Sanvalentín: La comida del amor

 

por Antonio Calera-Grobet; fotos: Jerry Hsu

 
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Y ahora que me has botado para siempre, en este dizque mes de los enamorados me doy cuenta de que no te extraño para nada, ni me acuerdo de nada de lo que vivimos juntos. Nada de cuando caminábamos por ahí de las tres de la tarde, buscando fonditas y restaurantes, para no tener luego que lavar los platos y vasos, en fin, todo lo que dejamos regado cuando atacamos con hambre. No me acuerdo tampoco de todas las veces, aburridísimas todas, que nos estampamos en las vitrinas del Sanborns como ventosas por tus tortugas de chocolate, tus mangos con chile, tus nueces de la India para meternos al cine.

Nada de cuando pasábamos por la cafetería del parque a pedir nuestros molletes, molidos por el paseo, casi al morir la tarde, y recordábamos cuando éramos pequeños en las colas de la cooperativa, para comprar nuestras papas fritas, nuestros dulces de leche, nuestras palomitas. Ni siquiera traigo a cuento cuando andábamos de antojo, de garibaldis o eclairs, napoleones de El Globo, que devorábamos como niños viendo películas los domingos, o cuando iba al Súper 7 o al Seven Eleven (como se llame), y compraba dulces y chocolates para aplacar nuestra ansiedad viendo la tele, arranados en aquel viejo sofá tragando hasta la saciedad. No sé nada tampoco, claro, de nuestros licuados de piña y alfalfa, antes de la tradicional bomba de barbacoa en el mercado, luego de las compras para toda la semana. No guardo en la memoria ni las nieves de Copelia que nos chutamos en Cuba (como siempre de arroz con leche) ni las paletas percheronas de San Andrés Tuxtla (tú como siempre dijiste pistache). Menos el cerdo de Berlín, el pantomate de España, el full english breakfast con té negro, ¡preparado alevosamente por tus tías a las seis de la mañana!

 
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Mucho menos tengo que ver ya, y lo digo en serio, con ese puestito blanco de los tacos que tanto te gustaban, cuando te llevaba tus cuatro de suadero y dos de tripa y tu Boing helado, de lata, por supuesto de guayaba. Y no siento nada, de verdad, cuando nos salió hace un año esa chamba de la nada, y nos fuimos al D.O., al Biko y al Pujol, e invitamos a toda la banda a una carne asada, y a los dos días ya estábamos en el Valle de Guadalupe, bebiéndonos todos los vinos de Ensenada. No me vienen a la cabeza tampoco los exámenes de las dietas, cuando pedíamos cosas verdes a los locales pijos de la glorieta, cualquier cantidad de rollos y decíamos: ¡Qué más da si esto engorda! ¡Y comíamos y comíamos! Ni idea de las tortas gigantes en el parque, las flautas de pollo o los sopes en manteca, cuando jugaba la selección, al medio tiempo, casi siempre pocos goles como lo dicta su receta. Ésos fueron nuestros trofeos por levantarnos temprano, haber ganado la beca, haber superado supuestamente las grandes crudas de antaño.

Y no me olvido, quiero decir no me acuerdo, de todas las veces que te hice de comer como el arte manda, el atún fresquito vuelta y vuelta, el boeuf bourguignon o el cordero a la menta, la rock cornish o el pato laqueado, con tu ensalada preferida con feta y cilantro. Tampoco recuerdo las quesadillas de sesos o las gorditas de chicharrón (que hubiera llevado a tu mamá o a tus hermanas o a tu hermano el más grande y más mamón); esas hamburguesas triples, decenas de hot dogs, los mentados días de tus amigos en casa por el maldito Súper Bowl. Tampoco los algodones de azúcar el día del Grito, los camotes o plátanos con crema, los hot cakes de carrito, las gorditas de nata (a diez pesos la bolsita), las alegrías en el coche rumbo a la chamba o de regreso de la oficina.

Y para terminar te digo que me siento muy bien al comer solito, a una cuadra de mi casa, en un lugar bien chiquito. Y hasta me dan postre doble por hablar de estas cosas, y por eso les invento que estuve contigo aunque no sea cierto ni te conozca. Les digo que ya no me importa con quién comas ahora y esas pavadas, y que no te extraño ni me acuerdo de nada, y me la paso muy bien encerrado en la casa.~


Este texto apareció originalmente en Sobras completas (Bonobos, 2017). Reproducido con permiso del autor.