La cofradía del cupcake

 

por Ricardo López Cordero

Este texto es una adaptación de un reportaje realizado para Así como suena, lo pueden escuchar dando clic aquí. Ricardo López Cordero es periodista. Reportea para Grupo Fórmula, Puro Contenido y Hojasanta, si lo siguen invitando. 

 
flickr.com

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Cinco estudiantes de la Ibero están en el parque México de la Condesa. Graban un video para una campaña publicitaria que pretende “alegrar a la gente”. Dos de las risueñas alumnas están vestidas de civiles, con jeans y un suéter. Dos más están disfrazadas de princesas. Una lleva orgullosa una nariz de payaso y un afro colorido. Tienen el tono de voz que uno se imaginaría de alumnas de la Ibero disfrazadas de princesas que quieren animar al personal en un espacio público.

Parado frente a ellas, otro joven. Quizá más alegre. Parece muy seguro de sí mismo mientras habla. Las ve a todas a los ojos. Están en semicírculo alrededor de él mientras mueve la mano derecha para acentuar lo que dice. Con la izquierda carga una caja de plástico, de esas que usan en los restaurantes para empacar la comida que sobró. Dentro de ella hay seis cupcakes de distintos colores.

-Son para la escuela. Es que soy estudiante de la carrera de gastronomía. Yo sé que me pueden apoyar. Saben muy ricos. Tengo de chocolate, coco, chocolate con zarzamora…

-¿Cuánto cuesta cadaaaa…?

-Cien pesos, por guapas- interrumpe el vendedor, con una expresión seria que en menos de un segundo se convierte en una carcajada. -¡No es cierto! Se los juro que no…

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Hasta ahí llega el video, pero no necesito el resto para saber cómo terminó esa interacción. Ellas compraron un par de cupcakes – que no cuestan cien pesos sino cuarenta – y los regalaron en el parque. Las imágenes me las pasó el fotógrafo que acompañaba ese día a las alegres princesas cuando se enteró que yo estaba reporteando a los vendedores de cupcakes. Esos que pasan días enteros moviendo panquecitos en las zonas concurridas de la Ciudad de México. 

Pasé semanas sin encontrar información sobre ellos ni fuentes que me la dieran, así que me distraía contando en reuniones que estaba tras una secta cristiana que evangeliza por medio de los cupcakes. O un colectivo anarquista con la intención de envenenar a tantos capitalinos como pudiera. Más de una vez los pensé como un grupo de choque priista escondido detrás de las sonrisas y la amabilidad. Lo cierto es que, reporteando, encontré algo más inquietante.

Estos vendedores ambulantes trabajan para una empresa que se llama Asociados al máximo, AAMAX. Las oficinas están en los pisos 9 y 10 de un viejo edificio sobre Baja California, a media cuadra del metro Chilpancingo. Alan Flores, uno de los gerentes, me explicó que el sistema de ventas que usan es algo llamado “mercadotecnia directa”. “Es un sistema extranjero que viene de Japón, pasó por una empresa canadiense y ellos empezaron a hacer un sistema de redes de mercadeo. Nunca multinivel ni piramidal”, dijo. Según el relato de siete gerentes con los que hablé, decenas de jóvenes se reúnen en esas oficinas cada mañana para seguir el ritual de la mercadotecnia directa.

Los gerentes son responsables de equipos de “promotores”, ayudados por subgerentes y supervisores. Calculan que venden unos noventa mil panquecitos al mes, es decir unos 3 millones 600 mil pesos. Sólo en la Ciudad de México tienen unos 300 vendedores y aseguran que reparten el dinero entre todos, incluyendo a las personas que les enseñaron el sistema de ventas, y dicen que los niveles jerárquicos significan que cada gerente contrata a sus propios empleados. Eso significa, según los gestores con los que hablé, que cada uno de ellos contrata a sus propios empleados. Varias empresas existen bajo el paraguas de AAMAX y la forma más sencilla de tener una y convertirse en gerente es consiguiendo un grupo de jóvenes que haga el trabajo en la calle.

