El mercado de Ozumba, cambiando como siempre

 

Texto: Michael Snyder; Videos: Sam Youkilis

Cada martes, cada viernes, en las últimas horas de la noche, llegan proveedores del Estado de México, Puebla y el DF al pueblo de Ozumba. Vienen a vender y comprar en el viejo tianguis. El mercado pareciera irradiar desde la plaza central y la iglesia, construida en el siglo XVII, con su fachada como un tablero blanco y ocre; pareciera hilarse, pareciera crear un tapete de lonas azul con rojo que dejan sobre el asfalto una sombra como bajada de un vitral. Hasta 1982, cuando terminó de erigirse la Central de Abastos en Iztapalapa, Ozumba funcionó como el mercado principal de proveedores de la Merced y Jamaica. (Todavía hay proveedores de duraznos y ciruelas y membrillos en el banquetón de la Meche que vienen aquí a comprar su producto. A veces, sutilmente, te dejan creer que ellos mismos los cultivaron.)

La vida comercial de la ciudad cambió por completo tras la centralización del mercado de abastos –construido por Abraham Zabludovsky a fuerza de concreto y metal sobre los canales y los lodos de la alcaldía más grande de la capital– pero Ozumba sigue siendo el mercado más importante del Estado de México, un espacio donde proveedores de cualquier pueblo a la base del Popocatépetl se congregan a vender lo que se deje cultivar. El mercado de Ozumba está simultáneamente en varios tiempos: atado a sus orígenes del siglo XVII y volcándose a la venta de maquila, de ropa producida en masa.

 El mercado se transforma con las economías que convergen aquí. Socava la biodiversidad de la región, nacida de los incontables microclimas creados entre los pliegues de la falda de don Goyo. Y sin embargo, Ozumba aún ofrece una mirada notable a lo que la cuenca de Texcoco fue y, aquí y allá, es aún. A pesar de todo.


Every Tuesday and Friday, in the dark hours preceding the dawn, vendors from across the eastern Estado de México, Puebla and Mexico City flock to the village of Ozumba to buy and sell at the village’s centuries-old tianguis. Radiating out from the central plaza and its 17th-century church, its eccentric façade like a white-and-ochre checkerboard, the market weaves through a tangle of streets under the cover of blue and red tarps, casting colorful shade on the asphalt like so much stained glass. Until 1982, when the Central de Abastos was completed in Iztapalapa, Ozumba served as the primary wholesale market for vendors at the Merced and the Mercado Jamaica. (The vendors selling peaches and plums and membrillos in the Banquetón at La Merced still come here to buy their goods, in some cases subtly misrepresenting themselves as the farmers who grow them.)

Though the city’s commercial life changed completely with the centralization of the wholesale market under Abraham Zabludovsky’s concrete-and-metal superstructure—itself built over what used to be the canals and swamplands of the city’s largest alcaldía—Ozumba continues to be the most important marketplace in the Estado de México, a space where vendors from the villages around the base of Popocaptépetl congregate to sell whatever they can grow. Ozumba seems to exist simultaneously across eras, still tied to its 17th-century origins even as countless vendors turn over their stalls to mass-produced clothing.

As the economies that converge here transform, so, too, does the market, actively undermining the remarkable biodiversity of the region, generated by countless microclimates created by the folds of el Popo’s skirts. For the moment, though, Ozumba still offers a remarkable glimpse of what the Texcoco basin once was and what, in a few isolated places, scattered around its edges, it still, despite everything, remains.

Entre los primeros que llegan a Ozumba en la mañana están los coyotes que vienen de Puebla para comprar aguacate hass de a tonelada. Hacen bajar los precios aquí para inflarlos en la ciudad de México, dramáticamente. Estos vendedores han forzado, por decirlo así, la plantación de aguacate hass en la zona. Y han contribuido a la decadencia de la diversidad de otras frutas locales.


Some of the first people to arrive at Ozumba each morning are the coyotes who travel here from Puebla to buy Hass avocados by the ton, driving prices down before selling the product on to markets in the city and beyond, inflating prices dramatically to generate substantial profits. Having pushed for grafting Hass avocado onto native root stock, these same buyers have also contributed considerably to a decline in regional biodiversity of native fruits.

Venidas de pueblos cercanos, al centro del mercado encontramos una mayoría de vendedoras de yerbas, flores y frutas; de manojos de quelites; de atillos de jazmín color naranja; de un tesoro de ingredientes que han servido para que la medicina tradicional y esotérica de la región sobreviva a través de los siglos.


At the center of the market, vendors, most of them women, from nearby villages sell herbs, flowers and fruits, sheaves of quelites and bundles of pale orange jasmine, a wealth of ingredients through which the region’s traditional medical practices have survived through the centuries.

