Música de restaurantes

 

por AR

Primero, dos tuits. Este de la poeta Luza Alvarado:

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Y este otro, de la escritora y editora Julieta García:

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La música de restaurantes suscita, a veces, opiniones severas, aventuradas. Piensen en las dos aquí arribita. ¿No es un poco aventurado decir que todo se va a la mierda cuando los dueños de un restaurante le dejan la música a sus empleados? Es una idea, por lo menos, digna de debate. Los empleados también son parte de la múltiple personalidad que emite un restaurante. Más aún: considerando que nadie es singular, si a uno de los empleados le entusiasma una música cualquiera, no es justo imaginar que cuando menos a uno de los comensales le entusiasmará también? (Respecto de los audífonos no tengo mucho que decir. Yo nunca me los quito, haya la música que haya en el restaurante. Nunca son un comentario de melómano sino un tic o una herramienta de autoencierro.) ¿Y el volumen? ¿Qué pasa si uno está solo, como sucede con frecuencia? ¿Y la música no es tan importante como la comida o la conversación? Eso también es debatible. ¿Y si los dueños del restaurante quieren propiciar la conversación más cerquita? Hace tiempo un diario decía: ‘Loud restaurant music, junk food consumption go together’, lo cual parece venir desde la derecha. Un punto más: hay un decibelato al que un restaurante puede llegar según el tipo de permiso que posea. (Seguramente lo superan muchas veces, pero la regulación existe.)    

Hace poco, en una columna en máspormás, Rulo (locutor, dj, comentarista, selector de música para restaurantes) publicó algunos apuntes sobre el ‘problema’ de la música de restaurantes. “Elegir música para un restaurante no es cosa fácil –dice Rulo–. Yo lo he hecho para varios. En el mejor de los casos, la lista de canciones elegidas es una colaboración con cada chef. Se platica de la música que le gusta y le inspira. De emociones que espera que su restaurante y su cocina generen en quienes lo visitan. A partir de esas conversaciones, uno empieza a trabajar.” Eso no sólo suena un poco idílico: lo es. “Luego vienen los contratiempos –continúa–. A lo mejor una de las 300 canciones no le gusta. O peor, no le gusta a un cliente y se queja. ¿Se debe quitar? Por algo está ahí, ¿no? A lo mejor a los empleados les aburre ese tipo de música y en cualquier descuido ponen algo que sea de su agrado. Sobre la música, todos tenemos opiniones, muchas veces muy diferentes, ligadas a nuestra historia y nuestro conocimiento.” Hay dueños de restaurantes a los que la música “les da un poco lo mismo”. Quieren “prolongar la sobremesa y vender más alcohol”. (¿Quién en su sano juicio no querría eso?) Muchas veces “no tienen claro qué quiere su público” ni “podrían definir la personalidad de su propio restaurante”. (Acá entre nos: la personalidad de un restaurante, propio o ajeno, es siempre elusiva; el restaurante, con las aportaciones entrelazadas de sus dueños, sus empleados y sus comensales, se parece más a las multitudes que contiene un ser humano que a un ‘concepto’ imaginado en una oficina y transcrito a un power point.)

Es fácil estar de acuerdo con Rulo en lo siguiente:

Suelo pensar que a la mayoría de la gente le da igual qué música suena en los restaurantes. En una de las taquerías más emblemáticas de nuestra vida nocturna suena un tecno espantoso a un volumen repelente, y ni modo: es el precio que hay que pagar para vencer el apetito con gaoneras a las cuatro de la mañana. [Nota de AR: Califa, right?] En restaurantes elegantes me ha tocado un EDM pasado de moda que, sin embargo, parece no inmutar a su clientela de adultos contemporáneos. Igual se sienten modernos. En un bistro francés me tocó una lista de canciones conocidas en versiones bossa nova —las de Soda Stereo eran particularmente ofensivas— y nadie dejó de pedir escargots por ello.

Por supuesto, esas elecciones sólo son ofensivas para algunos seres humanos. EDM de moda o pasado de, tecno “espantoso”, que Soda Stereo sea más o menos interesante en versión bossa que en “original”: opiniones tan volátiles como cualquiera. Lo cierto es que andamos en la oscuridad, guiados apenas por la música (el ruido) del mundo o la ciudad. Nunca nos quitamos los audífonos, así sean imaginarios.

Pero tengan esta playlist. La hizo Rulo para las cenas en Rosetta, un restaurante chilango del que tal vez han oído hablar.

 
alonso ruvalcabaPLAYLIST, RULO