El plátano como argumento para la diversidad

 

texto: Michael Snyder; fotografías: Felipe Luna

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En el mundo hay más de mil variedades de plátano, pero si creciste comprando en supermercados en cualquier país primermundista, no tendrías por qué saber esto. Algunos son pequeños, apenas más grandes que el pulgar de un adulto. Otros tienen forma triangular, son prismas curveados, su piel es rojiza tirándole a morado o amarillo cenizo, como si se hubiesen tatemado a las brasas. Los hay con semillas pequeñitas, duras y redondas como las de una guayaba. Otros tienen mucho almidón, son duros como papas, y otros cuantos son pegajosos y casi tan dulces como caramelo, mientras otros aciditos como manzanas verdes. Los plátanos han existido por más de ocho mil años, y son un universo en si mismos.

 También está el Cavendish, la variedad de plátano a la que estás acostumbrado si creciste en Nueva York, Londres, CDMX o Buenos Aires. Esta variedad se cultiva buscando una longitud ideal de 8 pulgadas con cada fruta. Tiene una piel gruesa color amarillo canario y un tallo corto y nudoso. En comparación con la mayoría de las variedades regionales del mundo, son plátanos insípidos y pesados. Se cosechan cuando la fruta todavía está verde y se maduran en cámaras, bañados con una lluvia de hormonas. Son plátanos robustos, resistentes y fáciles de reproducir, y de su base brotan clones que forman manojos como si estallaran entre las hojas en forma de abanico de la planta, colgando como candelabros sobre el suelo.

 De las 117 millones de toneladas de plátanos cultivadas en el 2017, cincuenta fueron de variedad Cavendish. Esto representa el 47% de la producción mundial y prácticamente la totalidad de las 19 millones de toneladas de plátanos comercializados internacionalmente ese año. Aunque América Latina produce menos de un tercio de todos los plátanos del mundo, alrededor del 70% de los exportados en 2019 crecieron en esta región. El Cavendish es, para una parte importante de la población mundial, el ur-plátano, el plátano de la cueva platónica, de la memoria proustiana o del disgusto visceral.

 Al sur de Tabasco en medio de pantanos y llanuras aluviales que se conectan con la selva de Chiapas está Teapa. El Cavendish representa la suma total de la economía local de esta comunidad, y es una fuente de ingresos aún mayor que el ganado que pasta en los interminables e iridiscentes pastizales del estado. Aunque Tabasco produce menos que Chiapas, ningún municipio del país produce más plátanos que Teapa. México está en doceavo lugar de producción de plátano a nivel mundial, pero hace menos de un siglo fue -por un breve momento-, el exportador más importante, con Tabasco produciendo alrededor del 40% de la fruta.

 Fue un momento histórico que ocurrió gracias al surgimiento del Cavendish como la variedad dominante y a un ciclo de monocultivos que proporcionó sustento durante mucho tiempo a los agricultores de Teapa, pero que hoy los ha dejado con una precariedad económica alarmante.  Cualquier platanero de la región puede confirmarte que la cosecha de Cavendish le ha dado a este municipio de aproximadamente 50.000 habitantes un nivel de estabilidad económica y social poco común, que podría desaparecer de un día para otro si ocurriese una de las muchas posibles catástrofes ambientales.  

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Sabemos esto por que ya ha ocurrido antes. El primer gran cargamento de plátanos tabasqueños salió del puerto de Frontera hacia el sur de Estados unidos en 1906, tres años después de que en Latinoamérica apareciera la “Enfermedad de Panamá”, una infección bacteriana que eventualmente arrasó con todo el plátano de la variedad Gros Michel, que dominaba el mercado global antes de la Cavendish. Los cultivos de plátano de Centroamérica colapsaron uno tras otro, y la United Fruit Company -el monstruo corporativo de aquella época-, enfocó la mira un poco más al norte, en México.

