Credo al cerdo

por Antonio Calera-Grobet

 
 

Este texto apareció en nuestro volumen 10, especial de religión y comida. Si no lo tienen, consíganlo aquí. Y suscríbanse a HojaSanta. Es bueno para todos.

 
 
@Rubén Balderas

@Rubén Balderas

 
 

Señoras y señores del mundo entero, solicito su atención y su respeto. Luego de tantas dádivas recibidas, luego de tanto tiempo, nos hemos reunido para cantar juntos a nuestro querido hermano, el cerdo. A ti pues, cerdo, hermano, aquí tu canto, desde muy en el fondo del pecho, como agradecimiento no sólo por la maravilla de tu ser perfecto, sino por tu sacrificio eterno en aras del placer nuestro.

¡Cuántas virtudes se funden en tu naturaleza, querido cerdo! ¡Cuántos hemos perdido hasta el juicio por el sabor de tus lomos, tu panza, tu buche, tu cuero! ¡Y es que pareces no provenir de la tierra sino de los cielos! ¡Cuánta alquimia hasta en tu sagrada manteca, que torna en oro todo cuanto impregna! ¿Qué perfecto hechizo te dio la luz, majestuoso cochinillo? ¿Qué magos de qué mundos te dieron realidad, divino porcino, que para beneplácito de nuestro vicio tu grandeza no tenga desperdicio? Alabados sean, pues, aquellos que te hicieron; alabados sean por lo siglos de los siglos quienes te regalaron a nosotros, tan malos bichos.

Y es que no hay pierde contigo y lo sabes bien, querido amigo: cerdo como chicharrón prensado retacado en gorditas, venerable manjar venido del cielo, como pepitas de oro, obleas benditas; cerdo como tocino ahumado, poema ubicuo, lajas preciosas sabroseadas de lo nimio, que hacen circular por doquier la belleza de lo porcino; ¡y el jamón!, por Dios o por el diablo, ¡el subidón del jamón!, que junto con las chuletas y costillas nunca sabremos si hacen de viandas benditas o las veces de ritual para la extremaunción.

Y vaya que nos importa un bledo lo que digan el kashrut judío o el halal Musulmán. Nada como una torta de lomo adobado, unos tacos de cochinita; nada como unas manitas o el resabio de unos tacos de buche aferrado al paladar. Por eso, señoras y señores, habrá que decir las cosas como son: que el cerdo es el nuevo credo, el cerdo es nuestro nuevo pastor, porque sin cerdo parece que no haber juego, no haber círculo gastronómico perfecto. El cerdo es, entonces, nuestra pura y real pasión. ¿Acaso ha defraudado a algún seguidor?

Por eso cerdo nuestro, porque tu sabor parece haber venido de los cielos, santificado sea tu cuerpo. Que tu belleza cunda por el mundo entero. ¿Para los picnics? Los áspics. ¿Para la farra? La butifarra ¿Para el enfermizo? Un chorizo. ¿Para el mamón? Un trozo de jamón. ¿Para los colegas? Las paletas. ¿Para el más plomo? El lomo. ¿Para las lindas? Morcillas. ¿Los fortachones? Lechones. ¿Y las doncellas? Las mortadelas. ¿Para la siesta en el canapé? Un poco de paté. ¿Y para las hadas? ¡Pues un kilo de sobrasada!

Así es, cerdito querido, que te lanzamos todas las porras: oda al sus scrofa, alaridos al divino porcino: nuestro chancho, chon y chiro; nuestro coche, cochino y cochinillo. Nuestro cocho, nuestro cuche, nuestro cuchi. Nuestro macho y tunco; nuestro porco, mucho más y mejor conocido no como verraco o gorrino, no como marrano, cuino o lechón, sino como puerco, marrano o cerdo, que es como le dice todo el montón. Y piensa, hermano, cada vez que te halles frente al verdugo, piensa: que no mueres como un paria, en vano, mueres para convertirte en un poema, ¡en placer para tu hermano humano!

A ti hermano, pues, este canto, desde el fondo del alma, en agradecimiento a la maravilla que es tu ser perfecto, por tu sacrificio eterno en aras del placer nuestro. Gracias, compadre, por los valores que son tus jamones, por los perfectos que son tus sesos, lo perrones que son tus chicharrones. Gracias por tu sangre que nos apaga el hambre, gracias por la calma que nos regala tu grasa. Te estaremos eternamente agradecidos por haber aligerado nuestra existencia: ten por seguro que nos sentiríamos un cuanto deprimidos de no ser por el regio regalo de tu grandeza.

 

 

Ahora, cochinita. Ahora y siempre.