Comer y no comer en el ghetto de Varsovia

 

por Barbara Engelking y Jacek Leociak; fotos: Willi Georg, 1941 (Imperial War Museum)

El ghetto de Varsovia se estableció el 2 de octubre de 1940, y a partir del 15 de noviembre de ese año todos los judíos de la ciudad debían residir en él (y los polacos gentiles debían salir de él). Ese día se cerró el ghetto. En su punto más extremo, el ghetto llegó a tener 460 mil habitantes. Esto es: una densidad de población de 146 mil personas por kilómetro cuadrado, o entre 8 y 10 personas por habitación. (Dhaka, capital de Bangladesh, tiene 44,500 habitantes/km2. Es la ciudad más densamente poblada del siglo XXI.) A continuación, algo sobre comida en ese ghetto, adaptado de The Warsaw Ghetto. A Guide to the Perished City (Yale University Press, 2009). 

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Los entretenimientos ligeros en el ghetto –o su “baja cultura”– se desarrollaban en los cafés y restaurantes, tal como en la Varsovia de la anteguerra. Emanuel Ringleblum escribió en abril de 1941 que “en el ghetto hay sesenta y un lugares de entretenimiento”. A lo largo de la existencia del ghetto debió haber más: algunos abrieron, otros cerraron, algunos se encontraban en apartamentos privados.

Algunos cafés del ghetto tenían mala reputación: aquellos particularmente populares entre las nuevas élites, o en los que se reunían contrabandistas, o los visitados por las “gentes mundanas”, o los visitados por colaboracionistas. Krystyna Zywulska describe uno así: “En el largo y estrecho salón del Wesoly Marynarz (El Marinero Feliz) resuena de groserías y jerga. El humo de cigarro crea una cortina espesa sobre las mesas. Todo el mundo está atareado. La cosecha de contrabando ha estado buena. La gente intercambia sus impresiones. Presumen sus audacias mientras vacían las copas y gesticulan. Discuten sobre la división. No dejan de llamar a la mesera o de pedir hablar con el jefe. ‘¿Agua mineral? Lamentablemente no nos ha llegado, señor, ya sabe usted que algunos productos están tardando mucho…’” En los cafés del ghetto se podían conseguir cierta variedad de manjares, postres y frutas. Se gastaban fortunas en ellos. En el café nocturno del Hotel Britania, abierto en enero de 1942 en calle Nowolipie 18 (donde también hubo un burdel), “se vendieron 10,000 zloty el primer día. Un kilo de uvas costaba 25 zloty, y hubo cuentas de 500 zloty o más”. 

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Los cafés, los restaurantes y los delicatessens representaban uno de los polos de la vida económica del ghetto. Gente moría de hambre sobre la banqueta, enfrente de estos locales. Muchos judíos creían que debían evitarlos, incluso si les alcanzaba para pagar las cuentas de estos lugares, por puro sentido de solidaridad social. Ludwik Hirszfeld recordaba así su única visita a un restaurante del ghetto: “Una vez comí en un restaurante. Recién había terminado un curso para dentistas y el presídium decidió agradecérmelo invitándome a cenar. Por primera vez en dos años y medio experimenté el calor de tener el estómago lleno y el placer de comer platos sabrosos, de beber buen vodka y buen vino. Cuando llegué a mi casa me preguntaron qué había cenado. Nunca había visto a nadie prestar tanta atención a un relato como en ese momento. Primero, higaditos de pollo encebollados y arenques con su vodka –veía miradas de deleite–, sopa de tomate, lucio, ganso, carlota de manzana…”

En muchas memorias y recuentos podemos encontrar comentarios críticos sobre los cafés y restaurantes del ghetto, y sobre sus clientes. La opinión pública estaba en contra de los escaparates ostentosos y de los restaurantes donde se podía comer espléndidamente. “Los escaparates llenos de toda suerte de mercancías dan una terrible impresión en el ghetto, especialmente cuando hay pordioseros tirados cerca, quejándose ruidosamente de su pobreza”, escribió Ringleblum. Los alemanes explotaban estos contrastes. En mayo de 1942 hicieron un documental de propaganda antisemita en las calles del ghetto de Varsovia. “Los cineastas vinieron a un restaurante judío –anotó Adam Czerniaków en su diario–. Ordenaron que se sirviera comida. Algunos comensales que estaban ahí por casualidad devoraron todo con un enorme apetito. La cuenta hubiera sido de varios miles de zloty.” Los alemanes filmaron el ghetto y montaron varias escenas en las calles y en apartamentos privados, incluida una recepción a la que metieron a algunos peatones bien vestidos para mostrar cómo vivían las élites del ghetto. Las escenas más drásticas fueron montadas en los baños rituales. Los alemanes levantaron gente de las calles y, después de desnudarlos, los juntaron en parejas. “Una muchacha con un viejo judío y viceversa. Luego los forzaron a tener relaciones sexuales.”

