La Sirenita: Una cosa que pasó

 

por Alonso Ruvalcaba; ilustración: Arantxa Osnaya

I. Primer principio: Principio en falso

No sé qué voy a decir en este texto, y no quiero decirlo. Pero no tengo otro remedio que decirlo. Al final de este texto, ya con la cosa dicha, ¿diré: lo dije o diré: no, eso no era lo que iba a decir –no precisamente– pero lo dije? No lo sé aún. Pero lo habré dicho.

(Ojalá este texto fuera un gif de la creación de este párrafo. No el párrafo de arriba sino este que está entre paréntesis. Ahora mismo que escribo estas palabras he pasado un par de horas tratando de escribir este segundo párrafo: ensayándolo. Lo he borrado tantas veces que siento que debo agregar este paréntesis. En esas horas de borrarlo constantemente este segundo párrafo ha tratado sobre: 

vivir en el centro, sobre la calle de Regina, sobre Marcelo Ebrard, sobre AMLO, sobre Marichuy y su campaña inútil; se ha tratado sobre 2004, sobre el auge y muerte y resurgimiento de las ostionerías caseras. También contó de una vez que asaltaron a un wey frente a la casa y de una vez que madrearon a un wey abajo de la casa, pero lo madrearon brutal, así de que llamamos al 911 y salimos a ushculear a los que estaban madreando a aquel pobre diablo. Neta que en 2007 esta zona del centro era peligrosa. Francesca y yo bajamos a gritarles sáquense a esos ojetes, que se echaron a correr, e Hilda desde el balcón les aventó un cenicero y el cenicero le dio al wey que se estaban madreando –¿qué será de Hilda?, no me había acordado de Hilda en diez o más años, ¿qué será de su mala puntería?–; les digo que era violento este barrio en ese entonces; 

y les digo también que sería lindo ver en gif o en video o de alguna forma la humilde creación de este párrafo, verlo formarse, verlo impedir de muchas maneras la llegada al siguiente párrafo. Y luego verlo ceder: rendirse y pasar al siguiente párrafo. Cada quien sus métodos pero yo, Alonso, no soy de los que se “sientan a escribir”. Soy holgazán, soy flojísimo o si quieren: soy un moroso. Trato de no decir, trato de aplazar. Detener el instante entre su ser deseo de ser y su ser ser. Lo pienso mil veces, rayoneo hojas sueltas o alguna libreta, corrijo esos rayones y luego –cuando ya la editora me está diciendo o lo mandas u olvídalo, Alonso, tu texto no va a salir; cuando ya sé qué voy a decir–, luego sí me “siento a escribir” y pues ya: sale el texto. Pero esta vez es distinto; esta vez tengo que hacerlo: tengo que sentarme y escribirlo ahora mismo.)

I. Segundo principio: El verdadero principio

Lo mejor que me pasó fue La Sirenita, la ostionería que está en Regina 61, centro histórico zona 8, ciudad de México. No lo mejor que me pasó cuando llegué a vivir al centro histórico o lo mejor en mi edad adulta o lo mejor en comida o algo así. No: La Sirenita fue lo mejor que me pasó.

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Yo no sabía pero el viernes 16 de octubre fui a casa de un amigo a recibir buenas noticias. Como a las seis y media de la tarde salí de ahí todo aturdido de dicha. Después, Luis y Mariana y yo dijimos: celebración! Estas buenas noticias no se quedan así, cabrones. Se celebran en forma. Para las ocho pm ya habíamos pedido hamburguesas de Shake Shack a mi casa, vinos y vodkas tamarindo de quién sabe dónde en rappi, ácidos y tachas y otras cosas al más cumplidor de los cumplidores. Nos hubieran visto: enloquecimos. (Qué bueno que no nos vieron.) Fue una minifiesta de tres personas, sí, pero también fue la fiesta más antidesdicha de todas las fiestas. Fue decir: en tu cara, 2020! Tenga pinche año ojete: le ganamos. No nos abrazábamos porque #covid pero hacíamos la señal del puñito a cada rato y nos dábamos el codo nomás para decirnos weeeeeey felicidades. Para el sábado a las cuatro de la tarde estábamos seriamente diciendo ésta es la mejor fiesta de la historia del tiempo. Éramos tres personas felices, en ácidos y tachas y lo que se les ocurra, que decían: este momento. Este momento: deténganlo. Éste: no otro. Este mismo: reloj, detén tu camino. En la locura del sábado en la noche nos fuimos a Pujol porque ¿qué?, ¿qué importa a estas alturas? La banda es la banda y uno va donde la banda está. Así es el pedo.

