Gula y remedios para el amor

 

por Alonso Ruvalcaba; ilustración: Marina Silva

La relación de la Iglesia y la comida es tirante. Está siempre ahí la tentación de la gula, del exceso de comida y alcohol, pero caer en ella nos condena no sólo al infierno (para la gente que cree en estas cosas) sino a la exclusión en una sociedad brutalmente inclinada hacia la delgadez. Caer en la gula también enciende nuestras pasiones: echa a andar la libido, la gente nos parece más atractiva, nosotros les parecemos más atractivos, nos inclinamos unos hacia los otros y, de pronto, ya estamos cogiendo. De ahí al enamoramiento y por tanto a su enfermedad –el abandono, los celos, la desesperación– hay sólo un par de pasos. La gula es una de las causas del amor pasión.

Este texto es una exploración bipartita: primero, un examen de la gula, su naturaleza, su representación y su castigo; segundo, un recordatorio de que el revés de la gula –es decir, la templanza, la moderación e incluso el ayuno– puede ser la cura para el amor, esa enfermedad que todos, alguna vez, tenemos que padecer.

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Primera parte: Examen de la gula

Al principio de nuestra caída está el acto de comer. “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y le puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto comerás; mas del árbol de ciencia del bien y del mal no comerás de él; porque el día que de él comieres, morirás.” (Gén. 2:15-18.) Jehová da entonces a Adán una mujer, extraída de su cuerpo, y también le advierte a ella sobre el árbol de la ciencia. “Y vió la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable á los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dió también á su marido, el cual comió así como ella.” (Gén. 3:6.) Fue un acto de desobediencia pero algunos, como el Bulero de los Canterbury Tales, han visto en este acto un primer pecado de gula:

O glotonye, ful of cursednesse! 
O cause first of oure confusioun!
O original of oure dampnacioun

[The Pardoner’s Tale, vv. 498-500; en la versión de la editorial Cátedra: “¡Ah, infame gula, causa primera de nuestra perdición, origen de nuestra condenación […]!]

El pecado

La gula puede verse como el peor de los siete pecados capitales porque es capaz de engendrar a los otros seis: la lujuria y la pereza, obviamente, pero también la avaricia del comesolo y la envidia del que lo ve comer; la ira borracha que puede sacar un arma porque sí (la gula, aunque ahora no siempre se cree así, incluye los excesos del alcohol); la soberbia de alguien como Trimalción y su presuntuoso y para algunos ridículo festín (tal vez no para Petronio Arbiter, que lo narra en el Satiricón con una mirada entre cruel y babeante), con sus platos que corresponden al zodiaco (criadillas y riñones para géminis, langosta para capricornio), sus jaurías de perros y su jabalina con gorrito y jabatos hojaldrados mamándole las tetas muertas… ¿Cómo la descubres dentro de ti? Gregorio Magno (o Gregorio Taumaturgo, como lo apostrofan otros historiadores), pretor de Roma, es especialmente estricto, sistemático:

A veces, se anticipa a los momentos de necesidad; a veces, pide carnes costosas; a veces, exige que la comida esté cocinada con delicadeza; a veces, sobrepasa las dimensiones de un piscolabis comiendo demasiado; a veces, pecamos por el mero acaloramiento de un apetito desmesurado.

[Citado en Gluttony de Francine Prose, Oxford Univeristy Press, 2003.]

Evagrio Póntico propone: la gula es alimento de los malos pensamientos, pereza en el ayuno, obstáculo para el ascetismo, peligro para los propósitos morales, potro desbocado, frenesí desenfrenado, receptáculo de enfermedad, envidia de la salud, obstrucción de los conductos, ruido de tripas, la más extrema atrocidad, cómplice de la lujuria, corrupción del intelecto, debilidad del cuerpo, dificultad para conciliar el sueño, muerte lúgubre.

Y ya vimos que los más extremistas culpan a la gula incluso de nuestra primera caída: si Adán y Eva, golosos, no hubieran comido ese fruto (¡una mordidita!), aún retozaríamos, desnudos y hermosos en el jardín del Edén.