Para la década de los cincuenta la enfermedad ya había llegado a México, y el gobierno de Estados Unidos había invadido Centroamérica y el Caribe para proteger los intereses de la United Fruit. Los agricultores de Teapa respondieron al desastre convirtiendo sus cultivos de plátano en cultivos de cacao, una especie nativa que crece en un paisaje que algunos agrónomos llaman “bosque domesticado”. Cuando los precios del cacao cayeron, los agricultores arrancaron sus plantas de cacao para cultivar plátano otra vez. En otras partes de Tabasco, donde apenas sobrevive un 3% de la vegetación nativa, los terratenientes y campesinos compran vacas como una especie de póliza de seguro para protegerse de los posibles desastres, transformando en pastizales lo que alguna vez fueron bosques y pantanos llenos de biodiversidad.

Estas son decisiones perfectamente lógicas para los habitantes de un lugar donde todo crece fácilmente pero se puede inundar en cualquier momento, destruyendo años de progreso en cuestión de horas. Mientras necesitemos dinero y comida para sobrevivir, las comunidades rurales van a seguir transformando sus tierras -el único recurso que tienen- en dinero y en comida. 

El cultivo de Cavendish, como muchos otros monocultivos en México (el agave tequilero en Jalisco, por ejemplo) depende de la reproducción por clones, lo que significa que prácticamente todas las 7,400 hectáreas de plátanos en Teapa son genéticamente idénticas. Un solo patógeno -como el que ocasionó la Enfermedad de Panamá, que surgió en 1989 y ya avanza hacia el oeste-, podría acabar con ellos por completo…si es que el cambio climático no lo hace primero.

El aumento de las temperaturas ha acelerado la propagación de infecciones fúngicas como la sigatoka negra, que los agricultores contrarrestan con ráfagas de fungicidas tóxicos, rociados semanalmente en toda la región para mantener a raya la enfermedad. Los mismos agricultores reconocen el peligro, pero también entienden que los cultivos de plátano solo son económicamente viables cuando se cultivan en altas densidades.

Las inundaciones también se han vuelto más comunes con cada vez más erosión y pastizales en las faldas de los cerros, proyectos hidroeléctricos mal diseñados y, por supuesto, las lluvias, que año con año se vuelven más impredecibles. A fines del 2020, una inundación dejó bajo el agua cientos de hectáreas de plátano durante días, matando miles de plantas. Aunque muchos agricultores estaban protegidos, nada garantiza que las próximas inundaciones no sean peores.

 Si sucede lo peor, la solución probablemente será introducir otro monocultivo a la región, en este caso palmas para aceite. Se trata de una planta hasta cierto punto vilificada, ya que ha sido un factor importante para la devastación selvática del sureste asiático.  Esta palma originaria de África también es resiliente. Resiste las inundaciones y promueve más la biodiversidad en sus arboledas que los plantíos lodosos de plátano o los pastizales biológicamente muertos. El principal argumento en contra del cultivo de palma es la devastación ecológica que se ha visto en los bosques del sureste asiático, cosa que no puede ocurrir en Tabasco porque prácticamente no queda nada de bosque nativo que destruir. 

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El problema no está en los cultivos en sí. Ni la palma ni los plátanos son malos. La gente que los cultiva tampoco lo es, aunque las grandes corporaciones que permiten la tala radical de miles de hectáreas de selva quizá sí lo sean. El problema es la mentira cultural y política que nos dice que el valor de la tierra radica en cuánto puede producir: qué tanta fruta, cuánto aceite y cuánto dinero se puede obtener de ella. Es la misma mentira que ultimadamente provocó la pandemia del Coronavirus, que surgió en gran parte debido a la deforestación excesiva.

Después de los horrores que vivimos el año pasado, uno esperaría que los humanos pudiésemos ser capaces de cambiar, aunque la historia no es precisamente esperanzadora en este sentido. El plátano Gros Michel desapareció debido a una pandemia que ocurrió al mismo tiempo que la última gran pandemia humana: la gripe española de 1918. Podríamos haber aprovechado esa oportunidad para probar otras variedades, para generar mayor diversidad en la población, creando nuevas variedades inconcebiblemente complejas y deliciosas, y quizá incluso resilientes. En cambio, elegimos el plátano Cavendish.