La medida del amor de mi mamá

 

por Alejandra Cuevas

Mi mamá se convirtió en mi mamá a los treinta y seis años, después de haber sido mamá ya en dos ocasiones –las dos ocasiones que quería–, doce y nueve años antes. Siempre pensé que mis papás a veces ya no se esforzaban tanto conmigo porque había sido el chistecito que les vino a arruinar los planes de vida que ya tenían materializados: ya habían pasado por las colegiaturas necesarias, ya habían preparado los lonches correspondientes. Ahora que soy un poco mayor y un poco menos tirada a la desgracia, me doy cuenta de que sí, mis papás eran mucho más relajadxs y escépticxs conmigo que con mis hermanxs, pero siempre se siguieron esforzando. 

04092020_nota-el amor de mi mamá 01.JPG

Yo sé que todxs creemos que nuestras mamás son unas santas y que tienen las puertas del cielo ganadas. Pero mi mamá es una santa y tiene las puertas del cielo ganadas a pulso. Mi mamá, muy ecuánime y discreta, nunca ha intentado disimular que yo soy la favorita entre sus hijxs; no es algo que sea muy notorio a primera vista (al contrario del favoritismo de mi papá con mi hermano), pero después de casi veintitrés años yo ya sé distinguir las señales. 

Por muchos años y por muchas cosas de la vida, mi mamá y yo vivimos solas, namás ella y yo. Y a mi mamá no le gusta cocinar. Lo odia. Nuestro menú entre semana se limitaba a una combinación de básicamente los mismos elementos: para el primer tiempo, sopa de fideo o verduras; para el segundo tiempo (y acá era variado), nuggets de pollo, cecina, carne enchilada, milanesas de pollo –que es su especialidad– o cualquier bistec con barbecue embarrada. A veces había puré de papa instantáneo, a veces espagueti, pero siempre había jitomates rebanados y agua de sobre. Esto no es una queja. Son cosas que siempre me han gustado y son las cosas que ahora, de semi-adulta dizque responsable, me cocino yo. 

04092020_nota-el amor de mi mamá 02.jpg

Mi mamá no se esmeraba mucho con la comida, pero no hubo un solo día de mis catorce años escolares que mi mamá no me mandara mi lonch y me diera de desayunar. Hasta me mandaba dos lonches cuando iba en la prepa y cuando me tenía que quedar a mis clases vespertinas. El repertorio fue el mismo durante todos esos años: pan con mantequilla y azúcar, sángüich, sincronizada, pan francés, salchichas con salsas. Pero cuando yo le decía a mi mamá: ma, sabes qué, ya no me mandes pan con mantequilla y azúcar por un rato que ya me harté, mi mamá no me mandaba pan con mantequilla y azúcar por un rato. Y cuando le decía: ma, por favor no le pongas mayonesa a mis sángüiches, mi mamá no les ponía mayonesa. A veces, cuando tenía tantito dinero, me daba diez pesos para comprarme unas galletas. Y a veces también, porque aunque sea una superheroína también es humana, se le iba la onda y me mandaba cosas como palomitas (de maíz palomero) en un tóper. 

04092020_nota-el amor de mi mamá 03.JPG

Yo mido el amor de mi mamá, aunque es inmedible, de muchas diferentes maneras. Lo mido con su paciencia a lo largo de mi pubertad insufrible, con que lave las sábanas y colchas de mi cuarto cuando voy de visita, con que se acuerde de los nombres de mis amigas y de la gente con la que estoy saliendo, con que me marque todas las semanas para saber que estoy bien, con que me apoye en todas mis decisiones. Y también lo mido con todos los lonches que me preparó a lo largo de mi vida, con los desayunos que me sigue preparando para consentirme y con todos los días que cocinó sólo por mí.~