El nopalito

El nopal no merece ese trato

 

por Mauricio González Lara; imágenes: Jessica Sandoval

Este texto apareció en nuestro volumen 13, dedicado al pan y el circo de la comida y la política. Si no lo tienen, consíganlo acá. Y suscríbanse a HojaSanta. Sin acarreos.

 
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Mi historia con el nopal empezó en los primeros años de mi adolescencia, concretamente en Tacos and Charlys, un local ubicado en Retorno 15 de Avenida del Taller 525, en la colonia Jardín Balbuena, en la Ciudad de México. Con la excepción de los sopes con pollo de Caldos Castro (localizado a unos metros de la esquina de Fray Servando y Galindo y Villa), la Jardín Balbuena no era —ni es— una colonia pródiga en antojos de ligas mayores, por lo que la visita inicial a Tacos and Charlys fue toda una revelación. Dos razones: primero, el lugar no le hacía el feo a la tortilla de harina, opción de la casa en la mayoría de sus platillos. Comer tacos con tortilla de harina es casi una blasfemia en el centro del país, pero Tacos and Charlys desarrolla argumentos convincentes para darles el beneficio de la duda. La segunda razón radica en el desenfado casi infantil de sus combinaciones; su buque insignia es el Dizque Light: «taco de delicioso queso holandés con jamón de pavo, bistec y un toque de nuestra especial chistorra con cebollita». El taco más memorable, sin embargo, es una combinación sencilla: bistec con nopal asado bañado en salsa de chile pasilla.

El romance fue inmediato. A diferencia de lo que pensaban mis amigos y compañeros de escuela, quienes veían a la planta como un equivalente natural del ADerogyl C –el famoso suplemento alimenticio de consumo diario y sabor horrendo que las mamás les dan a sus hijos para combatir enfermedades respiratorias–, el encanto franco del nopal asado me pareció el tálamo perfecto para la horchata ejecutada entre la salsa pasilla y la grasa del bistec. A partir de ese día he estado enamorado del nopal. Lo como casi diario, a toda hora; sea relleno, capeado, en jugos, ensaladas o guisados.

El nopal cuenta con diversas bondades nutricionales, ya que según numerosos especialistas ayuda a limpiar el organismo, bajar de peso y hasta controlar la diabetes. Pero la buena fama del nopal, en realidad, me importa un cacahuate. Pese a ser de largo plazo, mi relación no se basa en los valores o el prestigio, sino en la felicidad y el placer. Eso no significa, desde luego, que no resienta cuando alguien se burla de las características de mi cactácea favorita. Me molesta, en especial, el uso que se le da al mote «Nopalito» para describir a un político de poca inteligencia o nula capacidad directiva. A un imbécil, pues.

 
 

DE ORTIZ RUBIO A PEÑA NIETO

Pascual José Rodrigo Gabriel Ortiz Rubio, apodado por la prensa como «el Nopalito», gobernó México de 1930 a 1932, año en que presentó su renuncia, siendo hasta ahora el último presidente en dimitir del cargo. El mote obedece a la naturaleza del mucílago, la sustancia viscosa que acompaña a la planta: «es tan baboso como un nopalito». Ortiz Rubio, quien supuestamente ganó la presidencia gracias a un fraude perpetrado en contra de José Vasconcelos, es considerado el títere más sumiso de toda la historia de México. La población lo consideraba un monigote de Plutarco Elías Calles. La anécdota más famosa de su periodo es cuando pintaron, en la barda del Bosque de Chapultepec, la leyenda: «El presidente vive aquí, pero el que manda vive enfrente». En esos tiempos el presidente residía en el Castillo de Chapultepec y Elías Calles en Campos Elíseos. El Nopalito no toleró la presión de la sociedad y presentó su renuncia en el Senado tras consultarlo con Calles. Fue sustituido por Abelardo L. Rodriguez.

Desde entonces, el mote es usado para describir a presidentes cuyas reducidas habilidades de gestión detonan peticiones generalizadas de renuncia. «¡Ojalá no dé el nopalazo!», comentaban los altos mandos priistas a principios de 1995, en restaurantes como Les Moustaches o Sir Winston Churchill’s, frente a los reclamos dirigidos contra Ernesto Zedillo tras el ‹error de diciembre› de 1994. Los políticos creían que Zedillo era el Nopalito de Carlos Salinas de Gortari. Error. Zedillo mandó arrestar al hermano de Salinas y ningún priista volvió a asociarlo con mucílagos.

Algo similar ocurre actualmente con Enrique Peña Nieto, quien, en una encuesta realizada por el despacho Buendía & Laredo para El Universal –con fecha del 20 de noviembre– registra un 66% de reprobación popular; el dato más bajo de su sexenio. Las causas a las que Buendía & Laredo atribuyen tal desplome son por todos conocidas: bajo crecimiento económico, inseguridad y, sobre todo, el pésimo manejo del equipo presidencial respecto a la elección del nuevo presidente de Estados Unidos: Donald Trump. La historia tiende a repetirse. «¡Ojalá no dé el nopalazo!», vuelven a apuntar alarmados los capos priistas, ahora en tertulias llevadas a cabo en restaurantes como Morton’s y Morimoto.

Dudo que Peña Nieto realice un golpe de timón que le devuelva el respeto perdido. Es más, no me extrañaría que en unos meses, escrita a manera de grafiti en el muro levantado por Trump, apareciera la leyenda: «El presidente de México vive aquí, pero el que manda vive enfrente». Tan sabroso y saludable el nopal, qué duda cabe, no merece ser vinculado con esta clase de desgracias.