La representación

Otra es la Gula con mayúsculas, el símbolo, el monstruo que nos atrapa y nos condena y que es, al mismo tiempo, el más horrible y el más fácil de representar de todos los pecados capitales. (A ver, dibújense una Envidia.) En el Livre des bonnes mœurs (siglo XV) hay una ilustración, ‘Gula y abstinencia’: el abstinente es un padre en vida retirada, contemplativa; el glotón es un hombre con la mirada lasciva o iracunda (o ambas) con un festín ante sí, en una mano la garrafa de vino y en la otra ya la copa en los labios, bebiendo desesperadamente. Es, digamos, una representación bastante mesurada. El Bosco, en La mesa de los siete pecados capitales (~1490), es más afilado. (Es el Bosco, ya lo conocen.) Los glotones están comiendo y bebiendo ferozmente, pero también hay un niño gordísimo al que al parecer no están atendiendo, ya tiraron un banco, algo que parece un bastón y un pincho con un salchichón. También memorable: la representación de la Gula en Se7en (1995) de David Fincher: un hombre brutalmente obeso, ahogado en su propio vómito, forzado a comer hasta la muerte; un hombre, como lo describe su anónimo asesino, “repulsivo que apenas podía ponerse de pie; un hombre que si tú lo vieras en la calle, se lo señalarías a tus amigos para que entre todos se burlaran de él; un hombre que, si lo vieras mientras estás comiendo, no podrías terminarte tu platillo”.

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Pero acaso la más alucinante y extremista de las representaciones sea la de Edmund Spenser en el canto IV de The Faerie Queene (1590-1596), esa suerte de compendio del Universo e Inglaterra que puede ser, alternativamente, tan entusiasmante o tan aplastante como el propio Universo o la propia Inglaterra. Es el desfile de los pecados. (Gluttony es the second of that crew.) Aquí la Gula viene cabalgando un puerco asqueroso, la panza inflamada por la lujuria o la opulencia (up-blowne with luxury), e incluso sus ojos cebados por la gordura, su cuello el de una grulla, y todo el tiempo, como una bestia (most like a brutish beast) arrancaba flemas de la garganta, tanto que todos lo detestaban (that all did him deteast); viene vestido de parras verdes pues todo lo demás le da calor; una guirnalda de yedra como tocado, bajo la cual caía sudor (from under which fase trickled downe the sweat), y comía y bebía de una copa, y apenas podía sostenerse (his dronken corse he scarse upholden can), y así, durante varias estrofas imposibles de repetir en este espacio.

[Dos notas: el retablo del Bosco está en el Museo del Prado; las tres estancias de The Faerie Queene sobre la Gula pueden leerse aquí.]

El castigo

En el infierno de Dante los glotones padecen eterno mal tiempo (lluvia, granizo, nieve, frío); su mundo es un manglar pestilente. (Inferno, canto VI.) En el Book of Good Providence (siglo XV), se lee que la mesa de los glotones está en llamas: esas mismas llamas infernales que fuerzan a los pecadores a suplicar paja, mierda, orina para comer o beber; también comen ranas, insectos, lagartos, forzados por los demonios. En el tríptico El Juicio final del Bosco (~1482) se ejerce la máxima ironía: los glotones se convierten en comida, que será devorada por otros glotones, en una espiral infinita; los glotones hierven en un caldero; la cabeza de otro pecador está en una sartén, y un brazo también; alguien prepara unos huevos; hay hombre asado, que un demonio ató con las manos en los genitales. (También en el Juicio final de Fra Angelico, 1425-1430.) En Inferno, fresco de Giovanni da Modena (~1410) un demonio está comiendo glotones y, al tiempo que los come, los caga en un círculo pecaminoso. En Bruegel, los glotones nadan en vómito, se tumban hasta la madre, caóticos, contrahechos…

Y en el siglo XXI: el peor castigo de todos: eres gordo, sudas, apenas puedes moverte sin colapsarte, estás condenado al ostracismo, a la risa de los otros, a la soledad.

Salvación

Cuando suene la trompeta y venga el Señor a ejercer su duro juicio, lectores de HojaSanta, compañeros pecadores de gula, citen las enseñanzas del Eclesiastés, que en 2:24 dicen esto: “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios.” Si no los condenan, si el Juez los absuelve, díganle que lo leyeron aquí.

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Segunda parte: Remedia amoris

