El carnaval de las latas

 

por Alonso Ruvalcaba; foto: Andrea Tejeda

Un ser humano ya bien entrado en la cuarta década de su vida –como, humildemente, yo– habrá visto casi todas las veleidades de los gustos y prejuicios humanos. Podría enumerar varias decenas de ejemplos, pero concentrémonos en uno: el producto enlatado. Cuando era niño y éramos pobrísimos (paupérrimos, tacha el corrector de estilo) comíamos directo de la lata. Abríamos una de atún y una de chipotle y las mezclábamos, de a poquitos, para hacernos sándwiches preciosos en pan de caja que calentábamos tantito en un comal. Invento que me recuerdo sonriendo como nadie más y dándole a mi perra, la Lady, la mitad de mi sándwich. Mi mamá decía que le iba a hacer daño, seguramente para que yo comiera un poco más y no estuviera tan flaco.

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Luego era mal visto comer de lata en la escuela. Tuve la desgracia de pasar por una secundaria privada (sólo un año, don’t @ me, culeros) cuando apenas íbamos saliendo de la pobreza. Craso error llevar Spam o atún porque el bullying era nuestra moneda corriente y yo lo padecí y sobrellevé día con día. Pero ¿no notaban todos esos tontos la increíble conveniencia de la lata de atún, del hermosísimo Spam, no comprendían el alcance de la industria humana que hay en cada lata, el impresionante avance desde nuestros neanderthales, desde que el hombre se bajó de un pinche árbol y estiró la mano y consideró que su mano servía para hacer herramientas? Respuesta: Nope, no lo notaban. Y aquí tengo la cicatriz de cuando me partieron los lentes en la cara para probarlo.  

Después llegaron los noventa, y el odio de la lata se extendió incluso más allá de la estupidez escolar. Un crítico se burlaba de los “bares de latas” (#humor). Era común pedir la ensalada niçoise con atún “fresco” o “sellado”, y probablemente eso amplió nuestros horizontes (al menos lo suficiente para terminar sabiendo que el bueno para esa ensalada es el atún enlatado o ya de perdis enfrascado). Había un repelús contra la lata. ¿Jitomate? Fresco. ¿Alcachofa? Fresca. No importaba si en realidad jitomates o alcachofas habían sido recolectados y enlatados en el punto más alto de su madurez, peak-season, los “frescos” parecían mejores. No lo eran. 

Más tarde las cosas cambiaron otra vez. Recuperamos la fe en la lata. ¿Qué es una lata sino una máquina del tiempo? Una manera de encapsular este instante, reloj detén tu camino, de tomarle una foto a este ser querido –jitomate, anchoa, atún, alcachofa– y decirle: nunca cambies. Los pizzaiolos de Roberta’s practican el jitomate enlatado para la salsa de su increíble pizza. La curaduría de la lata está cada vez mejor vista. Hay un conocimiento enorme en la localización y procuración de producto excelente enlatado.  

Porque así somos, hay un día en el futuro en que la lata será mal vista otra vez. Será la rebelde, será el alimento del jodido o del forajido. Pero por lo pronto celebremos su momento de dicha, su coronación. Es uno de los grandes logros de esta cosa que llamamos ser humano.~