Luego pasó lo que siempre pasa. 

II.

El domingo, solo y todavía medio turulato, quise ir a comer a La Sirenita. Estaba cerrada. Hey, ni modo. Descansos son permitidos, tomados y, deseablemente, disfrutados. Pasa nada. El lunes quise ir a comer a La Sirenita. Estaba cerrada. Ya como que me sacó de pedo. ¿Quién toma vacaciones en covid? Ningún letrero decía nada, no había nada en la cortina o a un lado, donde están los letreros de cubrebocas y sana distancia. El martes dije hoy como porque como en Sirena. Estaba cerrada. Sin ninguna esperanza fui el miércoles. La Sirenita estaba abierta y los hermanos que la atienden limpiaban el piso, las salsas, las mesas. Como si nada.

La Sirenita tiene sazón. Tiene una cosa que no puede ser palpada pero puede ser probada e imaginada. Puede ser notada: sazón. Hay algo en la mano de la mayora –la madre de los hermanos que atienden Sirenita–, en su movimiento de muñeca, en su claridad de pensamiento que dice: suficiente cuando le está poniendo sal o falta cuando le está poniendo pimienta. Hay algo. Invisibles operaciones matemáticas. Sazón, pues. Y hay imaginación. Todo plato en Sirenita tiene un comentario, un movimiento lateral, una curiosidad. Una inconformidad. Un acento que no lo deja ser lo que antes era. Hagan de cuenta que un plato con dos albóndigas tiene un chipotle ahí a un lado que endulza el caldillo más allá de lo esperado. Dice uno: esto es más dulce, esto trae su piloncillo, esto no es lo mismo. O hagan de cuenta que a un par de tacos de pescado empanizado le ponen pepino. Todo normal. ¿Quién no le pone pepino al taco? Pero luego le ponen más pepino. Curioso, llamativo. Luego le ponen más pepino y empieza a ser otra cosa. Un asunto de crítica. Un comentario al resto de los tacos de pez empanizado. Como que dice: ¿No sientes, catador, que el resto de los tacos tienen muy poco pepino? Y luego la mayora en la cocina dice: Déjame ponerle un poco más de pepino. Y se lo pone, y ahora uno dice: esto es completamente otra cosa; esto ya no es lo que yo pensaba que era. Uno dice: esto ya como que no se parece a nada. 

Y ahí uno dice, con toda confianza, La Sirenita es lo mejor que me pasó.

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Entonces, hoy miércoles 21 de octubre, vine a La Sirenita. Estaban los hijos de la mayora arreglando las mesas, sanitizando salsas, lo que fuera. Me senté donde siempre. “Qué susto eh! No me hagan sufrir con que cierren tres días amigos! Jajaja. ¿Qué pachó?”

“No, joven. Es que se murió mi mamá.”

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Yo no existo. O tal vez existo pero soy una manchita en el paisaje: una bolsa de plástico que alguien tira por ahí y se mueve con un viento lentísimo tratando de emitir significado. Ni me estoy quejando ni me estoy martirizando ni pidiendo golpecitos en la espalda. Me da completamente igual todo eso: nomás que en verdad lo pienso: sé que algo así soy. Soy apenas una cosa que otra cosa mueve de alguna manera y ya. De pronto –de pronto– como que existo: existo porque otras personas existen y dicen mi nombre o me ven y mueven la cabeza o me preguntan ¿todo bien por acá? o pasan junto a mi mesa y dicen provecho. Si nadie ve la bolsa de plástico en movimiento lentísimo, impulsada por el viento, si nadie la ve y se dice a sí mismo o a alguien más le dice: mira, entonces la bolsa en movimiento es insignificante.

“¿Por covid?”

“Sí, joven. Se le acabaron los pulmones.”

Todos nacemos muertos. No hay nada que no vaya a sucumbir al cero: matemáticamente el destino de todo es cero. Nunca supe el nombre de la mayora de Sirenita, y ahora mismo me daría una pena infinita preguntárselo a alguno de sus hijos. (Estoy en Sirenita juntando estas palabras. Ya me acabé mi alambre pero podría quedarme a vivir aquí por muchos meses.) No sé el nombre de nadie y nadie sabe el mío en ningún lado. Me da igual, pero si pudiera pronunciaría el nombre de la mayora de La Sirenita nomás para que ustedes conocieran ese nombre, y lo pronunciaran conmigo, para que al menos un instante no se perdiera, que durara tantito más. Lo escribiría después de estos dos puntos y encima de esta raya: ______. Nomás que no me lo sé.

III.

Qué pendejada celebrar cualquier cosa, ¿no? Ni modo.~