Lentejas con manzana

 

por Isabel Zapata; foto: Joseph Morales

i.

Pienso a menudo en la sopa de lentejas de casa de mi abuela. Pienso más en ella que en mi abuela misma, podría decirse, aunque también podría decirse que pienso en mi abuela a través de las lentejas, que en su casa se servían acompañadas de plátano macho y manzana en unos platos hondos tan chaparros que daban la sensación de no contener nunca la cantidad suficiente de sopa. Pienso en ella también a través de las frutas que hacían de esa sopa un potaje extraño, de una dulzura que ahora sería imprevista (digo ahora porque de niña era tan normal que la sopa de lentejas fuera dulce, que cuando la comía en alguna otra casa pedía fruta para ponerle encima).

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ii.

El protagonista de El nervio principal, la novela más reciente de Daniel Saldaña París, cita por ahí un estudio sobre las alteraciones de la memoria y sobre cómo los episodios de nuestra vida a los que volvemos con más frecuencia son, irónicamente, los menos fieles a la realidad. Eso se debe, dice el estudio (que no sé si es verdadero, pero debería serlo), a que los recuerdos se desgastan como los pantalones de mezclilla que usamos demasiadas veces a la semana o como las hojas de un libro al que regresamos una y otra vez. Se desgastan y cambian al punto de convertirse en otros.

iii.

La sopa de lentejas de casa de mi abuela no era una comida especial. No la comíamos en navidad. Nadie la pedía para su cumpleaños ni se servía para conmemorar ocasión alguna. Francamente, no recuerdo siquiera las comidas de ocasiones especiales, no sé si porque mis abuelos murieron cuando yo era demasiado joven, porque nunca estuve presente en los procesos de preparación de la comida como para tomarle cariño a los ingredientes o porque el temperamento de ese lado de mi familia nunca ha tenido inclinaciones, por así decirlo, festivas. Recuerdo más bien –y ésa sí con claridad, como si fuera ayer– la comida de todos los domingos: peneques, arroz rojo, sopa de lenteja, dulce de calabaza.

iv.

Vuelvo con frecuencia a un poema en el que Fabián Casas se pregunta, viendo una fotografía vieja, si quienes en ella aparecen habrán sido de verdad tan felices como parece en la imagen. Según el estudio de la novela de Saldaña París y el sentido común de quien se ha visto en fotografías, la respuesta es simple: no lo fueron. La memoria, como la fotografía, traiciona con facilidad. Más que certificar la experiencia, pensar demasiado en ella es a veces una manera de rechazarla: la textura de lo vivido se va aplanando. El plato hondo, blanquísimo con su filo negro, las lentejas humeantes, la dulzura insistente de la manzana, del plátano. ¿Dónde habita todo eso? No lo sé, pero si cierro los ojos y estiro la mano casi alcanzo a hacer rollito una tortilla con sal.

v.

Mi hermano dice que no recuerda que la sopa tuviera manzana. Que sólo recuerda el plátano macho, el mismo que comíamos con arroz, y que la sopa ni siquiera era particularmente dulce. Es más: tal vez sólo recuerda la sopa porque yo la saco al tema. Me parece que en su memoria están más presentes las carnitas que comíamos en la gran mesa cuadrada de mi papá o la sopa verde que preparábamos metiendo a la licuadora todas las verduras que hubiera ese día en el refrigerador.  

vi.

Quizá todo el asunto sea un engaño y al preguntarme cómo era realmente la sopa de lentejas de casa de mi abuela lo que quiero saber es cómo era realmente mi abuela. No sólo cómo fue antes de que yo naciera, con sus sombreros y sus ojos verdes, bellísimos, mirando con altivez a quien se le atravesara, sino cómo era frente a mí: cómo andaba lento con su tanque de oxígeno a cuestas, un caracol viejito que carga con su casa a donde va. Cómo era con sus waffles del domingo por la mañana, sirviendo la miel de maple, con su tequila de medio día; cómo era sentada en el patio comiendo queso cotija, siempre medio triste. Y voy a ir más lejos, sólo un poco, porque es tarde y llevo horas pensando en lentejas: lo que quiero saber es cómo era mi madre, qué de mi abuela hubo en ella y qué de ellas hay en mí. Pero mejor dejar eso de lado por ahora y seguir pensando en sopa, buscando recetas en internet y pidiendo lentejas cada vez que las veo en el menú. Es más dulce así. ~