Por qué dejar de perseguir la chuleta

Y empezar a perseguir a la ganadería

 

texto por Begoña Sieiro; fotos: Ricardo Martínez Roa

Analicemos nuestro plato: los mexicanos comemos casi 50 kilos de carne al año, mientras los estadounidenses cerca del doble: 90 kilogramos (según cifras de la OECD en 2014). Imaginemos cuánto comen en otros países y los números se multiplican rápidamente. Está claro que nos estamos atascando de productos de la granja como res, lácteos, cerdo, pollo y huevos. Lo que tendríamos que cuestionarnos es: ¿de dónde viene toda esa carne y cómo impacta al medio ambiente? La jodida respuesta recae en un sistema de ganadería intensiva, que es un fenómeno relativamente reciente –e insostenible–.

 
 
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A la vieja usanza, comer carne todos los días era una muestra de estatus, como si el hecho de poder pagarla te obligara a comerla. Lo cual es casi tan absurdo como la idea que tienen muchos de que no comer carne te deja con una sensación de hambre. No sólo en México, sino en la mayoría de los países, los seres humanos le hemos concedido tanta importancia a la carne que, literalmente, la Tierra está sobrepoblada de vacas que, a su vez, la están matando –no tan lentamente–. 

Todo ese consumo lleva a un impacto ecológico grave. Mucho más grave de lo que podrías imaginarte. A tal grado, que diversos estudios aseguran que comer menos res ayudaría más a reducir las emisiones de carbono que dejar de usar tu coche para siempre. Para siempre.

La carne roja requiere 28 veces más tierra que la producción de pollo y cerdo, y 11 veces más agua, lo que resulta en cinco veces más contaminación. Y si comparamos la res con cultivos como la papa, el trigo o el arroz, el impacto por caloría es aún más drástico, ya que requiere 160 veces más tierra y produce 11 veces más gases de efecto invernadero. Aunado, el agua...

Lo alarmante de las cifras que despliega esta problemática –y que no tengo intención de enlistarlas todas aquí– nos lleva a un problema más: ¿Cómo es que es tan poco sabido? ¿Por qué se lo tienen tan guardadito? ¿Quién mantiene en silencio a las organizaciones ambientalistas?

La industria ganadera, y por lo tanto cárnica, es masiva. Mueve millones y millones –y millones y millones– de dólares y tiene algunos de sobra para manejar la [mala]publicidad a su antojo: periodistas y periódicos a nivel mundial silenciados –por las buenas y por las malas–; organizaciones tan grandes como Greenpeace que jamás mencionan –o hasta niegan– el daño ambiental que provoca el ganado; gobiernos enteros que hacen creer a sus ciudadanos que el principal contaminante son los combustibles de los medios de transporte y que la escasez de agua se debe a las largas duchas que se toma cada quien.

Bullshit. Literalmente.

 
 
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Porque no es cierto que la extinción de las especies silvestres de animales y la destrucción de los ecosistemas –especialmente los océanos y las selvas tropicales–, son sólo por causa de las ciudades, la caza o la pesca; porque son las inmensas cantidades de desechos del ganado el principal contaminador, que se filtra en los ríos y mares; porque tan sólo en Brasil ya han matado a más de 1000 activistas defensores del amazonas; porque hacer una sola porción de carne requiere de cientos –cientos– de galones de agua; porque ni dejar de usar para siempre todos los medios de transporte de combustible del mundo podrían reducir el 51% de todas las emisiones de carbono que provoca la agricultura, especialmente el ganado vacuno; porque los gobiernos también están embarradotes: subsidian esta industria por intereses particulares y políticos, y absorben todos los gastos ocultos. Y porque, no nos engañemos las organizaciones como Greenpeace también viven en este mundo capitalista y muchos donadores son, digamos, ganaderos, o al menos consumidores activos de todos los productos que vienen de dicha industria.

Por eso se esconden. Al grado de poder «ignorar» un problema de esta magnitud: el ganado es la causa más grave de destrucción ambiental a nivel mundial. La más grave. Por encima de todas las demás. ¡Y por mucho! ¿Quién sí quiere resolver esta problemática? ¿Por qué no lo sabemos todos, si es el principal contaminador? ¡¿Cómo es posible?! ¿Por qué? ¿Por qué?