Del amor heroico, causante de melancolía

Dice Robert Burton (The Anatomy of Melancholy, Third Partition, 1652) que el Amor Heroico es causa de melancolía; que la razón de este amor es la belleza o la guapura proveniente de las mujeres; que afecta el hígado y que llámase heroico porque suele poseer a los nobles y a los espíritus más generosos; que aunque es más evidente en los seres humanos se extiende al mundo vegetal y a las criaturas sensibles y a las sustancias incorpóreas; que su pedigrí es muy antiguo, que comienza con el mundo y que ningún poeta ha podido descubrir quiénes son los padres del amor; que para Hesiodo sus padres son la Tierra y el Caos, antes que nacieran los dioses (Ante deos omnes primum generavit amorem); que para Plutarco son Iris y Favonio; que Sócrates, “en ese gustoso diálogo de Platón”, lo hace hijo de Pobreza en el banquete del festejo por el nacimiento de Venus, que aún lo cuida, y que la historia de Aristófanes va así: en el principio los hombres tenían cuatro brazos y cuatro piernas pero que fueron orgullosos, que se comparaban con los dioses, y que fueron divisos, y que hoy por acaso esperan ser unidos a través del amor; y que si al amor se le pintaba joven es porque los jóvenes son más aptos para el amor; si suave y blanco porque a estas gentes es a las que atrapa más pronto; si desnudo porque el afecto verdadero es sencillo y abierto; si con un carcaj porque es poderoso; si ciego porque, bueno, esa se la saben... Magnus daemon, “as Plato calls him”, los poetas expresan su poder y su soberanía; es el más fuerte y el más alegre de los dioses, según Alcino y Ateneo; Amor virorum rex, amor rex et deum: dios de los dioses y gobernador de los hombres: pues todos debemos honrarlo, guardarle un día, adorarlo en sus templos, venerar su imagen (numen enim hoc non est nudum nomen) y hacer sacrificio en su altar. Que las plantas también se inclinan en ese altar, que en las Geórgicas de Florencio hay una palma que amaba con amor ferviente a otra palma, y que no se consolaba hasta que su amante se inclinaba, y que se podía ver a los dos árboles, que tendían sus ramas y abrazábanse y besábanse; que Amiano Marcelino reporta que los árboles se enamoran si crecen juntos; también lo observa Filostrato y Galeno dice que los árboles enferman de amor y que dispónense a morir; que si crees que son cuentos leas la historia de aquellas palmas de Italia: una creció en Brindisi, la otra en Otranto, que no daban fruto hasta que crecieron lo suficiente que alcanzaron a verse a lo lejos, que lo leas en el excelente poema de Jovianus Pontanus, que fue tutor de Alfonso el Hijo, rey de Nápoles; que los toros, los osos, los jabalíes aman tanto que se matan unos a los otros; que los leones y los ciervos son tan feroces en su amor que los oyes luchar a una milla y media; que las aves cantan de amor ob futuram venerem: con la esperanza de los críos por venir; que los peces adelgazan y entristecen de amor; que un tritón se enamoró de una joven y la robó stupri causa y la ahogó: así tiraniza el amor a las criaturas; y que los espíritus del aire y los demonios del infierno se enamoran también aunque lo nieguen Wierus y Biarmannus, que el diablo tiene ayuntamiento carnal con mujeres y que un tal Menippus Lycius, joven de veinticinco años, encontró un fantasma disfrazado de mujer hermosa, y que ésta llevólo de la mano, le dijo que era fenicia y le prometió que si copulaba con ella bebería el vino más dulce y la oiría cantar y que ella viviría y moriría a su lado, porque él era hermoso y amable...

Remedios contra la melancolía

También dice Burton que, aunque sea difícil regresar de un infierno al que se desciende tan fácilmente (facilis descensus Averni), sí existen curas para este amor de hombres y creaturas y dioses, y que la principal que afirman los sabios (Avicena, Savonarola, Jasón Pratensis, Laurencio, Valleriola, Montaltus, Langius) para contrarrestar esta pasión necia y sin riendas es la dieta. Dice que es una sentencia muy vieja y muy conocida la que afirma: Sine cerere et saccho friget Venus: sin pan y sin vino se enfría el amor; que la vida ociosa y la alimentación libérrima que trae consigo son causas de este dolor; que las gentes pobres no padecen amor porque trabajan mucho y se alimentan groseramente; que Guianerio receta a sus pacientes andar descalzos, mortificarse, flagelarse ocasionalmente como hacen los monjes pero sobre todo ayunar: no beber del vino dulce, no comer del cordero y del potaje ni de ninguna carne; que Jasón P. sostiene que el cuerpo de las personas que se alimentan libremente está lleno de malos espíritus y de diablos y que su remedio es el ayuno; que Ambrosio afirma que el hambre es amiga de la virginidad y enemiga de la lascivia y que la comida libre y el hartazgo vencen a la castidad y cultivan toda suerte de provocaciones; que con ayuno se curó Hilario de las patadas de la lujuria; y los brahmanes de la India se cubren con pieles y se quedan en el suelo y sólo comen un plato cada día; que si esto no funciona Gordonio recomienda los azotes y el encierro, para enfriar el coraje del amor, y que allí se alimente de agua y pan al paciente hasta que reconozca su error y mude su pensar... Eso dice Robert Burton. Yo le creo.~