la exploración renacentista de portugueses, españoles, ingleses, holandeses, franceses. Así, cuando Camões se propuso cantar la épica de los Lusíadas, es decir de ese héroe colectivo, los portugueses, pudo intercalar esta octava:

Leva algũs Malabares, que tomou
Per força, dos que o Samorim mandâra,
Cuando os presos feitores lhe tornou:
Leva pimienta ardiente que comprara:
A seca flor de Banda nao ficou,
A Noz, & o negro cravo, que faz clara
A noua Ilha Maluco, coa canella,
Com que Ceilao he rica illustre & bella,

que el conde de Cheste tradujo así:

Indios lleva consigo los mejores
De los que el Samorim le hubo mandado
Cuando volvió á las naves los factores; 
Lleva ardiente pimienta, que ha mercado: 
Ni de Banda olvidó las secas flores: 
La nuez y el negro clavo, que ha ilustrado
La isla Maluco; y la canela rica, 
Que á Ceilan enriquece y magnifica.

Mas la exploración y las especias, como un todo, exceden por mucho mi capacidad sintética y, obviamente, mis elementales conocimientos. ¿Y si explorara yo, con más modestia, la vida de una “especia” (las comillas no son caprichosas) desde que hombres de barba que venían del otro lado del Atlántico la vieron por primera vez, y la probaron, entre fascinados y enchilados –escribir enchilados es un anacronismo voluntario–, y comprendieron su utilidad y su belleza sápida, hasta que la escribieron y la publicaron en un idioma romance al que final y naturalmente iban a pertenecer?

Para el principio de una historia de “chile”

Exploración a través de exploraciones, la búsqueda de la primera aparición de la palabra chile en español (en inglés el siempre útil Oxford English Dictionary da una de 1662; se encuentra en el Indian nectar, or a discourse concerning chocolata; dice: “some Pepper called Chille… was put in it”. Rarísimo: casi doscientos años después de que el chile entrara a los idiomas y el comercio de Occidente; y tan raro que ya algunos autores han señalado al menos dos anteriores: una en A New Survey of the West-Indies de 1648:

Whether all England could afford ſuch a dainty as a diſh of Frixoles (which is the pooreſt Indians daily food there, being black and dry Turkey or French beanes boyled with a little biting Chille or Indian pepper with garlicke, till the broath become as black as any Inke)”;

y otra de 1604, en una traducción de la historia de Acosta: “Indian pepper... In the language of Cusco, it is called Vchu, and in that of Mexico, chili”) habla de viajeros, de noches y días larguísimos en el mar, de enfermedades, de motines, de descubrimientos felices o infelices. Nadie ignora que el viajero Colón andaba buscando especias, entre otras cosas, y una manera más fácil y rápida de conseguirlas que las interminables navegaciones de la época; tal vez él fue el primer “occidental” –aunque, para el caso, los americanos eran más occidentales que él– que oyó hablar de un chile. Tristemente, no sobrevive el manuscrito del diario que Colón llevó en su primer viaje; pero Bartolomé de las Casas hizo un abstracto del diario, que Martín Fernández de Navarrete encontró en 1790 y publicó en 1825; el 15 de enero de 1493, si hemos de creerle al buen Bartolomé, Colón anotó:

También ay mucho axí, qu’es ſu pimienta, d’ella que vale más que pimienta y toda la gente no come ſin ella, que la halla muy ſana, puédenſe cargar cincuenta caravelas cada año en aquella Eſpañola.

(El párrafo puede leerse ahora en el tomo 2 de Viajes medievales, edición y prólogo de Miguel Ángel Pérez Priego, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2006.)

Lástima que Bartolomé hizo su trascripción en el siglo XVI, mientras preparaba su Historia de las Indias: no podemos contar esa aparición del significado como la primera. Esa primera ocurrencia –una vez más: no del significante, sí del significado– debe estar en una carta que mandó Colón a España el 15 de febrero de 1493:

En estas iſlas donde ay montañas grandes, ahi tenia fuerça el frio eſte ynvierno; mas ellos lo ſufren por la coſtumbre con la ayuda de las viandas que comen con eſpecias muchas y muy calientes en demaſia.

Qué rico curarse el frío con chilito. Diego Álvarez Chanca vino con Colón en 1494; en enero escribió (todavía no aparece la palabra, pero ya estamos muy cerca):

El mantenimiento suyo es pan hecho de raices de una yerba que es entre árbol é yerba, é el age, de que ya tengo dicho que es muy buen mantenimiento: tienen por eſpecia, por lo adobar, una eſpecia que se llama Agí con la cual comen también el peſcado, como aves cuando las pueden haber, que hay infinitas de muchas maneras.

