Las extrañas políticas del asco

 
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por David Pizarro

Siglo XVII. Giulia Tofana tuvo un exitoso negocio de perfumes por más de cincuenta años, hasta que terminó abruptamente cuando fue condenada a muerte por el asesinato de 600 hombres. En realidad, no era un muy buen perfume. De hecho, el líquido era completamente incoloro, inodoro e insípido. Sin embargo, como veneno, era la mejor opción en el mercado, así que bandadas de mujeres acudían a ella... para asesinar a sus maridos.

Giulia Tofana era temida y respetada, al igual que todos los envenenadores de la época, dado que envenenar a un ser humano es una tarea difícil. ¿La razón? Tenemos una especie de detector de veneno integrado. Funciona desde que nacemos. Se puede hacer la prueba con un infante al darle a probar un par de gotas de una sustancia amarga o agria: se verá esa cara, con la lengua de fuera y la nariz arrugada, como si intentara deshacerse de lo que tiene en la boca y reconoce como extraño y amenazante. Esta reacción se prologa hasta la vida adulta y se convierte en una respuesta de asco a gran escala. Ya no es sólo el hecho de saber si estamos a punto –o no– de ser envenenados, sino si existe tipo de contaminación amenazándonos de algún modo. El extrañamiento en la cara se mantiene, y se expande, incluso, según algunas investigaciones, hasta influir en nuestros valores e ideologías.

Este proceso se puede entender al comprender las emociones básicas del ser humano, que existen para motivarnos a hacer el bien y evitar que hagamos el mal. Así, nos sirven para sobrevivir. El miedo, por ejemplo, nos protege, y al igual que el asco nos mantiene alejados de aquello que podría enfermarnos o incluso envenenarnos.

El asco se puede provocar con mucha facilidad. Una de sus características principales es que funciona a partir de asociaciones. Cuando algo repugnante entra en contacto con algo limpio, lo convierte de inmediato en desagradable. Aunque no pasa lo mismo a la inversa: lo limpio jamás despojará de su carácter repulsivo a lo asqueroso.

La filósofa Martha Nussbaum señala que ciertas propiedades desagradables –viscoso, fétido, inmundo, deteriorado– se han asociado a lo largo de la historia, monótona y constantemente con determinados grupos sociales minoritarios como judíos, mujeres, homosexuales, parias y proletarios. Todos ellos se han percibido en algún momento como corrompidos por la inmundicia del cuerpo. En un libro infantil nazi publicado en 1938, por ejemplo, se puede leer lo siguiente: “¡Miren a esos tipos! Con su barbas llenas de piojos, mugre, sus prominentes orejas, esas ropas socias y gruesas [...] Los judíos suelen tener un olor dulzón y desagradable, si tienes buen olfato, puedes llegar a olerlos.” Un ejemplo más reciente son aquellas personas que buscan convencer a la sociedad de que la homosexualidad es inmoral. A través de una página anti-gay se refieren a los homosexuales como “perros que comen su propio vómito” o “cerdos que se revuelcan en sus heces”, características repugnantes que intentan que sean asociadas al grupo que desean alienar.

Cuando se investigó por primera vez el rol que el asco jugaba en el juicio moral, el enfoque estaba en saber si este tipo de actitudes eran más comunes en personas que tendían a asquearse con facilidad. Mientras que el asco es un fenómeno universal, es un hecho que algunas personas sientan asco mucho más fácil que otras. Para medir la sensibilidad de repulsión, varios psicólogos diseñaron una escala en la que se preguntaba a un grupo muestra si sentirían asco o no en diferentes situaciones: “Tienes mucha hambre pero revolvieron tu sopa favorita con un matamoscas, ¿te daría asco o no?” o “Estás caminando en un túnel y huele a orina, ¿te daría asco o no?”. Si se hacen suficientes preguntas de este tipo es fácil tener una idea general sobre la facilidad con la que alguien puede sentir asco. Esto resulta significativo cuando se les pregunta si estarían dispuestos a participar en situaciones desagradables pero sin ningún tipo de riesgo, como comer chocolate en forma de heces de perro o algún gusano que, aunque saludable y comestible, sea repugnante; la escala de valores puede predecir si aceptarían hacerlo o no.

