Lonely at the fonda yucateca

 

por Alaíde Ventura Medina; fotos: Table For One

 Mi sobrino mayor mira el fondo de pantalla que elegí para la computadora: ‘Nighthawkes’, de Hopper. Me interesa saber qué le parece. “Un poco triste”, responde. “¿Qué es lo triste exactamente?” “Se ven muy solos.”

Me pregunto qué pensaría de mí, si me viera comiendo en la fonda yucateca, a solas, con la mirada puesta en el teléfono o en el programa de televisión. Creo que también le parecería triste, pero no se atrevería a decírmelo.

mesa para uno

~

A Pelusa no le gusta estar sola, en eso se parece a mí. La diferencia es que ella no se sienta durante una hora en el sofá de una analista para averiguar el origen de su miedo. Ignora el potencial transformador de sus ladridos. No se pregunta qué hay en la soledad que le resulta tan repulsivo; no se pregunta qué tan problemáticos son sus mecanismos para combatirla.

Cuando se queda sola, lo único que Pelusa hace es beber mucha agua y dejar de comer. En eso yo me parezco a ella.

~

De niña tuve pocas certezas. A veces había dinero en casa, a veces no. A veces mi papá pasaba puntual a recogerme los fines de semana que me tocaba ir con él. Otros días llegaba tarde y malhumorado, sin ofrecer disculpas.

Extraviada en la complejidad del mundo adulto, la persona que era yo a los seis años encontró certezas en medio del caos: la confianza en que la comida tendría lugar cada día a las dos de la tarde y que siempre comería acompañada, sin importar el clima ni el estado de ánimo. La mesa del comedor fue, para mí, lo único realmente estable durante mucho tiempo. El tablón al cual me aferraría cuando la marea subiera hasta inundarnos.

Aquella mesa era el lugar donde yo resultaba digna de ser querida. Alguna persona (mamá, abuelita, mi papá gringo, mi hermano, mis tías e incluso, al principio, mi papá biológico) había preparado alimentos para que yo los disfrutara, y además se mostraba interesada en lo que yo pudiera contar.

La comida de las dos de la tarde es el recuerdo al que vuelvo cuando quiero sentirme menos triste.

mesa para una

~

 Acudo a la fonda yucateca con regularidad, movida por la esperanza de encontrar, de postre, plátanos con crema. Acostumbraba venir con Abril, antes de que se mudara a otra colonia. Me siento en la misma mesa que compartíamos y amarro a Pelusa en el tubo de siempre. A veces pido espagueti en honor a mi amiga.

A ella el espagueti rojo le recordaba a su infancia, mientras que a mí me recordaba a un ex novio. Eso era antes. Ahora me recuerda a Abril.

~

Establezco relaciones a partir de la comida. Recuerdo con precisión las preferencias alimenticias de la mayoría de mis ex novios. También recuerdo cómo parecía alegrarles que yo disfrutara los platillos que ellos preparaban o elegían.

Me gusta mucho comer en pareja, incluso he llegado a subir de peso de pura contentura y comodidad. Más que la comida, lo que disfruto es la dinámica: cocinar en equipo o caminar hasta llegar a un restaurante que me entusiasma. Luego, hacer sobremesa sumando postres o cervezas. Sentirme llena es casi equivalente de sentirme enamorada.

El antónimo de llena es vacía, y aquí detengo el símil por mi propio bienestar.

09082019_nota-lonely at the fonda 01.jpg

~

 Desde que no vengo con Abril, he traído a más personas a la fonda yucateca. A nadie le ha entusiasmado la comida que sirven aquí. Será que en realidad no es tan buena. La sopa de pasta es regular y casi nunca sirven crema de verduras. El arroz viene con bastante ajo, y aunque para mí esto es un acierto, alguien más podría considerarlo un error. 

También he comenzado a venir sola, en un esfuerzo por enfrentar mis miedos.  

Son las dos de la tarde y la soledad acecha, inclemente. Preferiría estar con Samuel, pedirle que me prepare un pozole. También podría llamar a Gaby y preguntarle si ya comió. Tal vez Marcelino tenga antojo de una torta de huevo. Faltan solo cuatro horas para que Ale salga del trabajo, quizás me convendría esperarla para ir a los tacos. ¿Qué estará comiendo Niche?

Decidirme a comer sola es un acto en apariencia inocuo. ¿Cómo es que mi cerebro logra convertirlo en la derrota absoluta? Estoy frente al derrumbe de la única certeza que mantuvo a flote mi barco durante todo este tiempo. Hoy he enflaquecido a causa de la parálisis que me provoca la soledad.

~

Me toma media hora reunir fuerzas. Pelusa brinca de emoción al escuchar el arnés metálico de su correa. No me burlo. Yo habría respondido de igual manera si el celular hubiera anunciado una notificación a la una de la tarde. Salgo a la calle sin saber exactamente hacia dónde dirigirme. La inercia me conduce hasta la fonda yucateca.

Del acto de comer sola me consuela la libertad de poder ser desagradable. Arrinconada en la mesa de siempre, nada me impide emplear la tortilla como servilleta o acumular pedazos de bolillo adentro de los cachetes como un hámster. Me permito comer a mis anchas, con todos los inconvenientes que ello implica. Sorbo la sopa ruidosamente, agarro el pastel de papa con las manos. ¿Quién puede juzgarme ahora, si mi sociedad circundante ha desaparecido por un lapso de veinte minutos?

 

Como rápidamente y sin disfrutar los alimentos. Me dedico a mirar obsesivamente el celular. He tratado de leer e incluso de escribir, sin éxito. Este texto es el intento número diez. No puedo hacer otra cosa que apresurar el paso del tiempo. Me resulta demasiado incómodo estar ahí sentada, entablando conversaciones bobas con un interlocutor imaginario.

 Vuelvo al recuerdo que me regala paz en momentos tristes: la mesa del comedor de mi casa familiar. Pienso en el arroz rojo y en el agua de limón muy azucarada. Oh, no. La memoria es un cuchillo de doble filo. La escena en apariencia feliz se convierte de pronto en fuente de sufrimiento, porque no existe más. Una salsa que parecía sabrosa y que después de un rato se revela traicionera. La única certeza es hoy un recordatorio de que no existen las certezas. No hay tablón, y la marea subió hasta inundarnos. La soledad sí es la derrota absoluta.

~

 Le mentí a mi sobrino. Le dije que la soledad no era triste y que los protagonistas del cuadro de Hopper quizá únicamente son personajes introspectivos. También le dije que Pelusa se pone triste cuando nos vamos porque es tonta y porque no entiende que estar sola no tiene nada de malo. Yo, que no soy tonta, lo entiendo, y soy capaz de enarbolarlo como verdad para educar a mi sobrino en la autosuficiencia. Sin embargo, no logro apropiármelo, y muestra de ello es que van tres días que me espero a estar acompañada para ingerir bocado.

He echado raíces en el DF, pero mañana me voy de aquí y me aterran las posibilidades del lugar al que llego. Una ciudad donde solo conozco a cuatro personas, y donde además no hay fonda yucateca. Guardé en mi maleta sartenes y ollas. Las empaqué, meticulosa, al lado de mis buenas intenciones. Cocinaré mis propios alimentos, procuraré mi cuidado, desdoblaré mi personalidad hasta hacer brotar la conversación que hoy evito: la discusión frente al espejo.

Por lo menos de aquel proceso saldrán más textos. Ojalá surgieran nuevos platillos.~