Pietro Martire d’Anghiera, que en español llamamos simplemente Pedro Mártir, había nacido en Italia en 1457; en 1501, ido en misión diplomática a Egipto; sido titulado Maestro de Caballeros; en 1511, recibido el puesto de cronista de las Indias. Esas crónicas, que él llamó décadas, iban a aparecer completas en 1530, bajo el encabezado De Orbe Novo. En la Década 5 escribe esto:

De pipere inſulari continentique nunc parum. Nemora fructibus fulta piper gignentibus habent; dico piper quamquam non ſit piper, quia piperis habeat vim & aroma, nec pipere vilius granum illud, vocant ipſi haxi vltima acuta, papaueris ſupat altitudinem. Colligunt ex illis grana vti ex iunipo aut ſapina, non ita grandia penitus; duæ ſunt illius grani ſpens, quoque aiunt alii; ſeſquidigito humano longum eſt vnum, pipe mordentius & acutius, rotundum aliud non maius pipe. Sed hoc pellicula, carniculis, & animulis conſtat, quem tria calidam habent acrimoniam. Eſt tertium non acre aromaticum tamen, quo ſi vteremur, Caucaſeo piper non indigeremus, dulce appelant boniatum, acre nuncupant caribe, quia aſperum & forte, inde Caribes appellant Canibales, quia fortes illos & acres eſſe fateantur.

Que, en traducción rápida, significa:

Algo puede decirse de la pimienta que se recoge en las islas y en el continente. Dije que la pimienta crecía en los bosques; pero no es pimienta, aunque tiene similar potencia y sabor, y se la estima tanto. Los nativos la llaman ají. Es más alta que una amapola, y los granos se recogen de este arbusto como de un pino, aunque no son tan grandes. Hay dos variedades de estos granos: una tiene medio dedo de largo, y su sabor es más agudo y picante que el de la pimienta; la otra es redonda y no tiene más sabor que la pimienta. Su piel y su centro tienen un sabor picante pero no muy agudo. Hay un tercer grano, que no pica pero es aromático. Cuando se usa ya no hay necesidad de pimienta caucásica. La pimienta dulce se llama boniatum y la pimienta picante se llama caribe, fuerte y aguda; por esta misma razón los caníbales se llaman Caribes, porque son fuertes.

Quién sabe cuánta razón tendría Pedro Mártir en esa última afirmación, pero es muy llamativa y merece un pequeño paréntesis que en algo retratará la personalidad de aquellos viajeros.

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Paréntesis caníbal

El término caribe, en efecto, mucho tiempo tuvo (y ocasionalmente acaso sigue teniendo) significados negativos. Así dice la entrada del Diccionario de Autoridades en 1729: “El hombre ſangriento y cruél, que ſe enfurece contra otros, ſin tener lástima, ni compaſión. Es tomada la metáphora de unos Indios de la Provincia de Caribana en las Indias, donde todos ſe alimentaban de carne humana.” Y cita un pasaje de la Vida de San Gerónimo, de Sigüenza: “Caſi todos los de aquellas riberas eran caribes, cebados en carne y ſangre de hombres.” También está la variación caribano, “voz voluntaria è inventada”, que aparece en un pasaje gongorino:

Donde la crueldad y el vicio
del bárbaro caribano,
cuerpo ſacrifica humano,
y ſe come el ſacrificio.

(La Academia, ahora, da como uso de Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela la palabra caribe para decir “picante, que excita el paladar” y “que muerde”, como en el caso de la hormiga caribe: usos hermanos.) Muchos exploradores y autores, fascinados por las noticias que llegaban de América, escribieron sobre la práctica del canibalismo. Siempre asombrados, casi siempre asustados, casi nunca conciliadores: los exploradores, hombres del mar, de la sangre y la aventura, padecían alcances limitados. Ni modo. En el capítulo treinta del primer libro de sus Ensayos, Montaigne documenta una costumbre de la France Antartique –Brasil–, donde hombres rostizan y jamban a sus enemigos, y a sus amigos ausentes les envían itacates (et en envoyent des loppins à ceux de leurs amis, qui sont absens). También declara que esto no se hace por alimentación, sino por una venganza extrema. Él si conciliador y amable, agrega: “Creo que es más bárbaro comerse a un hombre vivo que comérselo muerto; desgarrar por medio de suplicios y tormentos un cuerpo todavía lleno de vida, asarlo (le faire rostir par le menu), y echarlo luego a los perros o a los cerdos; esto no sólo lo hemos leído, sino que lo hemos visto recientemente, y no es que se tratara de antiguos enemigos, sino de vecinos y conciudadanos, con la agravante circunstancia de que para la comisión de tal horror sirvieron de pretexto la piedad y la religión. Esto es más bárbaro que asar el cuerpo de un hombre y comérselo, después de muerto.” Es decir: un poco de perspectiva. Shakespeare no fue insensible a Montaigne, ni a los reportes de aquel nuevo mundo. El protagonista caribeño de The Tempest es Caliban: anagrama de caníbal, y la historia de Otelo incluye batallas, sitios y fortunas, montes cuyas cimas tocan el cielo, “Cannibals that each other eat, The Anthropophagi, and men whose heads Do grow beneath their shoulders…” 

