Meet me at Sanborns!

(Un gusto de infancia)

 

por Jorge Pedro Uribe Llamas e Isabel Zapata; fotos: Felipe Luna

Este texto apareció en nuestro noveno volumen, el especial de celebraciones. Ir a Sanborns, para sus autores, es siempre una forma de celebración. Si se perdieron ese número, o si quieren suscribirse para no perderse números posteriores, vayan acá.

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Pensamos en el de Lafragua, sólo que parece un búnker y no hay señal de internet. También en el de Donceles, pero no vaya a ser que nos encontremos al ingeniero Slim, qué pena; sabemos por una mesera que es de sus preferidos. Al final quedamos de vernos en Los Azulejos, el primero, el más notable (sin tomar en cuenta el del Conde de San Bartolomé de Xala, en la calle de Venustiano Carranza) y en el que más a gusto se puede chismear. El motivo: celebrar el restaurante que más nos gusta, por encima de Pujoles y Quintoniles, New Yorks y Españas.

Jorge Pedro: ¿Tú crees que nos tomen en serio las chicas de HojaSanta si les proponemos un artículo sobre Sanborns?

Isabel Zapata: ¡Quién sabe! Tal vez no todo el mundo aprecie como nosotros unos buenos tecolotes.

JP: Decía Andrés Henestrosa que existen dos tipos de personas en México: el Homo Sapiens y el Homo Sanborns. Me da mucho gusto que tú y yo formemos parte del segundo grupo. Ojalá que ellas también.

IZ: Sanborns es un lugar en donde sucedieron momentos muy lindos de mi infancia. Mi mamá me llevaba los fines de semana al de Avenida de la Paz y Revolución por enchiladas suizas y un squash; un refresco preparado con pulpa de piña, fresas y agua mineral. Al salir llevábamos tortugas de chocolate amargo (todavía son mi botana favorita para el cine).

JP: Nosotros íbamos al del Cine Manacar, donde me compraban malteadas de chocolate y libros de Elige tu propia aventura. Es posible que el gusto por Sanborns se adquiera en la infancia, que se trate de una cosa familiar, como irle a un equipo de futbol o escuchar un determinado tipo de música. Lo platicaré con la psicoanalista. ¿Te has fijado, por cierto, que en los Sanborns siempre hay solitarios, gente hablando sola, clientes de todos los domingos o de todos los días?

IZ: Claro, se presta para pasarse las horas chiquiteando un café y unos bisquets con mermelada. ¡Es tradición desde nuestros antiguos! ¿Sabías que Porfirio Díaz iba seguido a comerse un banana split? Eso era al principio de los tiempos, cuando Sanborns era una farmacia con fuente de sodas y no la «tienda de todo» que es ahora. ¿Qué otros personajes destacados tendrán sus platillos favoritos?

JP: Yo sé que María Félix se pedía sus enchiladas suizas, igual que Fidel Castro, que iba mucho al de Lafragua. Unos que venían mucho a Los Azulejos eran Carlos Fuentes y Fernando Benítez, y por supuesto los Contemporáneos. Aquí hizo su desayuno de primera comunión Guadalupe Loaeza, y ella misma cuenta que alguna vez llegó a ver a Nahui Olin en la entrada pidiendo limosna. Esto lo leí en el libro de Sanborns, ése que venden acá en la librería. También ahí vi que Zabludovsky decía que el pastel de Sanborns se había vuelto un calificativo: «Mira, ¡esa señora parece un pastel de Sanborns!»

IZ: ¡Me encantan los pasteles de Sanborns! Son un monumento a la cursilería: adornados en rosa o azul cielo, llenos de moños y princesas de Disney (o canchas de futbol), siempre generosos en merengue. Tuve una perra, la Negra, a la que le comprábamos uno cada cumpleaños. Otra cosa padre son los festivales culinarios: del chile, del mole, de lo que sea. Justo ahora hay uno genial: el Festival de la comida antigua. Ándale, vamos a pedir un platillo virreinal.

JP: O un omelette de claras con jocoque y zatar de jamaica. Me encantan esos platillos raros que según yo nadie pide, pero que por algo están en la carta. Tal vez los pide el ingeniero. Pero sí, mejor un platillo virreinal. Como el mole «barroco», que en Sanborns ya es tautológico. El barroquismo de este lugar no tiene límites, por ejemplo el uniforme de las meseras, que una vez me contaron que lo diseñó Carlos Mérida. Yo creo que se estaban burlando de mí.

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IZ: Según yo las faldas son oaxaqueñas. Hay un montón de mitos sobre esos uniformes: que les cobran la hechura a las meseras, que el color del huipil o la cofia está coordinado con el programa del Hoy no circula, o lo que decías de Carlos Mérida. Lo cierto es que las señoritas siempre son muy amables, ¿no? ¿No has escuchado eso de «muerta por dentro pero de pie, como mesera del Sanborns»? Hasta dan ganas de contarles nuestros problemas.

JP: Hagámoslo ahora que paguemos pero por escrito, en el libro de sugerencias tan bonito que siempre tienen en la caja. ¿Te imaginas? ¡Proyecto del FONCA!

IZ: Y luego pasamos a comprar unas nueces, pistaches o pepitas garapiñadas de la máquina del año del caldo que dice: «Siempre en su punto, calientitas».

JP: ¡Unos pistaches, sí! Pero de los enchilados. ¿No te quieres casar conmigo?

IZ: Sólo si la fiesta la hacemos aquí.

JP: «Sólo, sólo en Sanborns». Y nos traemos a los pájaros del Riviera.

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El Sanborns, por supuesto, no es para todos los gustos. We see your Sanborns, we raise you Nicos.