También los pequeños productores de maíz llegan temprano a Ozumba en día de plaza. Muchos venden variedades criollas de la milpa. Algunos venden su producto a intermediarios y regresan pronto a casa para ir al campo; otros se quedan un poco más en el mercado: recogen semillas –color toronja o negro obsidiana o azul marino o blanco hueso– que han quedado esparcidas por el pavimento.


Among the first vendors to arrive at Ozumba on market days are the small producers of corn, many of whom sell surplus of the criollo varieties they raise in their milpas. Some sell their product in bulk to middle men, returning home early to go to the fields, while others stick around the market longer, meticulously retrieving the seeds—pomegranate red, obsidian black, navy blue, bone white—that skitter across the pavement.

Como todo mercado rural, el de Ozumba está calibrado a las estaciones. Esto nos da pistas de qué productos son locales y qué productos vienen de invernaderos de Puebla. (Si el mercado está lleno de calabacitas pero no hay flores de calabaza, entonces se puede apostar que la calabaza viene de algún invernadero quién sabe dónde.) La temporada de peras dura un poquito, en primavera, casi al mismo tiempo que la de moras silvestres.


Like all rural markets, Ozumba is calibrated to the seasons, which offer clues as to what products are local and which are brought in from greenhouses in Puebla. (If the market is full of calabacitas but you don’t see flor de calabaza, as well, you can bet the diminutive vegetable is a hot house variety brought in from far away.) The pear season lasts for a brief period in the spring, almost simultaneous with sour wild blackberries.

En los puestos de comida se venden tlacoyos y sopes, mojarras fritas, tacos de cecina, huaraches tamaño balón de americano. Uno más vende chilatole: desayuno prehispánico de masa, elote, chile y epazote.


Food stalls throughout the market sell tlacoyos and sopes, fried mojarras and tacos de cecina and huaraches the size of an American football. Here, a vendor serves chilatole, a pre-hispanic breakfast dish made from masa, whole corn, chiles and epazote.

En un comal se inflan tortillas de maíz azul: son un envoltorio de las muchas microeconomías que coexisten en el mercado. Un producto vendido en una variedad de formas. Está en el molino del pueblo –Molino de Chiles Chuy, donde gente de otros pueblos de la región viene a moler maíz e ingredientes tatemados para hacer mole–, está en este comal: la tortilla, basiquísima expresión del grano de Mesoamérica.


Tortillas made from local blue corn masa puff on a comal, an encapsulation of the many micro-economies that coexist within the market: a single product sold in a variety of forms, between corn, the village mill—el Molino de Chiles Chuy, where villagers from the surrounding region come to grind corn or pre-roasted mole ingredients to a paste—and here, the tortilla, the most basic edible expression of Mesoamerica’s staple grain.

En un estacionamiento cerca de la orilla de Ozumba se venden pollos, patos, pavos y conejos vivos. En otra orilla, viniendo desde México, hay mamíferos a la venta a la orilla de la carretera.


In a parking lot near the edge of town, vendors sell chickens, ducks, turkeys and rabbits for the slaughter. On the far side of the village, at the entrance from Mexico City, larger mammals are sold in an open field on the side of the road.

En Ozumba el maíz no se vende por kilo sino por litro para que las diferencias de densidad entre maíces diversos en tamaño y edad. El maíz de noviembre es el más caro; el maíz más barato es el más joven, porque es el menos propicio al nixtamal. (El mismo peso rinde menos.) Existen prejuicios que favorecen maíces de colores; esto ha acrecentado el costo del maíz azul, del negro, del rojo. Un ejemplo más de los vaivenes que atan los mercados urbanos con el de Ozumba.


Corn in Ozumba is sold not by weight but by volume to account for differences in density between corns of varied varieties and ages. November corn is the costliest and young corn, typically, the cheapest, because it’s least ideal for the nixtamal, producing lower yields to the same weight. Prejudice in favor of colored corns in the cities has driven the cost for blue, black and red corns disproportionately high, an example of Ozumba’s close ties to fickle urban markets.

La feijoa es una fruta nativa de los altiplanos del sur de Brasil, región de selvas lluviosas subtropicales. Alargada, casi oval, esta fruta tiene una pulpa entre dulce y astringente y vainitas de semillas dulces. En textura se parece a la maracuyá; en sabor, a la guayaba si estuviera remojada en agua de rosas. Se da en Ecotzingo, frontera con Morelos. Y es una muestra de la riqueza climática de esta región, del frío alpino en el volcán al calor subtropical en los bordes morelenses.~


The feijoa fruit is native to the southern highlands of Brazil, a subtropical region of humid rainforests. Long and tapered, the fruit consists of a sweet-astringent pith and sweet seed pods, texturally similar to passion fruit, that taste like guava soaked in rose water. Grown in Ecotzingo, on the border with Morelos, they demonstrate the climatic wealth of this region, from the alpine chill of the volcano to the sub-tropical heat near the border with Morelos.~