#EspeciasMenores: Insectos para el fin del mundo

 

texto e ilustraciones: Pablo Duarte

Ansío que llegue el apocalipsis. No la redención espiritual trascendente ni ese tipo de psicomagias. No, me refiero al simple cataclismo mundial que rompa la civilización como la conocemos. Ese que después da lugar a hordas vandálicas, a muchas cenizas en las calles y a esa desesperada recolección de latas polvosas en alacenas abandonadas. Ese es el apocalipsis que deseo llegue pronto. No tengo afanes de fundar una colonia renegada, ni evangelismos de utopías ni una compulsión de misantropía extrema. Solo quiero que llegue ese momento de depredación y colapso para comer insectos a mis anchas. Lo pensaba mientras escuchaba crujir una deliciosa caterva de insectos envuelta en una tortilla de tlayuda.

El insecto como bocadillo es tradición, nada nuevo. Entomofagia, dan por llamarlo. En tierras patrias ha sido costumbre, delicadeza del paladar, recurso; es decir, no hay noticia. Si acaso la hubiera, sería que se debaten las posibilidades de masificar la producción de insectos comestibles para sustituir significativamente el consumo de proteína animal en nuestra dieta. Por un lado, los optimistas afirman que si dejamos el bistec en favor de la cucharada de grillos recuperamos tierras y dejamos de tratar al ganado como si fueran mesas de triplay. Por otro, los menos convencidos argumentan que escalar a esos niveles industriales la cría de insectos es prohibitivamente caro e igualmente trabajoso. Moneda al aire todavía: por eso, ansío mejor que llegue el colapso.

Solo le pido a mis lectores una audiencia justa, la consideración imparcial a mis argumentos y un juicio sin sesgos. Eso escribió el entomólogo victoriano Vincent M. Holt al inicio de su ensayo Why Not Eat Insects? Publicado en 1885, el alegato en capítulos sencillos es machacón, enfocado y, como era de esperarse, clasista; en resumen, nos repite que si lo hacen otros sin detrimento a su constitución moral y con beneficio para su cuerpo, si lo hicieron antes incluso personajes bíblicos y atenienses espectrales, por qué no seguir con ese ejemplo. [Aquí se puede consultar el libro. Por favor, no pase por alto el frontispicio de este sitio en el que comparten la responsabilidad de sostener a Saturno una mantis religiosa y un unicornio.]

Por qué no, claro. Según Holt, hay de insectos a insectos. Así lo dice. Para él no todos deben consumirse con el abandono que propone. Este gusto por la araña predadora no lo condono de ninguna manera, porque devora a sus insectos semejantes, ya sean carroñeros o no, y debe ser evitada como evitamos a las bestias carnívoras en nuestra dieta animal. La línea que Mr. Holt traza es una que él tiene clarísima y parece responder a ciertas nociones muy de su época sobre la pulcritud y la clara definición de ciertas fronteras. Para él, los insectos son beatos y pulcros siempre que su dieta conste únicamente de vegetales. Por qué no comer insectos si son vegetarianos, dice, y casi se nos ofrecen en bufet. Ellas [las palomillas, las mariposas nocturnas, pues, las polillas] también, voluntaria y sugerentemente, se sacrifican en el altar de nuestras lámparas mientras estamos ahí sentados, con las ventanas abiertas, en las cálidas noches de verano. Se fríen y se cuecen a sí mismas, ante nuestros ojos, y nos dicen: “¿No te tienta el dulce aroma de nuestros cuerpos cocidos? Fríanos con mantequilla; somos deliciosas. Hiérvanos, ásenos, háganos en estofado; somos buenas de cualquier manera!”

Argumentos de sustancia endeble, pretenden convencer más por las sucesivas oleadas de lo mismo que por la contundencia de unos cuantos –argumentos muy como los insectos en enjambre. Otra más de las consignas de Holt es la del hambre de labriegos, obreros e infantes casi indigentes. El insecto es manjar pero también vianda necesaria para el pobre, dice una y otra vez. Que no digan los trabajadores “Morimos de hambre. La carne es demasiado preciada; el pan es casi tan preciado porque el gusano alambre y el escarabajo han diezmado la cosecha; nuestra magra reserva de harina está inservible por culpa de los gusanos. Las orugas invaden nuestras coles; las moscas han estropeado las grosellas que esperábamos vender: montones de babosas y caracoles han devorado lo que dejaron los demás.” Mejor, recomienda, abandonen el prurito y hagan de la plaga menú a la carta. Y Holt el victoriano, que no cesa de decir que él ya probó casi de todo y lo avala, termina el panfletito con un serie de recetas regionales hechas enteramente de estos bichos.

A la mitad de la tlayuda, escarbo con una uña indiscreta para sacarme la patita de un chapulín de entre los dientes. Seré, estoy seguro, cuando llegue el apocalipsis, de los endebles actores de reparto que pierden la batalla en la primera hora. Lejos de ser el beneficiario del señorío de los insectos, seré, estoy seguro, alimento de gusanos, cucarachas, termitas, moscas y hormigas, chapulines y babosas. No le digan a Holt.~


#EspeciasMenores es la columna de bellas pequeñeces del escritor Pablo Duarte en HojaSanta. Síganla acá.