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No quiero oro, ni quiero plata

por Sofía Lechuga; fotos: Felipe Luna

Las piñatas, conocidas en todo el territorio nacional como elemento indispensable en la celebración de las posadas, no siempre fueron como las conocemos. Originalmente estaban hechas de barro, pero los chamacos se descalabraban al primer palazo y ahora las hacen de cartón. Antes las rellenaban con fruta de temporada, hoy, con Pelón Pelo Rico, Paletón Chabelo y Pulparindos... Ya nadie sabe qué hacer con un cacahuate sin pelar o con una caña de azúcar. Además, tradicionalmente sólo se utilizaban en las posadas decembrinas, y ahora se encuentran todo el año, para celebrar cumpleaños temáticos de Spider Man y despedidas de solteras. 

Las piñatas son originarias de China, donde eran utilizadas como parte de la celebración de año nuevo y del inicio de las cosechas. Las hacían en forma de buey, con palitos de madera y las rellenaban de semillas. Al romperlas con baritas de colores, las semillas caían sobre el piso y todos se abalanzaban para conseguir la mayor cantidad posible. Después quemaban los restos y esparcían las cenizas sobre el campo, como un símbolo de buena suerte y abundancia.

Marco Polo las descubrió en alguna de sus travesías: se enamoró de la tradición y decidió llevarla a Italia. Ahí nació el nombre de «piñata», derivado del vocablo italiano pignatta, que significa: recipiente frágil. Fue en Italia donde las empezaron a hacer de cerámica y a rellenarlas con pequeñas joyas y regalos, para romperlas en Cuaresma y marcar así el principio de la primavera.

En el siglo XVI la tradición llegó a España, y fueron luego los evangelizadores españoles quienes la llevaron hacia América. Muy sorprendidos quedaron cuando vieron que los aztecas tenían una costumbre similar: colgaban, en medio de los templos, una vasija de barro decorada con plumas de colores y rellena de cacao y joyas, para celebrar y rendir homenaje al dios de la guerra y el sol, Huitzilopochtli. Los conquistadores consideraron esto como una oportunidad perfecta para evangelizar a los indígenas; comenzaron a hacer piñatas forradas de papeles de colores con forma de estrellas, para atraer a los espectadores, y les dieron un signi cado religioso: el papel de colores representaba la tentación del ser humano; los siete picos –que le daban forma de estrella– eran los siete pecados capitales; el palo con el que se rompía simbolizaba la fuerza y gracia de dios, y el vendaje de los ojos del participante era para demostrar la fe ciega. Al romperla caían diferentes tipos de fruta, joyas y regalos, como premio por haber vencido al mal.

En 1586, en el Ex Convento de San Agustín del pueblo de Acolmán en el Estado de México, se hizo la primera piñata como la conocemos en la actualidad; fue donde comenzó la tradición mexicana de romper la piñata. Con el permiso del Papa Sixto v se celebraban las misas de aguinaldo, hoy conocidas como posadas, que se acompañaban con cantos llenos de picardía; al no parecerle esto último a la Iglesia Católica, en 1788 prohibieron rotundamente las posadas y, por lo tanto, las piñatas.

Por suerte, dicha prohibición no tuvo mucho éxito y en 1818 se dio por reinaugurada la tradición anual.

El relleno de las piñatas es casi igual de importante que su decoración y, aunque la mezcla original está casi extinta, todavía podemos encontrar piñatas rellenas de dulces típicos y fruta de temporada o de lo que yo llamo relleno de ponche, es decir, todas las frutas que le pondrías al ponche navideño: tejocotes, limas, naranjas, manzanas, mandarinas, cañas de azúcar y perones, además de jícamas y cacahuates (aunque esos últimos nunca hay que echarlos al ponche). Además suele rellenarse con unos dulces típicos mexicanos llamados colación –o el terror de los niños–: semillas, chocolate –en el mejor de los casos– y frutos secos cubiertos por una capa gruesa de azúcar de colores. Estos dulces se ponen en la piñata por ser los más resistentes –tanto que, si te descuidas, te rompen una muela– y porque no puedes poner un limón con coco o un gaznate porque se llenan de tierra, ya no se pueden comer y ademas se rompen. 

Ahora, quien tenga ganas de recuperar la tradición y quiera hacer una piñata de estrella rellena de cañas, tejocotes y colación, puede seguir estos simples pasos:

1. Conseguir una olla grande de barro curado.
2. tapizar con papel periódico y engrudo (hervir agua y harina).
3. Decorar con papeles de colores, diamantina, confeti o lo que quiera.
4. Pegar siete conos de cartón alrededor de la olla.
5. Decorar los conos con papeles metálicos de colores y tiritas colgadas de las puntas.
6. Rellenar con cacahuates piñateros, tejocotes, jícamas y mucha colación.
7. Colgar de un lugar alto.
8. vendar los ojos a un valiente; darle tres vueltas para marearlo y que tome un palo de madera para pegarle.
9. Cantar Ándale Juana, no te dilates...
10. Esperar que se rompa la piñata.
11. Correr y abalanzarse sobre el relleno. 


Quien en cambio se quiera ahorrar los primeros seis pasos, que vaya a Acolmán a comprar su piñata tradicional, y que aproveche la Feria de Piñatas (todos los años del 13 al 21 diciembre) para ver las piñatas más grandes del mundo.

Y ya le diste tres y tu tiempo se acabó...