Y es que, además de que eran tiempos en que se revelaba un mundo, también eran tiempos desesperados: tiempos de guerras constantes por todas partes. Dice también Shakespeare en voz de Antonio: Thou did’st drinke The stale of Horses, and the gilded Puddle Which Beasts would cough at: bebiste orines de caballo, y del charco dorado que repugnaría a las bestias, y peor aún: On the Alpes, It is reported thou did'st eate strange flesh, Which some did dye to looke on: ¿qué carne extraña, capaz de matar a hombres con sólo verla, fue comida allá en los Alpes? ¿De humano? Y todo aquello was borne so like a Soldiour, that thy cheeke So much as lank’d not, lo aguantaste como buen soldado, nunca tembló tu mejilla. Aunque esos versos se pronuncian en otros tiempos y casi otro mundo, queda claro: la inquietud caníbal estaba en el aire. Y es que, además, eran tiempos de hambre, y el hambre extrema nos hace caníbales. Hay un poema de Juan del Enzina en que una mujer recurre al truco de peor-es-nada y se come a su hijo. En La Numancia de Cervantes una mujer, ya en las últimas, le dice a su bebé mientras lo “amamanta”: 

¿Qué mamas, triſte criatura? 
¿No ſientes que, a mi despecho, 
ſacas ya del flaco pecho
por leche, la ſangre pura?

Lleva la carne a pedazos
y procura de hartarte, 
que no pueden ya llevarte
mis flacos canſados brazos. 

Y eran tiempos de paranoia. Todos los extraños, sobre todo de ese nuevo mundo que estaba de este lado, todos los excluidos de la religión eran de temer: seguro comían gente. Ya vimos lo que dicen las Autoridades, Sigüenza y Góngora. No mentían del todo. Motolinía observó en su Historia de los indios que en México hacían unos tamales de maíz y “cantaban y decían que aquellos bollos se tornaban carne de Tezcatlipuca, que era el dios o demonio que tenían por mayor”, y “comían aquellos bollos, en lugar de comunión o carne de aquel demonio; los otros indios procuraban de comer carne humana de los que morían en el sacrificio, y ésta comían comúnmente los señores principales y mercaderes, y ministros de los templos”. (Por cierto, esta noticia recuerda al “tamalero asesino” quien en 2004 mató a su cuate y supuestamente iba a disponer de su cuerpo en unos “bollos”; él lo negó con esta felicísima declaración: “Por eso lo corté en pedazos, para echarlo por el caño y que se lo comieran las ratas, no para hacerlo tamales. ¡N’ombre, si no estoy loco para hacer eso!”)

La aparición de “chile”

Dice Pedro Mártir: vocant ipſi haxi: llámanlo ají. Vámonos a México, que el chile ya está a punto de llegar a caracteres latinos: los exploradores y sus hermanos los predicadores, viajeros de la geografía de la tierra y el alma, querían anotar lo que veían, glosar todas esas sonoras voces, fijar en el tiempo. Fray Bartolomé, uno de los grandes, terminó su Historia de las Indias en 1561; ahí coló este párrafo:

Esto llevó por muestra á los Reyes, no supe si salió ser ruibarbo, ó si Vicente Yañez se engañó: Tuvo el Almirante por buena especería la pimienta desta isla que llaman axí, diciendo ser mejor que la pimienta y manegueta que se traia de Guinea ó de Alejandría (y, cierto, ella es buena, como despues se dirá), por la cual imaginaba que debia de haber otras especies della.

Otros hombres, en México, mandaron a hacer códices para mejor entender a los indígenas y su visión del mundo, sorprendente, bella y atroz también. En uno de esos códices, el mendocino, por dar un ejemplo, aparece lo que sin duda debió pronunciarse chilli –el códice se hizo en la ciudad de México, algún tiempo después de la conquista–; está el folio, donde se ven dos chilitos como de árbol; el glosador, lástima, escribió ahí: “de axi seco”. Tal vez el primer chile en caracteres latinos está en el volumen del gran Bernardino de Sahagún, en náhuatl, en 1569:

Chilnamacac, aço colitli, mjlchiuhquj, anoço tlanecujlo, qujnamaca in texochilli in chilpatlaoac, in chilacatl, in chilcoztli, in cujtlachilli, in tenpilchilli, in chichioachilli,

que, según esto, quiere decir:

El vendedor de chile o trabaja en los campos o sólo vende; vende chiles rojos suaves, chiles anchos, chiles rojos picantes, chiles amarillos y cuitlachilli, tenpilchilli, chichioachilli.

Y llegamos a 1590, el año en que el jesuita José de Acosta publicó su excelente Historia natural y moral de las Indias; ahí podemos leer esto: “Pero la natural especería que dió Dios a las Indias de occidente es la que en Castilla llaman pimienta de las Indias, y en Indias por vocablo general tomado de la primera tierra de islas que conquistaron nombran ají, y en lengua del Cuzco se dice uchu, y en la de Méjico, chili.” ¡Por fin!

Final

A través de los siglos, una palabra nace, crece, vive, cambia con las mujeres y los hombres que la pronuncian, se carga de significados, se despoja de ellos, su sonido madura también, madura toda ella como un fruto y a veces cae del árbol como un fruto demasiado maduro y muere y se pudre ahí y luego desaparece en el aire. La exploración de esa vida, la vida de una palabra, una palabrita tan pequeña como chile, es tan digna o tan trivial como la de una selva verdinegra o un mar tendido frente a nosotros en un horizonte inabarcable.~