El cuarto principal de las oficinas de AAMAX está vacío. Es un espacio largo, rectangular. En los extremos hay dos pequeños cubículos con algunos escritorios, en donde trabajan los gerentes. En una oficina cualquiera el área del centro – donde estoy parado con siete de ellos – estaría cubierta de becarios y computadoras abiertas en un libro de Excel, pero esta está vacía. Es aquí donde comienzan los días.

“Esta es nuestra sala de speech”, me explica una de las gerentes, “En la cual todos los días tenemos la junta motivacional”. Asociados al máximo no es sólo una empresa que se dedica a vender panquecitos a los capitalinos apurados que prefieren gastar cuarenta pesos en lugar de quince minutos discutiendo con un entusiasmado vendedor. Es una empresa enfocada en generar dinero que también funciona como terapia grupal e – usando la taxonomía del Tec de Monterrey – incubadora de emprendedores.

“No contratamos a un vendedor”, dice uno de los encargados, “Les brindamos el apoyo para que aprendan el oficio de la venta. Para que tengan una disciplina dentro de su vida”. De la pared más larga del cuarto cuelgan posters con reglas de vida, hábitos para alcanzar el éxito y consejos de venta. En medio de los cuadros, expuesta como trofeo de caza, está una cabeza de rinoceronte, hecha de láminas de cartón. Es la mascota de AAMAX. “Siempre va a la carga y no es tumbado por ninguna negativa”, afirman. 

El cuarto del rinoceronte es donde los gerentes y vendedores viven el ritual del sistema de venta directa. Llegan a eso de las siete de la mañana con cuadernos forrados, marcados con sus nombres. Ahí reciben clases del sistema, pláticas de liderazgo y discuten libros que han leído: casi siempre biografías de empresarios exitosos. Cantan el himno nacional y hacen los honores a la bandera, con un lábaro que guardan en otro cuarto y tratan con la solemnidad de cadetes del Ejército. Después de todo esto toca que los vendedores salgan a la calle. Se dividen por equipos – uno por gerente – y se reparten las colonias que van a caminar. Antes de salir, “para estar motivados”, cantan una porra que incluye frases como “No me sirve ser un flojo; el dinero no recojo” o “Despertamos de repente; cien millones en la mente”.

Después de una demostración de la porra les digo que el sistema, el rinoceronte, las reglas y los consejos me suenan a autoayuda, a libro de Sanborns. Sin chistar uno de los gerentes dice que sí: “No te lo voy a negar, es una autoayuda porque quién no necesita una autoayuda a veces, ¿no? El éxito siempre lo vas a encontrar dentro de ti, no fuera”, remata.

Eso de el éxito es casi una muletilla de todos. “El éxito llega cuando ayudas a un grupo indefinido de personas a alcanzar el suyo”, repiten. Usan la amabilidad como su arma de ventas. Los vendedores están entrenados para ser tan amables que resultan falsos. “Sonrisa, entusiasmo y contacto visual”, apunta Alejandra Miranda, una de las gerentes, “No necesitas aventar un choro diciendo que se acaba de morir tu perrito para poder hacer una venta exitosa”. Aunque en mi experiencia eso no es cierto. En la calle los promotores de AAMAX me han dicho de todo – desde ser estudiantes de gastronomía, hasta madres solteras que no han comido – con tal de lograr una venta. Los gerentes me prometieron que en sus cursos no se enseña a mentir, pero sus empleados casi nunca admiten trabajar para la empresa.

“Todos somos dueños”, afirma uno de los gerentes, “Desde el primer día de trabajo todos saben que pueden llegar a ser dueños de su propio negocio, y siempre se dice en las juntas. Se les repite que este sistema es para que aprendan las habilidades de tener su propio negocio”.

Después de unas horas de hablar con ellos, muerto de calor frente a un rinoceronte de cartón en un cuarto vacío, dejé de pensar que estos supuestos inocentes vendedores de cupcakes formaban parte de un sistema fraudulento. Serán las porras, pero estos gerentes hablan con la certeza de los conversos. Lo cierto es que encontré un grupo de jóvenes empresarios, que tienen algo peligrosamente parecido a un multinivel, y que parece haberse engañado a sí mismos con cursos de motivación y pláticas de autoayuda. Unos vendedores anarquistas de panquecitos me hubieran dado menos miedo.~