Un elogio de la ebriedad

 

Es hora de beber.

Pero antes: es minuto de leer a Luis Reséndiz. ¿Qué tiene que decirnos hoy? Básicamente, que el genio no existe. Existe el trabajo, la dedicación incluso. Existe la chamba hecha día con día, repetida interminablemente hasta que nos hace sobresalir o darnos un tiro o nada: vivir 24 horas más, de aquí al viernes o mejor: de aquí a hoy en la noche. No existe el genio, aceptémoslo, ni el llamado divino, pero existen muy buenos taqueros. Eso sí.

Es hora de beber, dijimos.

 Hace rato que no traíamos coctelería, maestría del cantinero y la mixóloga, a nuestro sitio. Piensen en La Niña del Mezcal, también llamada Cecilia Murrieta. “Casi toda la preparatoria la pasé en depresión. El mezcal me dio un aire de vida”, dice Cecilia, y desde HojaSanta preguntamos ¿quién que haya probado mezcal no ha recibido un nuevo aliento, una forma de vida proveniente de su delicioso aroma? El mezcal es como un prozac, nomás que mucho mejor. (Nada contra el prozac, tho.) Háganse un Huatulco, coctel de mezcal y otros licores, para que nunca se les olvide esa verdad.

La señora Soledad hace un gran tepache. Es dulce y amarguito al mismo tiempo, ácido y apenas embriagante. ¿Quieren saber cómo procede? Píquenle aquí. Todavía es posible decir que Soledad es oaxaqueña avecindada en Los Ángeles, pero pronto podremos decir que nada de eso importa, pues las ciudades y los países habrán sido aplastados por la realidad que disemina todo. (Wishful thinking.) En fin, tómense un tepachito.

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 Encontramos la receta de tepache de Soledad en L.A. Mexicano, buen libro de Bill Esparza que se equivoca, sin embargo, en considerar que existe una diferencia esencial entre lo angelino y lo mexa. Dejemos pasar ese curioso error, pues el libro tiene recetas excelentes. Ahí está también una michelada verde, del restaurante Colonia Pública. Es un trago pura frescura, pura vida sabor limón y pepino y serrano. O sea, sabor aguachile. *Babea*

 Hablando de ciudades: Austin! Si alguna vez la hubiéramos visitado, Austin sería nuestra ciudad favorita del mundo. Claramente se come bien; claramente se vive bien; claramente se sufre bien allá. Y se bebe bien. El Mexican martini es tal vez el trago inexcusablemente austiniano. Y es fácil de hacer, si uno tiene la disposición del buen cantinero. Háganselo, pues, que en realidad no hay mañana.

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 Ya conocen al poeta. Baudelaire sabía que la ebriedad es el mejor estado del ser humano. Escribió, por ejemplo, Il faut être toujours ivre. Tout est là. Siempre hay que estar ebrios: he ahí la única cuestión. Pour ne pas sentir l’horrible fardeau du Temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, para que no sintamos el horrible peso del Tiempo. ¿Pero ebrios de qué? De vin, de poésie ou de vertu, como gusten, pero hay que embriagarse. De poesía, de virtud. O de vino. El vino nos habla desde el fondo de sí mismo, establece un cuchicheo cariñoso: “Desheredado, hombre, desde mi prisión de vidrio te envío un canto lleno de luz y hermandad; sé cuántas penas, cuánto sudor, cuánto ardor de sol sobre tu espalda han sido necesarios para animarme.” Javier Elizondo, en su entrega de #FondaTránsito, trae una especie de tangente celebración del alcohol en su familia. Generaciones de bebedores y bebedoras conviven en él, así que más nos vale alzar el vaso o el cáliz o lo que sea que tengamos a la mano y decir salud.

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 Por lo pronto: perdón y olvido.~