De por qué la mostaza es el rey de los condimentos

 

El alfa y el omega, la luna y el sol

Tomamos este elogio de la mostaza de un libro padrísimo: The Wurst of Lucky Peach: A treasury of encased meat (2016) de Chris Ying y los editores de la fenecida (y llorada) revista Lucky Peach. Compren ese libro de inmediato: no se van a arrepentir.

(El aviso legal está al pie de este post.)

por Peter Meehan; arte: Rob Engvall

“La cátsup es un condimento aceptable en un hotdog, pero sólo para los niños y los degenerados. Y no para mis niños.”
–Mi papá (y todos los papás de Chicago y su área conurbada)

Cuando uno agarra conciencia en el Midwest, crece sabiendo que ponerle cátsup a un hotdog es como usar pañales en secundaria: hay gente que lo hará, pero no quieres ser tú esa persona a menos que sea absoluta y médicamente necesario.

Podría decir que esta creencia es un vástago de la tradición, pero eso sería estar dándole la vuelta a la verdad, que es ésta: la mostaza es el rey de los condimentos. Es el alfa y el omega, la luna y el sol. El kimchi y la cátsup le lavan los pies y le untan los hombros con ungüentos cuando el peso de la corona tiene al rey adolorido.

Es gloriosa y refulgente cuando es de ese color amarillo transporte escolar y sabe a cúrcuma e himno nacional. La mostaza amarilla es el condimento que hace al hotdog ser hotdog, y toda la demás basura que la gente les echa encima es o por diversión (llamémoslo cosplay jochesco, que no difamaremos en las páginas pro-sexo de esta embutida carta abierta) o tontería, como lo que les pasa a los hotdogs todos los días en las calles de Nueva York, al paso inane de la chusma robótica y descuidada, atropellos perpetrados en cada esquina del midtown de Manhattan.

Aunque al principio la Dijon levantaba mis sospechas –mostaza que vi por primera vez pasar de mano a mano de dos reinas, solitarias y viejas, a las que paseaban por la campiña en Silver Shadows gemelos–, le hemos dado la bienvenida en nuestras vidas, nuestros refrigeradores, nuestras euro-tendientes conquistas de embutidos. Para mí, la Dijon mitiga la corderitud de un merguez como ninguna otra cosa.

El Weißwurst sería una broma sin sentido, el fantasma de un pene tumescente, si no fuera por el débil dominio de la dulzura de la mostaza de Bavaria que es su acompañante natural, su raison d’être. Entrar a un delicatesen polaco y respirar la variedad de kielbasas y mostazas –esta de aquí es tan especiada que te incendia los pelos de la nariz! esa de allá viene en un humpen de cerveza todo lindo y de colección!– equivale a ser un exhibicionista en su primera playa nudista: inhalando el aire salino del mar y de la liberación de posibilidades sin límites.

El inasible e irreducible alcance y profusión de mostazas empatado –cuidadosamente– con el espécimen exacto del universo siempre en expansión del embutido es una aventura de comer: la más infinita, y una de las más profundamente satisfactorias que hay.

Ahora, ¿qué le iban a poner a ese hotdog?~


Este elogio es parte de nuestra celebración del salto evolutivo que significó poner la comida entre dos panes. Celebren con nosotros aquí.


Reprinted from The Wurst of Lucky Peach. Copyright © 2016 by Lucky Peach, LLC. Principal photographs copyright © 2016 by Gabriele Stabile. Illustrations copyright © 2016 by Tim Lahan. Published by Clarkson Potter, an imprint of Penguin Random House, LLC.