Atole con el dedo

 

¿QUÉ HAY DETRÁS DE ESTA EXPRESIÓN?

por Daniel Krauze; ilustración: Ana Sofía Morales

 
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La palabra atole viene del náhuatl (atl: agua; tláoli: maíz molido) y describe una bebida muy mexicana, más o menos barata y fácil de hacer. A mí siempre me ha gustado mucho. Me recuerda inevitablemente mi infancia: cuando mi papá me llevaba a Las Lupitas en Coyoacán y cenábamos machaca con huevo y tarros de un atole espeso sabor chocolate. También me recuerda a la preparatoria: cuando un vendedor de tamales se ponía frente a la puerta del colegio y mis amigos y yo le comprábamos tortas de tamal y un atolito en vaso de unicel. Ahora esa reja es una muralla de cemento, supongo que el vendedor ya no pasa por ahí.

Yo lo recuerdo con cariño, pero, en función de las expresiones populares mexicanas, el pobre atole aparece como una bebida segundona, chafa e insípida. Tener «sangre de atole» es ser un flojo, una persona sin carácter a la que es fácil manipular. «Más vale atole con risas que chocolate con lágrimas» significa que es preferible ser pobre y feliz que rico y desdichado; el chocolate implica riqueza y el atole pobreza. «Con la que entienda de atole, escoba y metate, con ella cásate» es un refrán ranchero –según la Academia Mexicana de la Lengua– que recomienda casarse con una mujer hacendosa, que sepa cocinar: el atole como símbolo de sumisión.

Las connotaciones negativas no se detienen ahí. Durante el último año de preparatoria, un amigo mío trabajó para un antro como parte del equipo de relaciones públicas. Al poco tiempo de arrancar con la chamba, mi cuate me confesó que los cadeneros y guardias de seguridad habían desarrollado una serie de códigos secretos para decidir quién entraba y quién no. Para indicar, en clave, que alguien no daba el ancho para ingresar, uno de los términos empleados era precisamente atole: ese güey es un atole, su vieja está medio atole, etcétera. En el vernáculo de aquel antro chilango, ‹atole› era sinónimo de ‹naco›, que es una de las palabras mexicanas más detestables.

No debemos obviar estos subtextos clasistas. Se habla de atole porque se le percibe como una bebida barata y, sobre todo, popular. Y, entre las expresiones que incorporan esta palabra, «dar atole con el dedo» es, por millas, la más usada. Reparemos un poco en el sentido de la frase. En lo que quiere decirnos.

A diferencia del que da atole con el dedo, el que da gato por liebre es específico en su trueque: promete una cosa y entrega otra. Imaginemos, por ejemplo, que la Femexfut anuncia la llegada de un nuevo técnico a la Selección. En el comunicado asegura que el entrenador será de primera categoría. Al poco tiempo aparece en los periódicos el nombre del susodicho: se trata de Tomás Boy. La Femexfut nos dio un técnico nacional en vez de uno internacional; un entrenador de poca monta en vez de uno de primer nivel. Gato por liebre.

Sigamos con ese ejemplo. Al contratar a Boy, ¿sería correcto decir que la Femexfut nos dio atole con el dedo? No estoy seguro. Sabemos que quien da atole con el dedo embauca o engaña, pero ¿dónde está la trampa? Si nos quejamos de que obtuvimos un gato cuando esperábamos una liebre, se entiende que simplemente no contamos con lo esperado. En la imagen del que prueba atole de un dedo ajeno, ¿cuál es la transa?, ¿cuál el chanchullo? ¿Queríamos darle un trago a la bebida cuando el embaucador decidió sopear los dedos y ponerlos en nuestra boca? ¿Recibimos, pues, menos de lo que esperábamos? La imagen que acompaña al «atole con el dedo» es por definición imprecisa. En sí misma no cuenta una historia concreta, como sí ocurre con el que espera un gato y, en su lugar, obtiene una liebre.

Acá en la oficina las versiones de lo que significa «dar atole con el dedo» nomás no concuerdan. Hay quien dice que no implica tanto un chanchullo como decirle a la gente lo que quiere oír, aunque esas promesas no embonen con la realidad. El equivalente, digamos, a prometer que la travesía será increíble cuando en realidad viajaremos a una conferencia soporífera en Brownsville, Texas. Si es un engaño entonces se trata de uno largo y constante, a diferencia del gato por liebre que remata con una sola mentira (Boy en vez de, digamos, Pep Guardiola).