Al descubrir la gravedad del asunto, y después de sufrir por una hora y media con las terroríficas verdades del documental Cowspiracy (2014), las dudas se multiplicaban. Por un lado, las de coraje con respecto a lo secreto del tema: ¿Por qué no sabíamos nada de esto? ¿Cómo es posible que los ambientalistas tengan dos caras tan radicalmente opuestas? Pero por el otro –el menos idealista–, me preguntaba si yo podría dejar realmente todos los alimentos que contribuyen con esta problemática o si reducir mi consumo y buscar productos sustentables con el medio ambiente sería suficiente.

Esto vino con un agobio nuevo: ¿cómo ser sustentables con su consumo de carne los mexicanos que no pueden pagar el doble de lo normal por un bistec orgánico? Me enfurece pensar que sólo aquellos dispuestos a pagar mucho más por una alimentación saludable y a su vez –relativamente– benéfica para el planeta, podrían aportar a este problema. Porque, aceptémoslo, es un poco una locura pagar exactamente el doble por unos huevos orgánicos en el súper cuando se ven exactamente igual que los otros. Y lo mismo por una porción de carne. Además, claro, de que no todos podemos destinar un porcentaje de nuestro sueldo a que las vacas y los pollos coman mejor que muchos habitantes de este país –y del mundo–.

¿Cómo, entonces, resolvemos un problema como el de la ganadería? Uno tan grande, penetrante, cultural y enraizado. «Si los consumidores no quieren pagar al granjero para que lo haga bien, no deberían comer carne», le dijo Frank Reese, un criador de pollos estadounidense a Jonathan Safran Foer, autor de Comer animales (2009). ¿Qué tal si volteamos esta declaración y cuestionamos a los ganaderos? Si no lo van a hacer bien, no deberían ser granjeros. El punto es que la responsabilidad recaiga en todos, tanto en el consumidor como en el criador, en las organizaciones y en los gobiernos.

 
 
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En Inglaterra se hizo un estudio, publicado por el diario de BMC Public Health (Adam y Briggs, Ariane Kehlbacher, Richard Tiffin y Peter Scarborough), en el que los autores concluyen que los gobiernos deberían cobrar más impuestos por la agricultura, especialmente aquella que genera contaminación y que es dañina para la salud humana y medioambiental, como lo es la ganadería intensiva. La idea es una sola política pública que cubra dos flancos: la alimentación insana y el cambio climático. Así se resolverían diversas problemáticas, todas al mismo tiempo y de forma sencilla: criar ganado de forma masiva costaría más; se crearía consciencia entre los consumidores, quienes pensarían mejor su elección a la hora de comer carne; se reduciría la sobrepoblación de ganado en el mundo, y por lo tanto las emisiones de gases que dañan el medio ambiente.

¿Es más fuerte la costumbre que nuestras convicciones? Afrontémoslo: no sólo es culpa del sistema, nosotros determinamos la demanda... Así que, ¿qué podemos hacer como individuos para ayudar a frenar esta situación? La solución es simple: concientizar a la humanidad de que la ganadería es la principal causa de contaminación mundial. El primer problema que tenemos que erradicar es la ignorancia en la que hemos vivido. Esto nos resolverá, a su vez, la falta de consciencia: si sabemos todos que la ganadería es, más allá de todo, la fuente principal de contaminación y destrucción ambiental, seremos mucho más conscientes con respecto a nuestro consumo. Tenemos que serlo si queremos revertir el daño. Igual que todos sabemos que es mejor usar la bici que el coche o tomarnos un vaso de agua en vez de un refresco.

No tenemos que dejar de comer carne por completo (aunque tal vez sería lo ideal). Con tan sólo comer un tercio menos de res y lácteos por semana, se reduce mucha de la contaminación. Tenemos que ser conscientes y responsables con respecto a todas las decisiones que tomamos cuando compramos y consumimos nuestra comida, porque incluso los más mínimos cambios pueden crear una diferencia para el planeta. Y, una vez que el cambio sea tangible, entonces sí comprarla únicamente de productores conscientes. El cambio es pian pianito, pero es perfectamente realizable si se toman las medidas correctivas necesarias y todos ponemos de nuestra parte. Una vez logrado, la Tierra cicatrizará y se regenerará sola.

Hagamos algo, cada uno de nosotros, para que el efecto sea masivo. Dejemos las costumbres olvidadas y empecemos a fortalecer las convicciones, porque así será más fácil no comerte el filete. Nos la pasamos «persiguiendo la chuleta»,