#PiedradeCocina: Pérsimos

 

por Li-Young Lee; acuarela: Zengui Maru (1910)

El pérsimo, esa "manzana china" de piel delgada, suavecita, cada día se ve más en los pasillos del súper. Tiene montones de nutrientes y dicen que consumirla ayuda a nivelar la glucosa en sangre, a combatir el estreñimiento y hasta a eliminar las hemorroides. Lo que no dice en ningún lado es que un par de pérsimos pintados por un padre que se está quedando ciego pueden ser el remedio contra esas cosas que perdemos con los años y que no, no van a volver. ¿Qué cosas? Li-Young Lee nos hace un recuento acá. –Isabel Zapata

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En sexto la maestra Walker
me dio un zape y me hizo
quedarme parado en la esquina
por no saber la diferencia
entre pérsimo y preciso.
Cómo escoger

pérsimos. Eso es precisión.
Los maduros son suaves con manchas cafés.
Oler la parte inferior. El dulce
estará perfumado. Cómo comerlo:
no hace falta cuchillo, coloca periódico sobre la mesa.
Pela la cáscara con cuidado de no lastimar la carne.
Muerde la cáscara, mastícala
y cómela. Ahora disfruta
la pulpa de la fruta,
su azúcar, 
toda, hasta el centro. 

Donna se quita la ropa, su vientre es blanco.
En el patio, húmedo y tembloroso
de grillos, yacemos desnudos
bocarriba, bocabajo. 
Le enseño chino. 
Grillos: chiu chiu. Rocío: se me olvidó.
Desnudos: se me olvidó.
Ni, wo:   tú y yo.
Separo sus piernas
y me acuerdo de decirle
que es bella como la luna.

Otras palabras
que me causaron problemas fueron
pelear y temblar, hilo y mirlo.
Pelear es lo que hacía cuando quería temblar.
Temblar es lo que hacía cuando peleaba.
Los mirlos son pájaros pequeños y comunes,
hilo es con lo que uno teje.
Los mirlos son tan suaves como el hilo
Mi madre hacía pájaros de hilo.
Me encantaba verla atarlo todo;
un pájaro, un conejo, un hombrecito.

La maestra Walker trajo un pérsimo al salón
y lo cortó
para que todos probaran
una manzana china. Como sabía
que no estaba maduro ni dulce, en vez de comer
me quedé viendo a los demás.

Mi madre decía que cada pérsimo llevaba un sol
dentro, algo dorado, deslumbrante,
cálido como mi rostro.

Una vez, en el sótano, encontré dos envueltos en periódico,
olvidados y verdes todavía.
Los tomé y los puse en el alféizar de mi cuarto,
donde cada mañana un cardenal
cantaba el sol, el sol

Al entender finalmente
que se estaba quedando ciego, 
mi padre estuvo en vela toda una noche
esperando una canción, un fantasma.
Le di los pérsimos,
hinchados, pesados como la tristeza
y dulces como el amor.

Este año, en la luz fangosa
del sótano de mis padres, revuelvo todo buscando
algo que perdí.
Mi padre se sienta en las cansadas escaleras de madera, 
el bastón negro entre sus rodillas,
una mano sobre la otra, apretando el puño.
Está feliz de que yo haya venido a casa.
Le pregunto cómo van sus ojos, estúpidamente.
Ya se fueron, contesta.

Debajo de algunas cobijas, encuentro una caja.
Dentro de la caja encuentro tres rollos.
Me siento junto a él y desato
tres pinturas de mi padre:
Hoja de jamaica y una flor blanca.
Dos gatos acicalándose.
Dos pérsimos, tan rebosantes que quieren caerse de la tela.

Levanta las manos para tocar la tela
y pregunta, ¿cuál es éste?

El de los pérsimos, Padre.

Ay, la sensación del pelo de lobo en la seda,
la fuerza, la tensa
precisión de la muñeca.
Los pinté cientos de veces
con los ojos cerrados. Éstos los pinté ciego.
Algunas cosas nunca te abandonan:
el aroma del cabello de la persona que amas,
la textura de los pérsimos;
sobre tu palma, el peso maduro
.~

traducción: Isabel Zapata; original


Piedra de cocina es el espacio en que la poeta, traductora y editora (Ediciones Antílope) Isabel Zapata explora la relación –tensa o entrañable o erótica– entre poesía y comida. Sigan leyéndola.