Otro colega sugiere: el que da atole con el dedo no miente de mala fe, al fin y al cabo nos está alimentando. Otro: los dedos no son la herramienta adecuada para llevar una bebida de la taza a la boca. Por lo tanto, el que da atole con el dedo incurre en un acto de crueldad. Podría usar una cuchara o darnos el recipiente, pero prefiere mantenernos comiendo porciones ínfimas de su mano.

Alguien más me dice que de chico vio cómo una madre alimentaba a su hijo dándole atole con el dedo en una fonda. A partir de ese recuerdo podríamos llegar a la conclusión de que, el que «da atole con el dedo», chamaquea; trata como niño al que ingiere la bebida. En efecto, notemos la disparidad entre el que da y el que recibe: remojar los dedos en un vaso y después meterlos directamente a la boca de un tercero supone una postura de fuerza; recibirlos, de sumisión. A los perros se les da de comer así. A los bebés también. Comer de la mano de otro infantiliza, empequeñece. El que succiona una superficie cilíndrica, húmeda, de una sustancia lactosa, se amamanta. Está supeditado al que le ofrece ese alimento. Quizás por eso el gobierno de México constantemente se hace acreedor de la frase.

Al teclear «Enrique Peña Nieto atole con el dedo», Google arroja más de 30 mil resultados. La frase está tan ligada al gobierno mexicano que el Deforma incluso publicó una nota en la que describe cómo Peña Nieto abandona un lugar, donde veía un partido de futbol, para ayudar a una ancianita a tomarse su atole: «Peña decidió darle atole con el dedo a la señora en vez de ponerle el vaso directo en la boca, ya que se podía ahogar», dice el texto. No importa que sea paródico. El autor describe un significado esencial de la frase: una persona interviene para ayudar a otra y, en el proceso, la somete, controlando la fuente de alimento.

El escándalo alrededor de la llamada Casa Blanca y las subsecuentes explicaciones por parte del gobierno también caen en el apartado de «dar atole con el dedo», como demuestra un artículo del periódico Excélsior, publicado en agosto del 2015 ), sobre el tema. No es la única nota de esta índole, por supuesto, ni Peña Nieto el único elemento del gobierno mexicano en merecer la expresión. En su texto «Darnos atole con el dedo es peligroso e irresponsable», publicado en El Financiero, Jorge Suárez-Vélez critica las desastrosas políticas ambientales del gobierno del PRD en el antes Distrito Federal. La nueva constitución de la ahora CDMX también se lleva algunos artículos. La lista es inmensa.

La maleabilidad de la frase «dar atole con el dedo» quizás explica su éxito y su uso frecuente. El hecho de que nos remita a tantas cosas permite que la podamos emplear en diversas situaciones: cuando sentimos que no nos están dando la versión completa; si presentimos que obtenemos esa versión a cuentagotas; cuando los cambios prometidos resultan insustanciales, o si se prometen modificaciones que nunca llegan. En todo caso la expresión nos viene como anillo al dedo (esa frase, pa’ que vean, no admite más interpretaciones).

Sentimos que el gobierno nos da poco, y que lo poco que nos da no es suficiente para nutrirnos. Sentimos que dependemos de ellos, como la viejita de la nota del Deforma dependió de Peña Nieto en el instante en el que el presidente le robó el atole para alimentarla personalmente. No tenemos la taza en las manos, ni elegimos cómo alimentarnos. El que recibe atole con el dedo no es autosuficiente.

De cara al 2018 quizá valga la pena reparar en esa imagen que tanto empleamos y dudar de cualquier candidato –a la presidencia o al gobierno de un estado– que pretenda hacer lo que la expresión sugiere: tratarnos como criaturas indefensas que, sin ellos, estarían perdidas. Esa, creo, es la lección principal que la imagen de esta frase nos debe dejar.


Este ensayo proviene de nuestro volumen 13: pan y circo, comida y política. Si no lo tienen, consíganlo acá. Y suscríbanse a HojaSanta, sin acarreos.