Dulce, idolatrado dueño

 

por Luis Reséndiz

simpsons homer archies sugar

Al igual que un porcentaje sensible de la población mexicana, he pasado mejores momentos con Los Simpson que con mi familia. Uno que recuerdo con particular cariño: aquel en el que Homero, delirante de inanición y falta de agua, se imagina bailando con un grupo de dulces aquel clásico interpretado por The Archies (ajá: la banda de Archie, el pelirrojo del cómic). El momento es tan bueno que se ha convertido en un meme que interviene incluso a Los Simpson mismos: dentro de la disciplina del meme conocida como shitposting existe la variante “Sugar sugar”, en la que el fragmento de Homero bailando con paletas y helados es insertada en cualquier cantidad de momentos de la serie. (Aquí hay una compilación. Hay varios buenísimos.)

Me gusta ese momento porque captura perfectamente la dicha que lo dulce inocula en aquellos que amamos lo dulce. (Hay gente que disgusta de lo dulce. No tengo nada contra ellos, pero no les comprendo. Nada humano me es ajeno excepto la aversión al azúcar. Ahí sí qué onda.) Las paletas, los chicles, los chiclosos, los polvitos azucarados, los helados, las gomitas, los raspados, los smoothies y mil muestras más de la maleabilidad del azúcar eran las alegrías del viaje infantil a la tiendita. Las tixtix que se quebraban mientras las saboreabas, desintegrándose en astillas de polvo agridulce que se disolvían en el paladar; las obleas que al principio durante un brevísimo segundo parecen hostias y luego se vuelven nubes de cajeta; las gomitas de mango enchiladas que tras una crisálida de picor se revelan suaves orugas acarameladas; los mazapanes abiertos con precisión quirúrgica y comidos con devoción reverencial; las bolitas de dulce de tamarindo que esconden tras el confitado un picor dulzón adictivo. Al igual que un porcentaje sensible de la población mexicana, he pasado mejores momentos con los dulces que con mi familia. En más de una ocasión me he sometido a una tortura edulcorada como la de Bruce en Matilda. Ya ni hablar de las dulcerías de los cines, que abrieron ya esta semana y a los que nomás no me atrevo a ir.

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Y, no obstante mi afición por el azúcar, estoy dolorosamente al tanto de sus bemoles. Mi abuelo materno no murió de diabetes, pero la enfermedad no hizo mejores ni más agradables los últimos diez o quince años de su vida. El fantasma de la diabetes planea por su descendencia, y aunque de momento no estoy en peligro, la vigilancia nunca está de más. A menudo me fastidia no encontrar ofertas de productos que no contengan cantidades astronómicas de azúcar en el Oxxo o en el Seven Eleven de a la vuelta de mi casa (que es la de ustedes). Mi abuelo forma parte de las filas de mexicanos que padecen y fallecen por enfermedades como la obesidad, la hipertensión y la diabetes, relacionadas todas con una dieta desbalanceada. El tema, por supuesto, no es nuevo: la lucha por la regulación y el etiquetado de los productos con cantidades potencialmente nocivas de sustancias como el sodio o el azúcar lleva años en este país, y se han escrito varios libros y artículos sobre el tema y su conexión con la “etapa neoliberal” y el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. 

Por eso es que la noticia del etiquetado claro me pareció una buena noticia, en la medida de lo posible: una mejor noticia sería un aumento de la oferta de productos disponibles en el súper o en las tienditas, porque parte medular del problema es que, aun cuando existe desde hace tiempo la ingeniería gastronómica para hacer alimentos industriales más saludables o menos dañinos, esta oferta rara vez llega a todos los anaqueles del país, y cuando lo hace, a menudo lo hace con precios sensiblemente elevados. Del etiquetado claro a la regulación hay menos pasos de los que nos gustaría admitir, y el estado de Oaxaca los recorrió rápidamente la semana pasada, cuando aprobó una iniciativa que prohibirá la venta de refrescos y comida chatarra a menores de edad. De inmediato, la medida nos regaló memes fabulosos que mostraban el posible futuro de la niñez oaxaqueña bajo la distopía de la prohibición del azúcar. Ahora ya no parece tan descabellado mi pitch de aquella mafia escolar de niños de primaria que terminan traicionándose unos a otros al mejor estilo de Los infiltrados. Como esa, este fue mi meme favorito:

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Estas medidas, sin embargo, tienen como consecuencia que el problema estructural se desnuda: apenas se aprueban y uno ya se está preguntando qué va a pasar, por ejemplo, con aquellos lugares donde no llega el agua potable y la coca la sustituye porque aparte de calmar la sed te da energía, o en aquellos sitios donde no haya alimentos saludables a precios accesibles y los niños tengan que comer papitas o gansitos para aguantar la mañana en la escuela. Sin medidas estructurales a estos problemas, que comiencen en la educación y se ramifiquen a través de políticas públicas, estas leyes parecen más declaraciones de buenas intenciones que acciones del estado que de verdad busquen igualar el terreno para que todxs tengamos acceso a una oferta tan variada como saludable. Cuando todo se pone en mano de los individuos, las medidas pueden llegar a extremos ridículos: en Estados Unidos, por ejemplo, ha circulado la idea de pesar a los niños cuando vuelvan a la escuela de cuarentena y buscar monitorear su peso, idea idiota donde las haya. Tess Gattuso, una de mis comediantes favoritas de internet, hizo un sketch al respecto.

El chango humano es vicioso. Es sensual. Es goloso y es mundanal. A lo largo de la historia de la humanidad, las prohibiciones no han logrado frenar nuestra afición al placer y la evasión. Ni lo lograrán. Si ustedes se meten al x-ray del tercer capítulo de la primera temporada de Pan y circo, la serie que hicimos para Prime Video, encontrarán material extra de la cena que no se coló al corte final: en este caso, anécdotas acerca de la futilidad de la prohibición irracional, desde aquella vez que en México fueron legales todas las drogas hasta lo que Winston Churchill pensaba de prohibir el alcohol en Estados Unidos. Fin del comercial. Y de esta entrega del newsletter. Nos leemos la próxima semana.~

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