No nos falles, 2019

 

Volvimos. ¿Cómo les fue de fin de año? ¿Qué tal estuvo el recalentado? ¿Se puso bueno? Y la rosca ¿qué tal? Nosotros podríamos vivir una nueva vida sin volver a probar un pinche pavo o un maldito bacalao. Basta. Ya estuvo. Tampoco es a fuerzas.

En fin. Hay algo muy curioso en el nuevo año. Es esto: la renovación de nuestros deseos y esperanzas. El 31 de diciembre y el primero de enero son fechas relativamente aleatorias, obvio, pero nos hacen repensar –en el traidor Occidente, al menos– algunas decisiones de los 365 días pasados. E imaginar futuros posibles.

Eso es lo que ha hecho Pablo Duarte en la nueva entrega de sus #EspeciasMenores. Él sabe que los propósitos que acarreamos durante enero muy probablemente hayan desaparecido para marzo, pero aun así ha decidido hacerlos públicos, acaso para atrasar la humillación de no cumplirlos. Todos tienen que ver con comida, como ya se habrán imaginado. (Ninguno es ponerse a dieta, no se espanten.) Son, como suele suceder en los textos de Pablo, asuntos de apertura, diversidad y holgazanería. Mucha suerte, amigo. En tres meses te preguntaremos si lo lograste.

El cambio de año nos hace pensar también en las mejores comidas de los tiempos pasados. Las mejores comidas son contexto, circunstancias, a veces accidentes. Tomen por ejemplo a Claudio Castro, que fue a Tokio porque le dijeron que ahí vivía su padre, un tal Jiro Ono. No lo conoció, pero en su búsqueda dio con Kagari, un restaurante a treinta metros del de Jiro. Su ramen, que Claudio describe con viveza, se convirtió en el accidente más feliz del año para este colaborador. (¿Cuál fue el de ustedes? Cuéntennos en redes.)

Pensamos en las grandes comidas de nuestro pasado y queremos repetirlas una vez más, una sola, aunque sea la última posible, el mero día de nuestra muerte. En la celda que conduce al cadalso se le ofrece al condenado una última cena (o desayuno). Muchos piden una comida deliciosa, tratando de recuperar lo irrecuperable antes de entrar al abismo negrísimo de no ser nada. Una cubeta de pollo Kentucky, una hamburguesa con papas, diez hotdogs. Son las últimas cenas de los condenados a muerte. (Algunos no piden nada, ¿para qué? Otros piden alimentos que no pueden recibir, y también eso se les niega en esta vida.) 

Claro que la última cena, en general, no tiene mucho que ver con nuestros deseos. La mayoría moriremos enfermos, alimentados casi contra nuestra voluntad, o en accidentes, sin saber que lo último que comimos era lo último que comeríamos. Piensen en Ötzi, un hombre que murió en el siglo XL (sí: cuarenta) antes de Cristo. Murió asesinado de un flechazo, y su última cena fue un pedazo de carne curada. ¿Intuyó que lo perseguía un arquero? ¿Tuvo miedo y lo espantó con aquel prosciutto primitivo? Piensen en Ötzi, y en lo que traía en la panza la última vez que pisó la tierra.

Pero bueno. Ojalá que 2019 sea un año mejor que 2018. Y que 2017 (pero eso está fácil). Que haya cuando menos una cena que ustedes digan: esto podría comer el último día. Que haya cuando menos un accidente feliz que ustedes digan: qué bueno que salí de la cama. Que haya tragos y mota y los venenos que a ustedes les gusten. (Si es que les gustan los venenos.) Si les dan ganas, súmense a nuestras redes. Estamos en las que están ustedes: twitter, facebook e instagram. Forwardéenle este boletín a alguien si creen que puede interesarle (¿a quién podría no interesarle su propia última cena?); si lo recibieron por error o si nomás ya basta, pueden borrarse de nuestra lista aquí. Nosotros andaremos por acá la próxima semana.

Ah! Y que 2019 esté atascado de música, de cine, de poesía, de foto y de pintura. O lo ponemos de patitas en la calle alv.~