En estudios hechos en conjunto con los psicólogos Yoel Inbar y Paul Bloom se recolectó información sobre el asco y su relación con ideologías políticas o morales, y se encontró como patrón general que quienes decían asquearse fácilmente también expresaban que su ideología política era conservadora. Además, en una de nuestras últimas investigaciones fue posible trabajar con un grupo muestra mucho más grande –cerca de 30,000 estadounidenses– y se descubrió el mismo resultado: las personas más conservadoras aceptan sentir asco con facilidad. Esta información permitió controlar estadísticamente un conjunto de factores relacionados con la preferencia política y la sensibilidad que se tiene frente al asco. Se estudió el género, la edad, los ingresos, la educación, e incluso algunas variables básicas de personalidad, y la conclusión se mantuvo igual. Cuando se revisaron los datos arrojados por el grupo muestra –no sólo sobre la orientación política que aceptaron tener, sino sobre su tendencia electoral– fue posible entender el comportamiento general de Estados Unidos, y bajo el mismo sistema, comprender el comportamiento del mundo.

Se hicieron las mismas preguntas a grupos muestra en 121 países, que se dividieron en diez zonas geográficas distintas y, sin importar dónde, la relación entre el asco y la ideología política se mantenía igual: en todos lados se presentaba el mismo efecto. Otros laboratorios examinaron este fenómeno utilizando diferentes rangos de sensibilidad hacia el asco. En lugar de preguntar a personas qué tan fácil sentían repulsión, midieron sus reacciones físicas a través de distintos indicadores cutáneos, y encontraron que quienes aceptaban tener una orientación política más conservadora también presentan una afectación fisiológica cuando se les muestran imágenes desagradables. Coincidentemente descubrieron –al igual que nosotros en investigaciones previas– que las personas que tienden a sentir asco más fácil no sólo declaran ser políticamente conservadores, sino que es más probable que tiendan a oponerse al matrimonio homosexual –o a la homosexualidad en general– y a otras situaciones sociomorales en el ámbito sexual. Así, este estudio logró predecir la postura de los participantes frente al matrimonio gay, a partir de las reacciones fisiológicas detectadas en su piel.

En otro conjunto de estudios realizados durante la época de influenza, se les recordó a los participantes que para prevenir el contagio debían lavarse las manos. Algunos tuvieron que llenar un formulario junto a un cartel que señalaba la importancia de lavarse las manos. Se encontró que el simple hecho de responder el formato junto a este letrero, hacía que reportaran ser políticamente conservadores. Por otro lado, cuando se les cuestionó sobre lo correcto y lo incorrecto de ciertos actos se detectó que si se les recordaba que debían lavarse las manos sus respuestas eran más conservadoras, en particular cuando se les planteaban algunos escenarios sexuales (como un hombre que mantenía relaciones sexuales con su novia en la cama de su abuela o una mujer que disfrutaba masturbarse abrazando a su oso de peluche favorito), mismos que juzgaron como prácticas moralmente aberrantes.

Recientemente hicimos otro estudio en el que se pidió a los participantes su opinión acerca de determinados grupos sociales, y se hizo que el cuarto en el que estaban oliera bien o mal. Se detectó, por ejemplo, que cuando la habitación tenía mal olor las personas reportaban más juicios negativos hacia los hombres homosexuales, aunque esto no afectó su opinión frente a otros grupos sociales minoritarios como los afroamericanos o los ancianos.

A pesar de toda esta información que vincula la sensibilidad del asco con la orientación política, todavía quedan incógnitas en el aire: ¿cuál es la relación causal entre estos dos factores? ¿Realmente el asco puede determinar una ideología política o moral? Para poder responder estas preguntas es necesario recurrir a métodos experimentales: provocar asco a algunas personas y comparar los resultados con un grupo control. A lo largo de los últimos cinco años varios investigadores han realizado este experimento y los resultados son siempre los mismos: cuando las personas sienten asco, su ideología política tiende hacia el espectro de derecha y a una moral más conservadora. No importa si se hace a través de utilizar un olor pestilente o un mal sabor; si se muestran imágenes desagradables o se sugestiona el asco a partir de la hipnosis; incluso si se recuerda que las enfermedades son constantes y deben prevenirse a través de la higiene: todos estos factores tienen efectos similares en el juicio de las personas.

No es ninguna sorpresa que las emociones influyan nuestro juicio. Así funcionan. No sólo nos motivan a comportarnos de cierta manera –como todas las clientes de la señora Tofana– sino que pueden cambiar la forma en la que pensamos. En el caso del asco sorprende el alcance que puede tener su influencia en la conformación de un juicio. Ahora, si el asco influye o no en nuestro juicio moral e ideología política es una cuestión muy compleja de responder, y dependerá exactamente del tipo de juicios de los que se esté hablando. Como investigadores, a veces tenemos que concluir que el método científico no es suficiente para responder a este tipo de preguntas pero de lo que sí estoy seguro es que lo mínimo que debemos hacer con esta investigación es determinar, en primer lugar, qué preguntas debemos hacer.