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Para 1941 el ghetto ya se había convertido en una especie de atracción turística de la Varsovia ocupada. “Llegan a diario camiones de turistas que pasean a los soldados alemanes por el ghetto como por un jardín zoológico. Se considera de buen gusto molestar a los animales. Los soldados a veces les dan de latigazos a los peatones desde el coche. También van al panteón, donde fuerzan a los familiares de los muertos a posar para la cámara.” Incluso sin escenas montadas o tours en autobús, el ghetto era un lugar de contrastes perturbadores. Se hicieron intentos de disfrazar este hecho. El Judenrat prohibió que se mostraran mercancías lujosas en los escaparates. “Ayer ordené que el Servicio de Orden hiciera una redada en tiendas que mostraran alimentos lujosos –escribe Czerniaków–. Sardinas, chocolate, tocino, pasteles etc fueron confiscados. Los pasteles se repartieron entre niños de la calle. Lo demás se entregó a los orfanatos.” 

Que gente comiera hasta llenarse o se la pasara bien puede parecer incomprensible en el océano de pobreza y hambre, entre la gente muriéndose en las banquetas, suplicando por un pedazo de pan. Pero era precisamente afuera de los restaurantes y los cafés que se congregaban los menesterosos, que contaban con la generosidad de la gente con el estómago lleno. “A los pordioseros no se les permitía sentarse enfrente del café Nowoczesna. Los porteros –bien alimentados– los echaban a palos.” Puede parecer igualmente incomprensible que “la gente que moría de hambre en la calle se arremolinara frente los escaparates sin romper los vidrios y agarrar la comida. Ese hecho permanecerá como un misterio inexplicable de la psique humana”, escribió Helena Merenholc. En realidad, como sabemos por nuestra investigación en el ghetto, cuando se alcanza cierto nivel de desnutrición, el hambre lleva a la apatía, cansancio, incapacidad para la acción. Algunos entre los que aún no habían llegado a este nivel se convirtieron en chapers –“apañadores”, un término popular que designaba a jóvenes hambrientos que arrancaban paquetes de las manos de peatones y se comían de inmediato el contenido. “En las calles se roban las bolsas de mano y el pan. El Servicio de Orden ha anunciado que en el futuro cercano ya no será seguro llevar pan de la panadería. Algunas mujeres cargan sus bolsas de pan protegidas con telas de alambre en la parte de arriba”, según anotó Adam Czerniaków en su diario. Michal Glowinski recuerda que luego de haber pasado enfermo mucho tiempo su mamá le prometió comprarle un pastel, por única ocasión. “Todos mis sueños y mis anhelos estaban puestos en ese pastel. Vivía para pensar en el día en que mi mamá me llevaría a hacer esa compra maravillosa y esperada.” El momento llegó y el chico eligió su pastel. “Pero no me lo comí en la pastelería. Mi mamá me dijo que lo lleváramos rápido a la casa, para comerlo con toda ceremonia. Habíamos caminado apenas unos metros cuando pasó un chico harapiento y me arrancó la caja de las manos. Corrió unos pasos y se comió el pastel sin detenerse. Todo pasó en un parpadeo.”

No todos los paquetes que robaban los apañadores contenían comida. “Glücksberg me compró una caja de medicinas en polvo para la jaqueca. Un chico la apañó y empezó a comerse los polvos.” La Gazeta Zydowska reportó otro error de un apañador el 12 de noviembre de 1941. “Lila F. de la calle Grzybowska llevaba una botella envuelta en papel por la calle Ciepla. De pronto, K.G. (un muchacho) corrió y le arrancó la botella de las manos. De inmediato le quitó el corcho y se bebió el contenido de un trago. La botella tenía aceite de ricino.”

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Los enfermos, los hambrientos, los moribundos y aquellos que dejaban el dinero en cafés y restaurantes constituían polos opuestos de la jerarquía social del ghetto. La mayoría de sus habitantes se encontraban entre estos dos polos, aún a flote apenas pero con la amenaza constante de hundirse en las profundidades de la pobreza.~ 


Translated and adapted from The Warsaw Ghetto. A Guide to the Perished City. Copyright © 2009 by Barbara Engelking & Jacek Leociak. Published by Yale University Press.