Un elogio (innecesario) del postre

 

fotos: Pía Riverola

El postre es el gran salto civilizador. Ya sabemos: cocinar nos hizo humanos, nos separó de los otros animales. O tal vez sea más apropiado decir: cocer nos separó de los otros animales; acercar un alimento al fuego y transformarlo. Cocinar nos llevó más lejos: pensar en diversas formas de transformar un alimento, de decirle: tú no eres sólo alimento, eres gozo y material intelectual. Luego, planear un orden para comer esos alimentos –o comerlos decididamente al mismo tiempo– nos hizo seres humanos expertos en convivencia. Nunca más comeríamos solos, incluso cuando parece que comemos solos. Pero el gran salto civilizador es el postre. Cocimos, cocinamos, convivimos, pero el postre es el premio, la coquetería. Esto ya no es alimentación, es puro sentido del juego, de la gula, no: de lo goloso.

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El postre es como la poesía lírica o la música de cámara. No hay arte más inútil que el arte del postre. Su existencia en el mundo –como la de un cuarteto, como la de un soneto– no tiene ninguna función, no sirve para nada. El postre es el fin, literal y metafórico: es un fin en sí mismo; comemos postre porque sí, nada más. No hay nada más placentero que leer un soneto y reconocer su perfección, su intrínseca belleza; lo mismo puede decirse de un cuarteto de cuerdas y lo mismo –y nosotros lo decimos todo el tiempo– de un postre.

El postre es el camino a la sobremesa y a veces es su guía también. Es el paso al café y éste a los carajillos y los carajillos a las conversaciones que se alargan y alargan; conversaciones que suelen girar sobre los dos grandes temas de la historia de la filosofía: ¿Qué tal estuvo la comida? y ¿Dónde comemos la próxima vez? El combustible de esas conversaciones es el postre.

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Una taxonomía del postre debería incluir a los pasteles, los dulces y chocolates, galletas y biscuits, los pudines y flanes o cremas, los postres fritos, los postres congelados, los postres de gelatina, los repostres, los pays y clafoutis, las sopas dulces y las frutas y ensaladas de frutas. Y, felizmente, todas las combinaciones posibles de los anteriores.

El postre es una clave de la cultura: su microcosmos.~