Sabritones: un elogio

 

por Mariana Ortiz

Abrir una bolsa de Sabritones es ya lamentar el momento en el que se encuentre vacía. Delicioso chicharrón engordado con aire y espolvoreado en chile parecido al piquín con notas de ácido cítrico que ilumina el ecosistema contenido en un plástico, quiero detener todos los relojes para que ese instante fatal nunca llegue. Pero llega: inevitable.

sabritones

El primer sabritón no me cabe completo en la boca: me raspa el paladar, me lastima la lengua, hace que me ardan las comisuras. Sólo así me gusta lo que me hace daño. Lo repetiría cien veces. Cien veces son ningunas veces. Lo observo. Un sabritón es un planeta constituido por harina de trigo inflada, en su curvatura se forman cráteres microscópicos en los que habitan mujeres salvajes que viven para inducirte al consumo infinito. Diosas de la adicción, ésta es la población de la ciudad llamada glutamato monosódico.

Después de un par de mordidas, vuelvo en el tiempo y me detengo cuando ésta era la única forma en la que el alcohol no surtiera efecto en mí de forma definitiva. Chicharrón que salva vidas precoces, aquí ofrezco mi sacrificio; alimento sagrado, aquí dejo mi confesión. Alimento de reyes, de dioses autoproclamados, extraterrestres disfrazados de gente como tú y como yo. Ese mismo sabritón estuvo ahí en la primera peda de mi generación, a lo lejos, sobre platos de unicel. Aquellas montañas de sabritones son el único bosque frío, bajo un atardecer apocalíptico, neblinoso y lejano en el que acamparía. Estuvieron curando el hambre en el cumpleaños número sesenta del abuelo y cuando a mi mamá se le ocurrió intentar cocinar tacos de guisado. Sustituyeron el sabor de ese fracaso. Son también el desayuno del estudiante con veintinueve pesos en la bolsa y un cigarro en la mochila. Comandanta Ramona, ejército de liberación, los sabritones resisten contra el despojo.

No hay Oxxo, no hay 7, no hay K, no hay pasillos de botanas en supermercados en los que no abunden los sabritones, y sin embargo ¿es acaso la botana más solitaria? Estuvo ahí, esperando la elección de quienes sólo quieren diversión fácil y rápido, oficinistas no tan cansados preparando la peda del viernes chiquito, una botella de bacardí y una bolsa de sabritones, esperanza genuina. Ahí se ha quedado ante la llegada de bolsas color morado chips, pantone takis fuego, atentando contra su dominio en el antojo de cualquiera. Se le ha juntado con otras botanas, tricolores, dentro de un paquetaxo, prometiendo que su nombre se borrará en lo por venir. Comer un sabritón también es aceptar al otro: hacer patria.

La bolsa de Sabritones es una promesa. Un sabritón es punto y seguido.~